Había oído
silbar las balas cerca de mi oído y, la verdad, estaba interesado en el final
de la película: la muerte. Al siguiente año se cumplirían 40 de la
muerte de García Lorca y queríamos recordarlo. Una pequeña gira contratada por
Caja Navarra nos dio cierta liquidez para preparar ese espectáculo lorquiano.
Todos los poemas estarían relacionados con la muerte -lo que no es difícil con
Lorca.
Esos años estaban en el grupo Francisco J. Gil, Chusé Aragüés, Gloria G. Lacal, Alfonso Lavilla, entre otros. Para Lorca 40 años ausente ensayamos un tiempo con la bailarina Olga Gros.
Con Gil a la
guitarra, venía trabajando desde cuatro años atrás algunos poemas que nos iban aportando
cierto crédito teatral, como el “Grito hacia Roma” con música estilo
vanguardista, o el “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías” que
habíamos conseguido cuadrar con el “Asturias” de Albéniz-Tárrega. Ahora
organizábamos el material en escenas que llamábamos “gráficos”. Lavilla había reproducido una docena de caricaturas hechas a Lorca y otras tantas pinturas del poeta para exhibir en el vestíbulo del teatro.
La función debía terminar con el poema “Casida de las palomas oscuras” acompañando a una proyección de imágenes atropelladas (como de alguien perdido o que no sabe dónde mirar) del barranco que va de Víznar a Alfacar.
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Para filmar
aquellas montañas granadinas nos desplazamos Javier Artal y yo
armados del tomavistas, una mochila y una guitarra haciendo auto-stop desde
Zaragoza. Pasado Madrid la primera parada la hicimos en Ocaña, pues con El Silbo siempre se para en Ocaña. Entramos reverencialmente en su plaza para brindar por el maestre don
Rodrigo Manrique, cuya muerte desató la inspiración de su hijo Jorge; aquella elegía tan humana, política y espiritual. ¡Aquellas "coplas", ay!
A la salida de Ocaña, nos para un mercedes con matrícula GR. Su único ocupante resulta ser el cantaor Manolo Escudero, popular entonces por haber grabado con aire flamenco “Extraños en la noche”. Al vernos con la guitarra había parado por solidaridad juglaresca.
Le informé de nuestra misión: hacer unas tomas en el barranco de Víznar a Alfacar para proyectarlas al final de un espectáculo con el poema “Casida de las palomas oscuras”. Y pasé a recordarle esos versos. Como el poema dice dos veces “¿dónde está mi sepultura?” Escudero pensó que queríamos filmar la tumba del poeta y comenzó a desgranar las versiones del enterramiento. Yo le iba discutiendo nombres, lugares y fechas, hasta que el colega se mosqueó porque no entendía cómo tenía esas informaciones. ¿Seríamos dos guardiaciviles disfrazados de jipis? Confesé que mi fuente era Gibson y que su libro se hallaba en todas las librerías francesas. Risas, porque Escudero vivía en Londres, donde cantaba misas flamencas y solo conocía la versión inglesa (Gibson, The Death of Lorca), pero había datos que sabía por un amigo español exiliado allí.
Insistí en que no pretendíamos encontrar nada, solo filmar los parajes. En Despeñaperros empezamos un intercambio. Él cantaba un algo y yo le recitaba un poema de Federico. Cuando él cantaba, se subía la ventanilla; cuando yo recitaba, bajaba. A la cuarta ronda le dije que sus letras recordaban a Lorca, aunque no fueran de Lorca. Y seguimos: unas alegrías por un poema primerizo, unas seguidillas por una gacela, unas soleares por un romance gitano, y así hasta que llegamos a Guarromán.
So pretexto de descansar, entramos a una fonda y nos bebimos la única botella de güisqui que había. Manolo –a esas alturas ya nos tratábamos como hermanos- hizo que nos juntáramos porque nos iba a confesar algo interesante. Recuerdo las tres cabezas muy juntas. Éramos dos veinteañeros con pelo largo y un cuarentón bien peinado y trajeado junto a tres vasos y una botella vacía. La discreción que buscábamos con nuestro acercamiento fue motivo de atención para los parroquianos, como si quisieran oír lo que nos decía Manolo: “Las letras que cantaba son de Lorca. Un amigo en Londres tiene un baúl con poesías y obras de teatro de Federico. Y está todo inédito. Cuando estoy en Londres suelo pasar muchos ratos leyendo cosas del baúl y haciendo canciones con los versos que os he cantado”. Yo apostillé: “Así que eres amigo de Martínez Nadal”. Estallamos en carcajadas.
Entró la Guardia Civil. Reconocieron a Escudero y éste nos presentó diciendo que nos llevaba a actuar esa noche con él en el Rey Chico de Granada. Creo que la llegada de la pareja nos salvó la vida, pues estábamos a punto de pedir una botella del anís Machaquito, que tanto nos gustaba a Javier y a mí.
El viaje continuó con Artal detrás tocando la guitarra y los tres cantando cualquier cosa. Hubo tiempo de hablar de la recitación, porque en Andalucía se cultivaba la –como quien dice- recitación flamenca o a compás. Le conté que había visto a Raphael en el Fleta de Zaragoza recitar un poema de Benítez Carrasco, “Uno, dos y tres”, y me había gustado. Me dijo: tú a quien tienes que ver un día es a Gabriela Ortega
Como íbamos a seguir con nuestros temas en el Rey Chico, Manolo sugirió que Javier y yo hiciéramos allí una actuación de prueba; además, triunfaba esa temporada en la sala un bailaor de Zaragoza, El Rondeño. Pero eso era imposible porque con la manía de recitar con la ventanilla bajada me estaba quedando afónico.
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Estos días me he interesado por encontrar la pista del amigo cantaor. Solo aparece en este vídeo:
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Dedicamos un día a Fuentevaqueros y un atardecer con una mañana al barranco. Luego salimos de regreso, sin tanta suerte como a la ida. De madrugada nos desembarcaba un coche en la avenida de Extremadura de Madrid. Subimos a un autobús de obreros que iba de camino de la N-II. Allí oímos que uno le susurraba al conductor “Ya ha muerto”. Era el 20 de noviembre de 1975.
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Pasaron casi cinco meses hasta que se pudo estrenar la obra. Entre medio, vivíamos una modélica transición salpicada de muertos. Anunciamos el estreno en el CMU Cerbuna para marzo. Se retrasó porque, tras la masacre de Vitoria, fui encarcelado acusado de manifestación ilegal. Entonces Olga se fue de gira con el Ballet de Luisillo a Filipinas. Estas dos últimas situaciones justifican que Olga no aparezca en las fotografías y que yo lleve ese corte de pelo carcelario.
A finales de marzo conseguimos estrenar -sin bailarina y viendo cómo trituraba la película el proyector. Pero lo peor fue que se declaró año de homenaje a Miguel Hernández y tuvimos que reorganizarnos con... pero esa es otra película.
La fragilidad del super 8 cuando se proyecta suele ocasionar atascos y mordidas en la película. Quedó pronto cuarteada y se acostaron los rollos en el cajón de los sueños.
Un día le
comenté a Javier Navarro Chueca, el arqueólogo zaragozano, la existencia de
esas cintas de super 8, por si podían serle de utilidad. Como podían tenerla se encargó de que
fueran restauradas y digitalizadas. La semana pasada nos llegó el material y lo reponemos aquí.
Javier Navarro es investigador meticuloso. Bien lo saben en Cuba, donde dirigió la localización de soldados españoles muertos entre 1895 y 1898 (véase Almirante Cervera Regreso con honor).
En dos ocasiones ha intentado Javier encontrar la fosa donde enterraron a García Lorca junto al maestro Dióscoro Galindo y los banderilleros Francisco Galadí y Juan Arcollas.No siguió las indicaciciones (infructuosas hasta el momento) de Gibson, sino las aportadas por el investigador Miguel Caballero (Las trece últimas horas en la vida de García Lorca, Madrid, editorial La Esfera) y el general Nestares. Sin suerte. De ello hemos ido dando noticia aquí en estos años.*
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