Diseño de la cubierta: Ricardo Rousselot |
En la revista de la Asociación Aragonesa de Críticos de Arte, Manuel Sánchez Oms, reflexiona sobre el libro en un análisis con enjundia que termina así:
En Rocío erótico –fecundo y frío a un mismo tiempo-, las imágenes se encuentran con los textos sin que exista conexión lógica alguna. Se trata del rendez-vous de dos personas predispuestas sólo por sus voluntades participativas, sin que ninguno de los dos haya conocido de antemano la producción de su compañero de página, como bien matiza el propio editor en la presentación del libro. Se trata de un nuevo triunfo de la yuxtaposición sobre la superposición en aras de otorgar la máxima libertad a las facultades asociativas del lector. Sin embargo, esta condición de esta nueva lógica desencadenada por el conocimiento erótico y que establece sus dos dimensiones primeras y espaciales, no es la única. El instante se basa en una constante y cuantitativa reducción del motivo hasta confeccionar la unidad cognoscible de la conciencia, el medio por el que puede asumir todo lo que le rodea en el interior mismo de la estructura del yo (lo que vulgarmente ha denominado el psicoanálisis subconsciencia), porque mediante el deseo hacia los motivos exteriores obtenemos un negativo de ese interior desconocido. Esta reducción constante es la profundidad cognitiva propia del erotismo (la continuidad) hasta alcanzar la pornografía (la yuxtaposición de los instantes), es la puesta al desnudo que activa el Gran Vidrio de Duchamp y que obliga a filtrar constantemente los accidentes de los relatos hasta depurar una unidad literaria mínima, -el “micro-relato”-,que, tal y como ocurre con los proverbios de Paul Éluard o con los “euphorismes” de Julien Torma, redescubre a cada instante la literatura (en la plástica el cuadrado de Malevich, el punto de Kandinsky, el azar dadaísta, etc.) y reinventa a cada momento el objeto de una única obsesión, la misma que, de manera colectiva, se presenta en múltiples versiones en esta recopilación.
Manuel Sánchez Oms
La revista colombiana Ojos dedicó varias páginas a Rocío erótico:Entre las firmas encontramos a muchos amigos y colaboradores. Aquí, los relatos de Helena Santolaya y de Luis Felipe. Entre ellos, la ilustración de Germán Díez:
Entre las piernas
Helena Santolaya
Túmbate aquí con cuidado. Levanta un poco. Que la almohada quede justo
debajo
para que sea más fácil. Ahora abre las piernas. Así, muy bien. No te
preocupes. No te
hará daño. No es preciso que cierres los ojos. Mira, parece que es muy
grande, pero
en realidad no lo es. Solo meteré la puntita. Pondré más crema. Está un
poquito fría,
pero ayudará a que resbale mejor. Abre bien las piernas. Así, eso es, muy
bien. ¿Te
duele? Bien. Un poco más...
Mientras su rígido y lubricado aparato recorría mi vagina yo solo podía
pensar en
la lluvia que golpeaba los cristales y en la ropa que había tendido esa
misma tarde.
Deseé que terminara cuanto antes. Quizás todavía estuviese a tiempo de
retirar las
cosas del tendedor. No podía reprocharle su entrega, pero yo ya no era
capaz de
pensar en otra cosa que en mi ropa tendida.
Cerré los ojos, como para empujar el tiempo con los párpados, mientras su
aparato
empujaba mi vagina. Solo habían transcurrido unos minutos, pero se me
antojaron
una eternidad.
Me incorporé y retiré con una toallita de papel el líquido viscoso que se
escurría
entre mis piernas. Me vestí. Me miró sonriendo. Sus ojos azules transmitían
serenidad.
Me pareció, de pronto, una mujer de verdad atractiva. No me había dado
cuenta
hasta ese momento.
Todo estaba bien. Paré un taxi con la inquietud de retirar la ropa y con la
tranquilidad
de saber que, al menos hasta dentro de un año, no tendría que hacerme otra
ecografía.
Germán Díez, Cargols a la llauna i migdiada, 2013. Collage y lápiz sobre papel. |
El 35
Luis Felipe Alegre
Tomé el 35 en La Seo. Una voz anunciaba cada parada,
calle y número, y las
conexiones con otras líneas. Decía «Enlaces: tranvía,
40, 35». No entiendo el sentido
de dejar la «o» final cortada, puede que experimenten
con una vocal nueva (¿ø?).
Era la madrugada del 15 de abril y el reloj del bus
marcaba las seis y media. Me
impuse la absoluta concentración en las circunstancias
del trayecto, para evitar mirar
a la persona que tenía sentada frente a mí. Comprobé
que la frenada en las paradas
no era igual que el resto de frenazos provocados por
el tráfico, era más frenazo y
frenazo.
No sé qué hubiera hecho otro hombre en mis
circunstancias, pero en la Puerta
del Carmen me di por vencido y dirigí mi mirada a esa
mujer escultural que me
guiñaba y hacía amago de fruncir los labios mientras
metía su mano bajo la falda
para mostrarme las tirillas de su tanga. Fijé los ojos
y me respondió con un ladeo
de cabeza hacia la puerta. Nos levantamos y me agarró
el paquete, yo intenté tapar
sus manos con las mías. De esta guisa bajamos las
escaleras y así seguimos hasta la
habitación del Hostal Ávila donde pasamos la noche.
Como médico forense, no deja de maravillarme que la
desgraciada, ignorante de que
hay una dosis, se hubiera bebido medio litro de
éxtasis líquido y siguiera viva. Más
aún, que su pulso estuviera en 80, cuando el mío iba a
120.
Al segundo envite, ella (olvidé su nombre) leyó en mis
ojos de hombre máquina:
«Agotado. Elija otro». Velozmente se vistió y se fue a
fumar a otra parte.
Yo, nada más levantarme, me fui al trabajo y pedí el
turno de noche, «el que acaba a
las seis y cuarto».