Marta Valdés, en Zaragoza, 1997 |
En 2017, Marta Valdés celebraba el cumpleaños de Pablo Milanés con estas palabras:
Pongo por escrito estos pensamientos, hoy, 24 de febrero, a pocas horas de celebrar entre amigos un cumpleaños más de Pab(lit)o, cuando ya es un hecho corpóreo la caja con cincuenta discos cuidadosamente documentados, diseñadas y preparadas con esmero bajo la atenta mirada del autor de esta muestra que trasciende el perfil de una trayectoria profesional para revelarse como portadora de una épica tierna y grandiosa, de la cual tantos mortales hemos venido apropiándonos en cada encuentro, más allá de los confines de su isla y por más de cuatro décadas.
Se trata de la discografía de Pablo Milanés, el dulce muchacho que escuché por primera vez en 1963, cuando daba sus primeros pasos como autor e intérprete guitarra en mano, compartiendo cosas de jóvenes entre amigos y asombrando a quienes veíamos en él a uno de los primeros frutos promisorios de la más joven generación entre los músicos cubanos.
Era libre el muchacho en su forma de lanzar al aire el canto como una cinta que se regodea en su propio vuelo y juega a enlazarlo todo; era capaz de llegar lejos en la medida en que evidenciaba la fuerza voluntariosa y el arraigo firme de quien trazaba la curva y amasaba la consistencia y razón de cada travesía. Así se movía por los trastes de la guitarra haciendo corresponder cada nudo de un conflicto, cada exaltación de un pulso sentimental libérrimo, cada puesta verbal de imágenes perfectamente cantables y, sobre todo, inteligibles, justas, concisas, con la transparencia de un deslizamiento en las armonías que no por constante e intrincado enrarecía esa sensación de sentirnos tocados por las ganas del cantor.
Libre, natural, cultivaba un feeling donde la carga melódica e intimista del eterno José Antonio Méndez se hacía posible a partir de un esplendor vocal sin límites. “El feeling está encontrando un nuevo camino”, me dije con mucha emoción el día que escuché por primera vez a Pablito Milanés. Un feeling no susurrado sino a toda voz, como el de sus clásicos intérpretes Pepe Reyes o Miguel D`Gonzalo, versión antillana de los crooners norteamericanos; un estilo autor-intérprete anclado en la gentileza de José Antonio; una sensación de que todo es posible del corazón al canto y viceversa, una letra sin lugares comunes, a veces fuerte, cruda, lacerante a veces, abiertamente sentimental; cortante, sin agredir; quejosa, sin lastimar.
Al contrario de lo que me dictaba esa mezcla de cariño a primera vista y preocupación hacia el joven cantor; con el pensamiento volcado hacia el presente y futuro de nuestra canción, al cabo de los años me he dado cuenta de que el feeling no fue precisamente para él un punto de partida sino un punto de encuentro consigo mismo; al igual que nos había ganado por la ley del corazón, nos arrastró para siempre con la fuerza de sus razones.
En 1980, cuando decidió grabar un disco dedicado al feeling, desenterró algunas de mis canciones que nadie quería o se atrevía a cantar; impulsó la más reciente --Si vuelves--, estrenó otra más y las regó por el mundo. Su hijita Haydée estaba por nacer aquel verano y me parece que no tengo que contarles lo que ella ha representado para mí. Nada, que voy a pasarle la plancha a un par de blusitas a ver cuál de ellas me pongo, y me voy a darle un beso.
Felicidades, Pablito y gracias por entregarnos esta historia de las sonoridades nuestro tiempo a quienes, como dice el amigo Joaquín Borges, "soñamos por la oreja". Me permito un acorde propio: "cualquier tiempo pasado, presente y futuro" es mejor, si nos da la gana de que así sea. "Vivir por ver".
Esas sabias palabras iban acompañadas con esta fotografía: