Reynaldo Castro en la Quebrada de Humahuaca. Fotografía de Aloma Rodríguez.
El escritor Reynaldo Castro recogió en Con vida los llevaron los escalofriantes testimonios de amigos, familiares y testigos de las personas desaparecidas en Jujuy durante los años negros de la última dictadura militar argentina. El libro conoció una primera edición en La Rosa Blindada, del recordado editor José Luis Mangieri. Recientemente lo reimprimió la Editorial de la Universidad Nacional de Jujuy.
De la nueva edición de este libro de Castro, reproducimos uno de sus capítulos, el que habla de Jorge Cafrune, el genial cantor jujeño, cuya muerte conmocionó a sus seguidores.
Evocamos la capacidad del cantor para recitar poesía, no solo folclórica sino también de autores como Bertold Brecht o Rubén Darío, con la misma maestría con que narraba y cantaba en escena.
Nosotros guardamos recuerdo de sus actuaciones en el Teatro Principal de Zaragoza, donde llenaba todas sus funciones, en solitario o acompañado por Marito. Más recientemente, en la ciudad se han rememorado sus canciones gracias a su hija Yamina Cafrune, quien, acompañada por su grupo, incluye a Zaragoza en sus giras, actuando en La Campana de los Perdidos.Copiamos, pues, este capítulo de Reynaldo Castro sobre su insigne paisano.
Caballos
El cantor popular más importante de Jujuy ha sido, sin lugar a dudas, Jorge “El Turco” Cafrune. Él nació el 8 de agosto de 1937 en la finca “Villa Matilde” (llamada de esa manera en honor a su madre, Matilde Argentina Herrera), ubicada en El Sunchal, departamento de El Carmen. La finca había sido construida por su padre, José Cafrune, quien en treinta hectáreas cultivaba tabaco y maíz.
Allí, el niño aprendió –junto a su hermano “Josito”– a abrir surcos, sembrar, cosechar y andar a caballo. También estudió en la escuela que su padre construyó y donó en ese lugar.
Su primera guitarra fue un regalo de su progenitor cuando cumplió diecisiete años. Entonces, “El Turco” estaba terminando el secundario en San Salvador de Jujuy. Sus primeras –y decisivas– clases con las seis cuerdas las recibió del maestro Nicolás “Burro” Lamadrid. Terminó el colegio y armó un fugaz trío que actuó en los carnavales de Villa Gorriti. Después, en 1957, partió hacia Salta.
En esa provincia vecina trabajó atendiendo las mesas en el bar Madrid de un tío suyo. Ahí, pronto empezó a cantar en el grupo Las Voces del Huayra, que él mismo integraba junto a Luis Valdez, “Tutú” Campos y Gilberto Vaca. Ariel Ramírez los escuchó y los contrató para actuar en Mar del Plata. La presentación fue exitosa y por eso hicieron una gira por Córdoba.
En 1959 hizo el servicio militar obligatorio, en el Regimiento 2 de Montaña, en Jujuy. En ese lugar se destacó como domador de caballos salvajes. (Uno de los primeros animales que el había montado se llamaba Indio. Ese caballo era un moro producto de una cruza de árabe y criollo. Él recordará, años después, que su padre montado en el animal llegaba hasta el mostrador de los boliches a los que concurría.) Pidió permiso a las autoridades militares para grabar un disco con el sello CBS. Las Voces del Huayra dejaron su registro y el grupo se desarmó.
Un tiempo después, Ramírez lo volvió a convocar pero se dio con la sorpresa de que “El Turco” había armado otro grupo: Los Cantores del Alba. A pesar del éxito inicial, el cantor jujeño dejó el grupo a los pocos meses y volvió a actuar en el boliche de su tío.
A comienzos de 1961, se consolidó como solista. Actuó en las provincias de Chaco, Corrientes y Entre Ríos; realizó presentaciones radiales y televisivas en Uruguay y Brasil; pasó por Buenos Aires, pero todavía no era su tiempo.
Al año siguiente, actuó –con mucho lucimiento– en las peñas de Cosquín. Estaba cantando en la confitería La Europea, cuando lo escucharon los organizadores del festival. A partir de ahí, su historia se aceleró: el gran público lo ovacionó y las puertas de la consagración empezaron a abrirse. Así, después de haber sido aplaudido en casi todo el país, llegó a Buenos Aires. Empezó en un programa de Canal 9, siguió por las radios y teatros y ganó el primer premio del 2º Festival Odol de la Canción con la zamba de Marta Mendicute “Que seas vos”. Muy pronto, su versión de “Zamba de mi esperanza”, de Luis Morales, resultó el himno de la década.
Realizó una gira nacional que arrancó en La Quiaca y terminó en Ushuaia, como después lo emularía otro cantor popular; a muchos de los lugares donde cantaba, él solía llegar como un centauro con vistosos guardamontes (alguna vez dijo: “En la ciudad también he encontrado muy buena gente, sólo que me hallo mejor donde se respira aire puro y pueden galopar unos caballos”). Actuó en varias películas y también tuvo gestos de generosidad que lo definen como un grande: en una oportunidad, él no entendía cómo los organizadores del festival mayor de folklore no prestaban atención a una mujer de rostro aindiado. Esa vez, “El Turco” subió al escenario, cantó con la tranquilidad de siempre pero, en un momento, hizo un alto. Dejó su guitarra a un lado y se acercó al borde del escenario; ayudó a subir a una mujer que se acompañaba con un bombo y cedió un espacio de actuación –y algo más– para que Mercedes Sosa cantara por primera vez en Cosquín.
En los primeros años de la década del 70, él realizó una larga gira por España y también actuó varias veces en Estados Unidos y otros países. Estaba reconocido entre los artistas que incluían temáticas sociales en su repertorio. Por eso, algunos lo incluían en la corriente musical que se denominaba “canción de protesta”; otros lo tenían como un referente de las canciones que hablaban del paisaje. En realidad, Cafrune estaba a caballo entre las dos corrientes musicales y se sentía cómodo como cuando montaba al Indio.
La política por aquellos años no utilizaba metáforas para expresar las cosas. En consecuencia, el músico Víctor Jara fue uno de los asesinados por los hombres del dictador Augusto Pinochet en el Estadio Nacional de Chile. En nuestro país, eran días en que primero se tiraba un cuerpo y después se negociaba. En ese contexto, el presidente Perón recibió al “Turco”. Existe una fotografía donde se los ve a ambos en primer plano: el jujeño está con su ropa de gaucho; el líder político, de traje y corbata; atrás, asoma la cara de un oscuro personaje: José López Rega, quien –para varios– tendría alguna relación con la suerte posterior del cantor.
A mediados de 1974, la canción de protesta recibía algunas críticas de desaprobación. Así, Alejandro Dolina, desde las páginas de la revista Satiricón, analizaba las últimas actuaciones de la “Negra”:
Hay dos clases de mala música. La que es mala sin complejos, de tal modo que cualquiera puede advertir su vulgaridad, y la que esconde su carácter mediocre entre los pliegues de acordes absurdos y textos verborrágicos.
Mercedes Sosa, tal vez nuestra mejor cantante popular, nutre su repertorio con esta segunda clase de basura.
Después de fundamentar su crítica sobre la cantante, el escritor se valía de una comparación para cerrar su opinión:
Hace poco, las autoridades del festival de Cosquín prohibieron cantar temas políticos. Mercedes junto a sus correligionarios [César] Isella y [Horacio] Guarany, se avino muy sonriente a la disposición. El único que se retiró indignado fue Jorge Cafrune, el cantor paisajista.
Nadie le pide a Mercedes Sosa que se vaya de Cosquín dando un portazo. Tampoco se le pide que deje de pensar en su éxito comercial. Lo que sí es lícito exigirle es que se acuerde que la calidad de una canción no pasa solamente por la elección de una temática social. Es necesario hacerla con un cacho de talento.
Ese talento que se deja de lado cuando la industria de la canción reclama más y más canciones de protesta, que es el nuevo ritmo que está de moda.
Años después, la censura no andaba con vueltas. Las listas negras circulaban como un secreto a voces y la industria musical se encuadraba en la reducida perspectiva musical de los dictadores. En la edición de 1978, la crítica ya no se practicaba sólo sobre los artistas, sino que incluía al público. Por eso, varios prisioneros del CCD La Perla fueron llevados por miembros del Ejército al festival de folklore de Cosquín, para que identificaran a posibles subversivos. ¿Es necesario decir que las canciones a interpretar seguían siendo sometidas a la censura previa?
Es necesario porque, ese año, “El Turco” actuó y anunció que cantaría una canción no incluida en el repertorio oficial. “Mi pueblo me lo pide”, dijo el cantor para justificar su decisión. Al escucharlo, el teniente primero Carlos Enrique Villanueva –quien se hacía llamar “Gato”, “Príncipe”, “Principito”, o “Villagra”–, a cargo de controlar a los prisioneros, comentó:
─A este tipo hay que matarlo.
Jorge Cafrune había comprado la finca “Los Cardales”, ubicada a pocos kilómetros de Buenos Aires. Allí atendía mejor sus asuntos artísticos y también podía criar y domar a sus animales favoritos. Después de cantar en Cosquín, él había decidido conmemorar el bicentenario del nacimiento del general San Martín a su manera. Para eso, planeó un viaje a caballo que uniría Buenos Aires con Corrientes. Calculó que tenía que hacer treinta kilómetros por día para llegar el 25 de febrero y depositar un puñado de tierra de Boulogne Sur Mer (la ciudad donde murió el prócer) en Yapeyú.
Entonces, “El Turco” tenía cuarenta años y tres proyectos muy definidos: andar a caballo, cantar pueblo por pueblo y escribir un libro.
La última noche de enero de ese año, cabalgaba junto a un compadre por las afueras de Buenos Aires. Había hecho mucho calor y la ruta estaba oscura. Un cofre llevaba la tierra de la muerte. Cerca de la medianoche, las luces de una camioneta encandilaron a los jinetes; los caballos se asustaron y la muerte escapó de su caja y se adueñó del mejor cantor popular de Jujuy.
¿Fue un accidente o el cumplimiento de una orden? Esta cuestión nunca fue dilucidada.