por Luisfelipe Alegre
Qué pena!
La muerte de Félix Romeo Pescador ha conmovido estos días
los mundos literarios y del periodismo cultural. En Zaragoza, lo han llorado especialmente
sus amigos escritores: Ismael, Daniel, Antón, Luis, José Luis, Aloma, Ignacio,
Eva, Javier, Cristina, Miguel... vaya nuestro abrazo a la familia y a todos sus amigos.
Antes de publicar Dibujos
animados, Félix Romeo Pescador ya era un hombre de letras conocido y
admirado en Zaragoza. Cuando le conocí, me pareció un jovenzano de barrio que
iba para hombre de mundo. Vestía de negro.
Coincidíamos en los trenes y autobuses. Allí
dialogábamos. Cuando estábamos en grupo no se puede decir que habláramos, más
bien nos gritábamos. Su ideal de la liberté
no coincidía con mi pragmatismo y ambos éramos muy vehementes. Tampoco
hablábamos cuando coincidíamos detrás de una mesa, presentando un libro. Félix
gustaba de provocar el regocijo del auditorio con afirmaciones rotundas que
levantaban ampollas, así que convenía estar distante, por si acaso.
Sin embargo, nunca fuimos enemigos. Al menos en tres
ocasiones, Félix nos envió las cámaras de La Mandrágora para dar noticia de
nuestro paso por tal o cual lugar. Recuerdo la última, en el Titirimundi segoviano.
Poco antes, en los encuentros literarios de Albarracín, nos las habíamos tenido
a propósito de la deuda externa de los países africanos. Por eso me extrañó que
tuviera la deferencia de reseñarnos; no sé si yo hubiera hecho lo mismo.
Un día, esperando en Conde Aranda a un 22 que no llegaba
nunca, hablamos de la biografía de
Antonio Machado escrita por Gibson. Ello nos llevó a las diferencias entre
“verdad” y “verdades”, “razón” y “razones”, “realidad” y “realidades”, esos
asuntos que Machado solventaba con Mairena.
El año pasado, por estas fechas, con su compañera Lina y
la familia Rodríguez-Gascón, lo tuvimos como espectador de lujo en una función de Rayo, viento y ausencia de Miguel Hernández,
donde actuaba su amiga Aloma Rodríguez.
Un mundo sin Félix
Las reacciones al fallecimiento de Félix Romeo
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) demuestran que era un personaje excepcional de la
cultura española. Músicos, cineastas, escritores, editores, artistas y la
ministra de Cultura han mostrado su pesar por la pérdida de una figura irrepetible
y generosa. Es asombroso y emocionante ver cuánta gente tenía una relación
especial con Félix Romeo. En un episodio de autismo desalmado, las
instituciones aragonesas no enviaron ningún representante al funeral.
Félix Romeo publicó tres libros en vida. 'Dibujos
animados' (1994) era una novela fragmentaria y perequiana que retrataba su
infancia en el barrio zaragozano de las Fuentes, y que desplegaba una poética
poderosa y una forma especial de mirar la niñez. 'Discothèque' (2001) era un
relato polifónico que mezclaba la experiencia en la cárcel del autor –condenado
por un delito de insumisión- con las alusiones literarias y un humor salvaje, y
donde cabían tanto el imaginario del cine y la literatura norteamericana como
el iluminado Miguel de Molinos y el futbolista del Real Zaragoza Nayim.
'Amarillo' (2008) era un mensaje a Chusé Izuel, el gran amigo que se había
suicidado en Barcelona en 1992, y también el testimonio estremecedor de las
heridas y la culpa que habían dejado su acción.
Poco antes de morir de forma totalmente
inesperada a causa de un fallo cardiaco, Félix Romeo había entregado a su
agente un nuevo libro –'Noche de los enamorados'-, una reflexión sobre el
crimen, la justicia y la libertad donde investigaba el caso de su compañero de
celda en la prisión de Torrero. Además, escribió miles de artículos, impartió
centenares de conferencias, colaboraba en la radio, tradujo del italiano y del
portugués, y estuvo durante cinco años al frente del programa 'La Mandrágora'
en Televisión Española.
Félix
Félix Romeo era la alegría que llegaba en forma de helado, de
brindis ruidoso, de canción desentonada pero entusiasta; de caja de
bombones, de regaliz o de libro. Siempre era torrencial y vehemente,
como cuando defendía la libertad, algo que ha hecho con voluntad férrea
en las páginas de HERALDO. Pasaba muchas horas en piscinas, de amigos,
públicas y en una pequeña balsa que construyó este verano en la casa
que compartía con Lina Vila.
A Félix Romeo le gustaban muchas cosas y todas le gustaban mucho.
Disfrutaba de la belleza, de las ciudades, de los paseos, de un café
solo con hielo en una terraza, de los pistachos, de la risa a
carcajadas y del amor en todas sus formas. Le gustaban mucho los
diccionarios, ir al cine y las granadas. Señalaba todas las referencias
aragonesas que aparecían en los libros que leía, que eran muchos, y
tenía el don de hacer sentir especial a cada uno de sus amigos. Era un
torpe pero esforzado jugador de waterpolo y un estupendo inventor de
chistes.
Condensaba muchas vidas en una sola: el tío ideal, el hermano
mayor, el hijo adorado, el crítico audaz, el analista político lúcido,
el escritor moderno y sorprendente, el polemista con argumentos, el
mejor amigo, el cómplice, el que hacía reír, el descubridor de
cantantes, escritores, revistas, etc. Era una bisagra siempre engrasada
y dispuesta a conectar a un traductor con un editor, o a un escritor
con una editorial. Su generosidad no tenía límites. Por eso, nuestro
mundo va a ser un poco más pequeño ahora que él ya no está para
ensancharlo, para hacernos repensar el mundo y nuestras ideas o para
recomendarnos el disco de un cantautor que acababa de escuchar, como
Rafael Berrio.
Félix se ha ido cuando las granadas empiezan a estar
maduras, cuando el otoño llega para instalarse. Ni siquiera la fuerza
del cierzo zaragozano va a poder llevarse la tristeza que invade la
ciudad, de la que era un absoluto enamorado y un gran embajador. Félix
usaba a menudo una cita de Salman Rushdie, de ‘Pásate de la raya’:
«para demostrar que el fundamentalista se equivoca, tenemos que saber
primero que se equivoca. Tenemos que estar de acuerdo en qué es lo que
importa: besarse en público, los bocadillos de jamón, la divergencia de
opiniones, la última moda, la literatura, la generosidad, el agua, una
distribución más justa de los recursos mundiales, las películas, la
música, la libertad de pensamiento, la belleza, el amor. Esas serán
nuestras armas». Félix Romeo era un auténtico defensor del placer y de
la alegría, y para demostrar que no se equivocaba tenemos que besarnos,
bailar, cantar, disfrutar de las cenas con los amigos y ser todo lo
felices que podamos. Ese será nuestro homenaje.
*Columna publicada el domingo 16 de octubre en el suplemento “Heraldo Domingo” de Heraldo de Aragón.
La foto está tomada en 2008, durante un viaje en tren de Zaragoza a Teruel, y me gusta mucho porque está escribiendo.
Aloma Rodríguez