Las Noches de Juglares, como otras actividades del Parque Delicias, las organiza el Centro Cívico Esquinas del Psiquiátrico, o sea, el Ayuntamiento de Zaragoza. El Silbo Vulnerado, o sea, nosotros, nos encargamos de programación y realización. Los dos equipos son amigables y colaboramos muy bien. Sin ser explícito, funciona el principio de "todo lo que pasa en el escenario es cosa nuestra". Y también que el director del Centro (desde su creación, Isidoro) es el responsable último, como si dijéramos "el jefe del teatro", quien se encarga de que haya escenario, toma de luz, sillas, carteles...
Patio habitual
Claro, como las Noches se hacen en un espacio natural del parque Delicias, existen otras voces: asociaciones de vecinos y Junta del distrito, principalmente. De esa parte nosotros no sabemos, siendo el Centro el que les da las explicaciones y nos trasmite a nosotros las inquietudes que pueden surgir. El escenario lo montan las brigadas, pero si no conviene la posición lo desplazamos entre todos hasta donde nos interesa. Si no hubiera corriente, el jefe trae un generador. Cualquier incidencia la resuelve uno u otro, le corresponda a él o no. Y así desde hace 26 años, cuando se abrió el parque.
Entrada al patio habitual
Noches de Juglares tiene carácter abierto, sorpresivo para el paseante desinformado que descubre un algo y encuentra una silla a su disposición para ver y oír eso que sucede. Una constante en el ciclo: parte del público es circunstancial, pasa por allí y se queda. Un parque es muchas cosas a la vez: lugar de encuentro, con otros o con uno mismo. El parque puede ser desde un atajo para llegar antes a casa, a un laboratorio de la Naturaleza que te hace sentir más animalmente humano.
A veces el artista sobre el escenario ve que unos espectadores se incorporan, les saluda, o -si es caso- les resume su relato y continúa su número.
Sí, el espacio íntimo de este parque, tiene muchas sugerencias. Evoca los tablados medievales y los espectáculos callejeros. Evoca al profeta y al anacoreta. Evoca el teatro de variedades y el café literario. Evoca.
En febrero
Teníamos apalabrado parte del programa de las Noches 2020. Habíamos hablado con la Orquesta de los Títeres Muertos como número musical-visual, y con Ingrid Magrinyá para que adaptara una de sus coreografías a nuestro escueto escenario. Varios colegas americanos de alto nivel iban a estar de gira por Europa en primavera. Las fechas de las Noches casaban con las de la pianista Mónica Papalía, el cantante Ariel Prat y el actor Gustavo Masó.Una banda del barrio, Los cuatro luceros, que el año anterior homenajearon a Hilario Camacho, estaba preparando un recital de canciones anglosajonas para el último día. Como la idea era acompañar las canciones en ingles con su traducción castellana y su interpretación en lengua de signos, nos reunimos con la asociación correspondiente.
El año anterior habíamos comenzado cada sesión con un coloquio, alrededor de una mesita, entre alguno de los artistas participantes y un escritor al que luego dejaríamos solo como primer interviniente. Pensábamos repetir esa fórmula.
En marzo
A mitad de mes, la sensación generalizada en el mundillo artístico es de perplejidad. No solo el virus -que ya había tocado a varios colegas- preocupaba; también sus consecuencias.(Laboralmente, los que vivimos de subir al escenario perdíamos todos los contratos de primavera; los que trabajamos en grupo quedábamos desarticulados. Como en marzo aún no empieza la temporada, muchos artistas no estaban cotizando como autónomos y no podían acceder a las ayudas que se concretaban esos días; otras ayudas para trabajadores del espectáculo se basaban en el número de altas del año anterior -20, un número generosamente accesible- pero nos iban llegando noticias de compañeros que, por distintas razones, no encajaban en los parámetros. Perplejidad + desolación. A lo que se sumaría un fondo filosófico que nos hacía cuestionar hasta la necesidad de nuestros oficios que, al serlo por vocación, son razón de vida).
Pero...por si se pudiera celebrar el ciclo, había que tener preparado el programa. Pensamos que sería importante la parte conversacional. Hablamos con Carlos Grassa Toro que, desde su atalaya (La Cala) en un pueblo pequeño (Chodes), podía aportar, con sus versos y prosas, una mirada interesante de la situación. Quique Artiach, que siempre ha compaginado la música con la hostelería, sacaba su libro de relatos basados en su trabajo: Historias de camareros. Un libro que podría subtitularse "para saber cómo somos". Barajamos otros autores, uno por sesión.
En abril
El 17 de abril, el jefe nos informa del posible cambio de escenario. Al parecer, desde la dirección de los Centros Cívicos, Antolín -para nosotros, el "super jefe"- ve más idóneo pasar el programa al Anfiteatro del parque, 100 metros más allá.
El cambio a un espacio más amplio -se razona- permitiría mantener los 200 espectadores que alberga el patio habitual, y cumplir con las medidas que, tarde o temprano, se impondrían para los actos al aire libre en previsión de males mayores. Los jefes pensaban en septiembre, nosotros en julio. En algún momento se pensó que podía ser en agosto.
A regañadientes, comenzamos a repensar el formato. ¿Por qué no nos gustaba? Veíamos que el desplazamiento trastocaba la filosofía del ciclo: naturaleza, intimidad, sencillez. Esto es: artistas y público bajo el arbolado, próximos, y con medios técnicos básicos. Ahora, las dimensiones del espacio se multiplican por diez.
Vista Anfiteatro con estanque tras columnas
Encontrábamos inconvenientes al nuevo enclave: el control de la iluminación del parque era la principal fuente de desconsuelo. ¿Comó centrar la atención del espectador, si se le ofrece la visión de todo lo que sucede en los grandes espacios que hay tras el escenario? Si no se apagaban ciertas farolas, no había forma de disimular, pues el publico, en gradas, podía ver sobre cualquier fondo que pusiéramos. Luego, el control del chorro de agua en medio del estanque... en fin...
Hay muchas personas comprometidas con la función social del parque dispuestas a favorecer su dinámica social. Uno de ellos es Jesús, "El Bicis", viejo amigo que resulta ser una suerte de mantenedor arbóreo y tiene acceso a la sala de máquinas y conoce las secciones lumínicas del espacio.
Lo del formato hay gente que no lo entiende. Lo explico comparando un libro "de bolsillo", que puedes llevarlo encima y leerlo en cualquier lugar; es liviano y cabe en riñonera, mochila, bolso... con otro libro "de regalo", que suele ser grande, a veces desmesurado para su contenido, y pesado, inapropiado para sacarlo de casa.
Pues, también, el espacio en su relación escenario-patio tiene sus claves y con frecuencia determina la relación artista-público.
Así, el programa se iba a resentir en su parte literaria: veíamos difícil la concentración, la atención del espectador en el autor y su sola palabra. El anfiteatro patrocina el desparrame visual, pensábamos. Esta reflexión nos llevó a posponer para la próxima edición las intervenciones de escritores y otras más intimistas que barajábamos, en beneficio de actuaciones que "llenasen" visual y sonoramente el espacio.
En mayo
Comienzan los cambios de fase pandémica. Por si acaso, Isidoro nos provee de un oficio para poder movernos por el parque a cualquier hora.Estudiamos los campos visuales comunes desde distintos puntos de las gradas.
Al escenario central, ocupado por las intervenciones musicales, se sumaría el existente ante las columnas del estanque, donde podrían verse los números de danza que, en la distancia resultarían casi ensoñaciones. Ese espacio tendría una iluminación propia acompañada de efectos visuales. Propusimos a Ingrid y a Ana Continente llevar sus coreografías a ese espacio, para ejecutarlas en combinación con el grupo del escenario central; bailarían allí con la música de Mª José Hernández y Almagato, respectivamente.
Por otra parte, el seto que encierra al anfiteatro, de casi 2 metros de altura, permitiría apariciones con el apoyo de la grúa que utiliza el parque para podar.
En junio
Íbamos casi todos los días a distintas horas para tomar el pulso humano del espacio. Romeo buscaba motivos para el cartel. Con los Albertos de Amankay nos preguntábamos sobre el efecto de sonorizar el escenario del lago para la danza y los posibles rebotes. Con Carmen y Amparo ensayábamos fórmulas para que flotasen luminarias en el estanque. Los conservadores del parque trajeron su grúa para que la Millán elevara su gigante. Estudiamos la incidencia del viento. Hicimos simulaciones. Conseguimos focos de gran potencia, 2.000 y 5.000 watios, para iluminar personas o cosas que elevara la grúa, etc.A veces, proponíamos intervenciones a colegas; lo pensaban y declinaban por no verlo claro o, dada la incertidumbre, no tener ánimo para arriesgarse en trabajos que podían quedarse en nada. Otros, simplemente, tenían las fechas ocupadas. Fueron los casos del Teatro de Medianoche, al que solicitábamos recrear las columnas con efectos del teatro de sombras; del taller de danza que practica en el centro cívico; o del zanquista Espallargas.
Por su parte, los jefes hacían mediciones y evaluaciones, pensaban la mejor forma de "cerrar" el espacio del público con dos pasillos, para entrar y salir. La seguridad se fiaría a una empresa, para el control de acceso. Pensaban aforar el escenario central con vallas. Dudaban si dar pases anticipados en el centro, o dejar que afluyeran vecinos hasta el cupo autorizado. O sea, pensaban en lo que les competía.
De todo esto, nosotros nos desentendíamos. Nuestro problema no eran las medidas que se tomaran, sino el espacio que debíamos justificar artísticamente.
Imaginamos a los jefes redactando informes para instancias competentes, pues -pensamos nosotros- no sería de extrañar que, en tiempos de desbandada, algún compañero del aparato municipal considerase inadecuado tanto compromiso con las nochecitas de los juglares.
A finales de mes, ya estábamos persuadidos de que podíamos afrontar el reto de trabajar para doscientos vecinos (en un espacio que normalmente podía reunir mil) dispersos en tres orientaciones: frontal, lateral derecho, lateral izquierdo, la mayoría sentada al bies. Cada espectador estaría a dos metros del espectador más próximo. Potencialmente disponíamos de los elementos necesarios (escenarios, luces, sonido) para dar un buen espectáculo: música en el centro, lejana danza, acomodación artística, apariciones en los setos, acciones con el chorro del estanque, baños de luz...
En julio
En la línea de hacer espectáculos humanos, contábamos con el servicio de acomodadores que pondría la PAI. Aunque el público diera vueltas para encontrar la entrada y se le sometiera a algún tipo de incordio, la acomodación sería grata.
En las marquesinas y autobuses, el ayuntamiento se dejaba ver, por lo mucho que anunciaba, no solo en los centros cívicos. La limitación de aforo hacía que se tuviera que ir a recoger la entrada días antes, o apuntarse por internet, o llamar por teléfono.
Una Plataforma de Artes Escénicas presionaba a las instituciones para recuperar presencia y audiencia.
Aparece una consigna en la propaganda institucional callejera: "Vuelve a la cultura". Y nos da que pensar: ¿Acaso habían prohibido a las gentes el enriquecimiento interior? ¿No han leído libros, no han visto documentales, no han oído músicas y pensamientos profundos? Evidentemente, la propaganda va en la línea de suplantación de conceptos. Se puede volver a la librería, al parque, al cine... pero no a "la cultura", que es una abstracción.
La primera semana de agosto estaba signada para realizar una suerte de ensayos de la parte técnica y técnico-artística -que no era poca. Pero el 28 de julio nos trasmiten el cambio de ubicación: la rotonda del CC Delicias.
Las Noches de Juglares
El vecindario del barrio
El uso social del parque
Más bien lo haría pensando en que "lo que fuera a hacerse" podría servir para expandir más el virus por el vecindario en un espacio incontrolable como es un parque. No sabemos las razones, pero seguramente no pensaron en la solvencia de los organizadores, en la responsabilidad de los vecinos, en la preferencia del aire libre.
Cuando se habla del "control", recordamos el caso de aquella plaza donde no había niños porque campaban los malos. Hasta que un día volvieron los niños, y los malos buscaron otro lugar. ¿No tienen las altas instancias un psicólogo social a mano? Convendría.
Como es natural, juramos un rato, agachamos la cabeza y enfilamos hacia la Rotonda. La relación con los jefes era de incomprensión mutua. En símil deportivo: ellos habían salvado el campeonato pero el equipo se había formado para jugar en otro campo. No había tiempo más que para decir "sí" e intentar agradecer la solución, porque ellos lo hacían por las Noches... y por nosotros, por los artistas. Era así. ¡Y nosotros, sintiéndonos traidores al parque! ¡Qué cosas!
De lo que pasó en la Rotonda, daremos cuenta en otro artículo.