Admoniciones a favor de la humildad
Se habla mucho de la crisis en abstracto o de sus vertientes económicas, pero poco de la crisis de identidad. Cuando miras en derredor y ves la apariencia en que se vive, no puedes por menos que recordar orígenes nada lejanos. La burbuja de un modelo de crecimiento socioeconómico de doble filo, acontecido en los últimos treinta años, nos hizo olvidar a los españoles que antes habíamos sido míseros, pobres y pícaros. Nadie quería acordarse de un pasado humilde o, como otros dirían, del largo y funesto subdesarrollo. Un pasado de carencia de recursos, de vivir al día y de analfabetismo latente, por sintetizarlo de alguna manera.
Pero tal vez de aquellos tiempos peores se salvaba un sentido de la dignidad que hoy no encuentras fácilmente, una actitud de modestia y humildad que parece haberse desalojado del corazón de los peninsulares y una capacidad de rebeldía que hacía apretar los puños en los bolsillos antes las obvias injusticias y que hoy se ha sometido a rendición.
En los últimos años pocos españoles se consideraban ya obreros. ¡Todos somos clase media!, parecía ser el grito unánime. Como aquel otro de ¡al fin europeos! Pero la clase media, se diga en singular o en plural, no es una clase constituida como tal. La condición de sus miembros es trabajadora, como la verdad es la verdad lo diga Agamenón o el porquero. Sólo la percepción salarial de cierto nivel o ese fenómeno más frecuente en estos años de que dos o más miembros de una familia trabajen ha permitido una capacidad adquisitiva y de ahorro a un tipo de españoles. Justo los que se consideran clases medias. Pero que no se olvide que la clase media es sólo posición de clase. Seguramente temporal, pasajera, efímera. Porque las medidas económicas en marcha, el acaparamiento financiero de la gran banca, los recortes salariales y de pensiones, la reestructuración de empresas y consecuentes despidos, la elevación de impuestos y la bajada o eliminación de servicios asistenciales va a barrer a parte mayor o menor de esos sectores que han vivido con mayor disponibilidad económica.
Tal vez lo que venga, y los augurios no son nada favorables, aunque algunos se empeñen en mostrarnos sonrisas mcdonald, sacuda también esa especie de frivolidad humana en la que se ha vivido. Esa soberbia del yo pago y exijo. Ese creernos alguien cuando lo que hemos estado es vendiendo nuestra primogenitura de la dignidad. Entonces, cuando uno tiene este tipo de pensamientos acres recurre al Quijote y rebusca entre las admoniciones que el ingenioso hidalgo hiciera a su escudero Sancho, tales como éstas:
“Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te corres (*), ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Inumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.
Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista (**), y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.”
Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista (**), y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.”
(* que no sientes vergüenza/ ** se adquiere)
Para quien desee leer el resto, que mire la Segunda Parte de la obra, capítulo XLII. No tiene desperdicio el ojo clínico de un español, Miguel de Cervantes, que digería a su manera su tiempo y su país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario