Reproducimos a continuación el artículo de Luis Felipe en esta revista.
MIGUEL Y PÍO: ESPEJOS DEL JUGLAR
Si el ambiente familiar favorece nuestras inclinaciones, fácil es deducir que José Antonio Labordeta pudo conciliar vocación y devoción en la estela de un padre que recitaba poesía latina, de un hermano cantor, de otro poeta; profesores, como él, en tiempos de enseñanza entre líneas. Añadamos como extensiones familiares a los artistas invitados y entre ellos a uno especialmente acogido en su casa, en su colegio, en su tertulia y en sus publicaciones: Pío Fernández “Cueto” Muriedas, actor recitador (recitante, al decir de Valle Inclán). El actor, fue junto a Miguel Labordeta, inspiración y referencia para el futuro juglar.
MIGUEL LABORDETA
La huella de un poeta tan monumental como fue su hermano Miguel, fue para José Antonio tanto un peso como un acompañamiento. Una voz con la que conversar, como cuando en 1965, cuatro años antes de su muerte, en Las Sonatas, le escribía:
Segundo recuerdo
De mi hermano Miguel
Sellarte el tiempo al pecho,
Rasgarte la mañana, dolorido todo,
Ponerte en pie, ¡gritar!
Grueso pienso de ti, estás enorme:
Enorme soledad, bondad con ira.
Viento cierzo del norte
rompiendo delicadas y absurdas
palomitas ciudadanas. Miguel, ¡cuánta violencia!
Cuánto ir y venir, cuánto morirse,
posiblemente para nada.
Hoy no: mañana es imposible.
Los días se nos marchan
como ríos de rostros no nacidos.
Miguel, entre tanta agonía,
te vuelvo a contemplar
y estás presente.
En el año de su muerte escribe “El poeta”, un poema que alguien ha podido pasar por alto entre su prolijo repertorio de canciones. Merece ser leído de nuevo.
El Poeta
A Miguel, mi hermano
Él quiso ser
palabra sobre el río al amanecer
y caminó
por viejas esperanzas
que nadie entendió.
Dejó después
su mano entre las manos y se nos marchó
con un nuevo silencio
que el viento rompió.
Su gesto fue
dolido, por el caminar
entre yermos y piedras
y un extenso erial.
Su voz se ató
al yermo del paisaje y a la sangre en flor.
Se hizo pared
allí donde los muros cayeron tras él.
Su soledad
abrió por los caminos la necesidad
que levanta a los hombres
a la libertad.
Caminos son
abiertos por su fuerte voz
lanzada contra cierzo y sol
y contra tantos siglos de dolor.
Como pared proyectaría una gran sombra, pero abrió el camino por el que transitar.
Sin impostura, ni ocultación de un dolor vallejiano, José Antonio le dedica en Treinta y cinco veces uno (1972) “Nos haces una falta sin fondo”, elegía epistolar con noticias de la ciudad que “apesta a soledades y decoros” mientras mamá “te llora en los rincones” y “Mi hija / -Ana pequeña ahijada tuya- / me pregunta cuándo vas a nacer / de nuevo”. Ciudad irredenta, madre mirando el pasado, hija soñando el futuro. Queda para remitente el silencio y la dolorosa ausencia compartida.
A José Antonio le molestó siempre el desentendimiento que la oficialidad poética tuvo para con la obra de Miguel. Los aficionados no necesitamos que la canonicen para tenerla sin polvo entre los libros de cabecera, pero sí sabemos que el placer de compartirla con otros obliga a una mayor difusión que la haga accesible a los neófitos, cosa que sucede cuando hay un reconocimiento gremial y plural. Por ahora, y pese a los esfuerzos de su hermano, Miguel sigue caracterizado como un poeta raro, una torrentera estival que no hace cauce. Y eso, a los que tenemos en alta estima a la poesía zaragozana de la segunda mitad del siglo XX, nos duele.
PÍO FERNÁNDEZ “CUETO” MURIEDAS
Pío había nacido con el verso libre. Durante la República fue reconocido como un ejemplo de regeneración juglaresca: “Saludo en Pío Muriedas a un restaurador del arte de los antiguos juglares, creyendo que la poesía más se ha de percibir por el oído que por la vista”, había dicho Ramón Menéndez Pidal. Los autores le suministran inéditos. Valle Inclán lo invita al Ateneo de Madrid, Dámaso lo presenta en la Universidad, Lorca le acerca Poeta en Nueva York…
En la guerra, combate y recita en cuarteles y tajos las poesías de Lorca, Miguel Hernández, León Felipe, Alberti. Después, la cárcel y el peregrinaje por la España del hambre.
Aquel hombre que dejaba conmocionado a quien lo escuchara recitar, hacía largas visitas a Zaragoza, acogido por los Labordeta.
En 1959 aparece en Orejudín, la revista del ala joven del Niké que comandaba José Antonio, un monográfico de homenaje a Pío que se abría con un retrato de Eduardo Vicente y versos de Miguel. En esa década, Pío había sumado al repertorio a los poetas más candentes como Blas de Otero y Celaya, y, entre ellos, a Miguel Labordeta, cuyo “Retrospectivo existente” sonaba como recién compuesto en su voz.
Pío inspiró la entrada de Miguel en el teatro, y protagonizó el estreno de Oficina de Horizonte en el Argensola de Zaragoza, el año 1955.
En una de sus últimas visitas al Santo Tomás de Aquino, en la primavera de 1973, además de su variado repertorio de clásicos y modernos, hizo, a modo de sketch, una parodia pergeñada el día anterior con José Antonio y que semejaba una adaptación escénica de su canción “Réquiem por un pequeño burgués”.
José Antonio escribió sobre Pío, especialmente en Cuentos de San Cayetano. Del recital que yo vi en el 73, escribió Pepe Melero, quien recuerda la presencia de Pinillos. Semblanzas y estudios del José Antonio poeta: Pérez Lasheras, Mainer, Antón Castro…
La convivencia con Miguel y Pío sugiere el tránsito de poeta a intérprete, la necesidad de la poesía como mester diario: José Antonio Labordeta, juglar.
Luis Felipe Alegre
Oficina de horizonte, de Miguel Labordeta. En escena Pío. Escenografía de Agustín Ibarrola
Caricatura de Pío realizada por Julio Antonio Gómez y publicada en la revista Papageno, 1958
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