La riada
En el río de la poesía se orillan, por un lado, los que creen
que todo es poetizable porque la poesía es decir las cosas con arte, es decir
con rima y medida, como el romance del
programa de fiestas.
Y en la orilla contraria los que creen que a la poesía le
sobran las palabras. Todo poetizable con un objeto un color, una sombra.
En el cauce-cauce, la poesía de libro, de tesis vital, de purezas
e impurezas, de épicos laberintos, la
obra gruesa.
Sobre el puente, atisbando lo que trae el río, hay muchos editores,
tres rapsodas, dos o tres críticos de nivel académico, un par de periodistas
culturales.
Las adscripciones a corrientes son temporales. A veces un
rapero se ve arrastrado hacia el centro de la corriente y escribe sonetos de la
experiencia.
Cuentan que un día, un editor quiso pescar a tantos poetas
que acabó arrastrado por la corriente y ahogó su editorial.
Es normal que cada vez que hay una crecida, al día siguiente
aparezcan las riberas sembradas de hojas de los libros separadas quién sabe si
por el agua o por el vino. Alguien creyó ver en una de ellas el juramento de la
queimada y desde entonces se lee mientras los castizos preparan el mejunje.
Todo esto explica la preocupación en torno a la próxima riada
poética, pues los poetas de la orilla experimental hacen cada vez las obras más
gruesas, dado el poco eco que concita el minimalismo, y es previsible que se
taponen los puentes. Que este año hayan anunciado obras tituladas “Ariete” o “Patos”,
no ayuda a disipar los miedos.
Es de creer que el derrumbe de un puente acabaría con las
obras causantes, con sus observadores y con los que se hallaran más o menos
cerca. Las corrientes Nueva Sensibilidad y Poesía del Lenguaje están pensando
desviarse por un afluente. La corriente de Poesía Líquida está feliz.
¡Hum…!
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