El Periódico de Aragón publicaba ayer este brillante artículo del filósofo aragonés José Bada sobre los tiempos que vivimos.
José Bada. Foto tomada de SEIPAZ |
A propósito de la austeridad
La crisis económica no es toda la crisis,
ni se resuelve solo con medidas económicas. Hay bienes imponderables
que no produce la economía real ni se venden en el mercado. Valores sin
valor de cambio que no tienen precio, imponderables y sin embargo
imprescindibles para la convivencia humana en general y para resolver
incluso la parte económica de la crisis. Solo el necio --o los necios,
cuyo número es infinito, como dice la Biblia-- confunde valor y precio,
como dijo Machado. Sacrificar esos valores en el altar
de esa nueva religión, la del dinero, es un mal negocio que acaba con
todo sin resolver nada.
Claro que primero hay que vivir, y la urgencia del plato de lentejas
ciega al que tiene hambre. Se comprende. Pero lo que más ciega no es el
hambre que puede satisfacerse, la de los pobres, sino la insaciable
avaricia de los ricos. Si el hambre ciega, también espabila. Y se puede
ser pobre pero honrado, faltaría más. Mientras que la avaricia mata y
enloquece. Somos animales políticos y como tales deberíamos preguntarnos
para qué sirve el poder si no es para hacer justicia, vivir en paz y
ser felices dentro de un orden.
VIVIMOS EN UN mundo con recursos limitados, donde ni todo es posible
ni todo es necesario para ser más felices. Somos animales políticos,
todos, pero no todos en igual proporción y ese es el problema: que
abunda el número de los necios y los brutos, aunque sean pocos, tienen
mucho poder y una avaricia que rompe el saco. Con lo que gastan los
ricos de este mundo para morir de mórbida obesidad, se podría satisfacer
el hambre de los pobres de todo el mundo. No falta pan, lo que falta es
hambre de justicia. Y lo que sobra es avaricia.
Tener dinero es más fácil que ser honestos. La honestidad es el valor
más escaso, no porque no podamos ser todos honestos y aumente su
escasez con la demanda, sino porque los auténticos valores humanos como
la honestidad, la responsabilidad, la solidaridad, la fraternidad, y eso
que llamamos conciencia y buena conducta, todo eso, no se produce nunca
y menos en cantidades industriales. Propiamente hablando ni siquiera se
adquiere ni se tiene, no se compra: se es o no se es, ahí es nada.
¿Educar en valores?
Sea lo que sea eso no es escolarizar, ni adiestrar o simplemente
instruir, ni domesticar, ni clasificar o graduar a unos degradando a
otros, ni hacer hombres de provecho para la industria: para producir y
consumir los bienes y servicios de una economía en expansión sin límites
reconocidos hasta que explote. Porque esa es la madre de todas las
burbujas. Y educar en valores es dejar ser, ayudar a ser, cuidar el buen
clima, mantener el tiempo sereno, vivir bajo un sol de justicia y
mostrar los valores que brillan en la noche para todos. Y llamar a las
cosas por su nombre. Que no es mejor el que más tiene, ni desarrollo
humano el económico, ni excelencia lo que se dice en las aulas.
Todos los analistas saben que en el fondo esta crisis es moral. Y ese
es el tema del que habla todo el mundo. Pero el problema económico, el
grano que nos duele, no tiene solución económicamente hablando. Ni
predicando la austeridad, sino siendo austeros. La austeridad como
virtud moral no excluye el placer sino los placeres desordenados y
superfluos. Pero no la jovialidad, la afabilidad y la amistad como dice Tomás de Aquino recordando a Aristóteles
y llevándonos al huerto de Epicuro. Ese jardín --o huerto, mejor
dicho-- no es un espacio para competir sino para convivir. Porque no
hace falta más cuando hay bastante. La prédica de la austeridad como
renuncia es inmoral cuando solo es eso, cinismo cuando se impone a los
pobres y un error de bulto en política económica.
UN MINISTRO de Economía debería saber que austeros lo son ya sin
remedio los ciudadanos a quienes les llega el agua al cuello, y ninguno
de los ricos que nadan en la abundancia. Y que los recortes, como la
poda, han de hacerse en las ramas donde cantan los pájaros: por lo alto,
y no en las raíces de la economía real. Por otra parte, recurrir a la
moral como remedio es ignorar la racionalidad del sistema económico, la
condición humana y la categoría de la ética que es muy señora para
servir a la economía. Mientras que los hombres de carne y hueso son
demasiado humanos en general para servir a nadie sin ánimo de lucro.
Por tanto solo un milagro puede salvarnos de esta crisis: la
excepción de muchos hombres que rompan la regla y el círculo vicioso del
sistema, de hombres que sepan valorar porque sí lo que realmente vale
por encima de todo: de los fines por encima de los medios y de los
valores auténticos por encima de las mercancías. Si no se da el milagro
volveremos a las andadas. Y los primeros en volver serán los últimos que
se acuerdan solo de la moral cuando la necesitan. Y tonto el último,
naturalmente.
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