ÁNGEL GUINDA Y ANTÓN CASTRO, HOY, CON DOS POEMARIOS EN BARCELONA
Ángel Guinda. Foto: Vicente Almazán |
[Uno de los textos más bonitos de ‘Caja de lava’ de Ángel Guinda, que se presenta esta tarde, a las 19.30 en el Centro Aragonés de Barcelona con mi ‘El Paseo en bicicleta’, es este poema: ‘Taller de poesía’. Abajo, pongo un poema de ‘El paseo en bicicleta’, dedicado a la persona que me presentó a Ángel Guinda cuando era el poeta oscuro y maldito de Zaragoza. Ambos libros se presentan esta tarde, a las 19.30, en el Centro Aragonés de la calle Joaquín Costa, en compañía de la editora Trinidad Ruiz-Marcellán. Si andáis por ahí, no salís de puente y os apetece daros un paseo y tomar una cerveza será un placer.]
TALLER DE POESÍA
Por Ángel GUINDA
Leed
a los poetas verdaderos. Vivid, vivid al límite nuestra propia
existencia. Cruzad la Tierra, recorred sin miedo el laberinto de vuestro
interior. Descended a los cielos, subid a los infiernos. Estad alertas
siempre a lo inefable. Sembrad flores de luz en los cerebros, portazos y
regueros de imposible. Desenfrenadamente, amad. Embadurnaos con el oro
de la alegría, con el barro de la adversidad y del dolor. Trabajad sin
descanso. Resbalad por lo superficial, profundizad en lo hondo. Avanzad
mortalmente hacia la nada. Convivid la resistencia de los otros: haced
vuestras sus penurias, sus desgracias, saturaos de sus sufrimientos.
Esperad la llamada del poema como una llamarada. Y escribid como el
agua, escribid como el fuego: el agua y el fuego no escriben hacia
atrás.
Antón Castro. Foto: Vicente Almazán |
EL RAPSODA
A Luis Felipe Alegre.
Él
era el rapsoda, el hombre que decía versos por las calles, en las
tabernas, en las esquinas del cierzo. Él era el ameno trovador que
siempre llevaba una estrofa en los labios y un poema manuscrito en los
bolsillos. Siempre tenía uno de Ángel Guinda, de Rosendo Tello o de
Julio Antonio Gómez: solía decir que los versos de amor más bellos los
había encontrado en Acerca de las trampas del ‘Gordo’ Gómez,
poeta, editor, fotógrafo con laboratorio en Tánger y noctámbulo.
Salíamos a Independencia e iniciábamos una especie de duelo. Empezaba
él: “Las venas con poca sangre, los ojos con mucha noche”. Góngora.
Seguía yo: “El día se va despacio, la tarde colgada a un hombro, dando
una larga torera sobre el mar y los arroyos”. Sí, era de Lorca. Él
insistía con Walt Whitman. Yo con Miguel Hernández. Él hallaba una
imagen inesperada de César Vallejo o en la poesía vertical de Roberto
Juarroz. Yo echaba mano de la carta-poema final de Alfonsina Storni o de
una composición de Vicente Aleixandre -“Se querían en un lecho navío,
mitad noche, mitad luz”-, y así hasta que llegaba la madrugada y un
silencio sepulcral de verano sin nadie. Durante un buen rato, seguía la
memoria buscando palabras bonitas, juegos de luz, puñales de lucidez
contra la oscuridad del tiempo.
Esa
escena se repetía casi todas las madrugadas de aquel estío de 1978, y
luego en el otoño, y después en el invierno, que aquel año trajo una
gran nevada y enterró mi bicicleta de paseo hasta el sillín en la plaza
del Portillo. Conservo una foto indecisa de esa estampa.
Más
tarde, me enseñó versos para rondar. Y para fijar la atención de
aquellas actrices que iban de rojo y querían ser, en la vida y en el
teatro, La señorita Julia de August Strindberg. Otro día me
robó la novia. Lo hacía a menudo: la poesía, barnizada de misterio, es
la mejor arma de seducción. Y me dejó a la puerta de una de sus mejores
amigas con una canción en la boca, con una canción hecha romance: El romance del prisionero:
“Que por mayo era, por mayo, / cuando hace la calor…” Me acostumbré a
sentarme en el alféizar de la ventana de su vecina. Un día le dije: “No
me debes ninguna explicación. Estoy bien aquí”. Poco después, tras la
cortina, se asomaba una mujer de interminable melena, casi en pijama o
con un picardías de raso, aquella compañera desde la niñez que preparaba
un examen de medicina... El rapsoda le ofreció su mejor sonrisa. Y a mí
me extendió un verso manuscrito: “Cuando pasen los aviones por el cielo
azul / te seguiré queriendo”. Creí que era una forma de sellar una
difícil amistad. Aquel verso de Ángel Guinda era de los que mejor le
salían en cualquier recital.
Luisfelipe Alegre. Foto: Vicente Almazán |
*Las tres fotos, de Ángel Guinda, la de Antón Castro y la de Luis Felipe
Alegre son de Vicente Almazán, el fotógrafo sigiloso que obedece a un
lema y a una estética: "Pasaba por aquí". La foto de Ángel Guinda en
color es de archivo suyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario