6 de julio de 2020

Javier Brun. Trabajo y amistad



Javier venía de la movida teatral de Barcelona, su ciudad natal, donde había estudiado la carrera de Químicas. Su vocación le empujaba hacia el espectáculo y emprendió la aventura de vivir de ello.


Se instaló en Zaragoza en 1983 y  encontró amigos, paisanos grausinos y un amor.

Le movían querencias puras: teatro, danza, circo, al margen de que se hicieran en un escenario o no.

En la plaza de Santo Domingo montó casa y taller con quienes luego formarían el grupo Momo: Pilar Trillo, Jordi Pinar y Maribel Vidaller. Por su  parte, Javier trabajaba en el proyecto  Miniaturas con Jordi, Daniel Calvo, Michun,  Marisol… 

Una de las actividades de Miniaturas fue Cada loco con su tema –mayo, 1984, plaza Los Sitios- una suerte de escenario para la libre expresión que en aquel momento resultaba sorprendente. En otra ocasión, la Gran Vía se lleno de zancudos tétricos que señalaban los ventanales, entre vehículos plastificados y aullidos de sirenas. Era un domingo por la mañana. Sobrecogía esa procesión futurista que parecía inspirada en La guerra de los mundos.

Miniaturas movía mucha gente que quería aprender habilidades circenses. Colaboraba con la Delegación de Juventud y las actuaciones se enmarcaban en el Año Internacional de la Juventud.

Esos años se establecieron muchas conexiones. Por ejemplo, con el norte de Italia que fructificaron en encuentros como los que se celebraron en Turín y en Panticosa entre titiriteros y jóvenes de Barcelona, Zaragoza y Turín. Javier se metía de cabeza en esos proyectos.

En sintonía con sus inquietudes parateatrales,  organizaba en plazas zaragozanas sesiones donde ponía en relación bailarines con monumentos y mobiliario urbano. 


Un día, Jordi me llevó al Teatro del Mercado para ver una obra que había montado Brun en Barcelona y que se titulaba El lúcido mediodía del Dr Turpin. El trabajo reunía elementos cómicos en el guión y una elaborada serie de efectos mecánicos y eléctricos. Luego, estuvimos discutiendo por una desafortunada apreciación mía, “como Martínez Soria modernizado”, que Javier me recordaría a lo largo de los años, pretendiendo hacerme en parte responsable de su abandono de las tablas. Él sabía, lo decía con naturalidad, que no tenía dotes de actor.

Como organizador no tenía precio. Un día convenció a sus colegas para que le ayudaran a montar una escuela de circo en el Barrio Oliver. Esa escuela pretendía ser una alternativa ocupacional para jóvenes que no encajaban en el sistema educativo. Y Javier trabajó en ello con gran aceptación del barrio. La actividad tuvo cierto recorrido, se formo el grupo Saltimbanquis, y abrió la puerta al taller de percusión de Javier Pajarola, que fueron como una prolongación natural.

Buscando lo insólito como espectáculo, participaba en una suerte de grupo surrealista secreto que se reunía a la sombra de Juancho Graell, donde coincide con Ana A., Ricardo C.,  y Helena M. La cosa era enfrentar a un “no público” con una situación real de teatralidad escondida. He escrito “surrealista” porque las propuestas del grupo tenían para mí un sesgo buñuelesco.

En Zaragoza estábamos con la Conferencia de Teatros Públicos y  la guerra del centro dramático, cuando Javier entra a trabajar en la Concejalía de Cultura del ayuntamiento oscense. Ese verano de 1985 ya tenía un importante bagaje de experiencias, no solo artísticas, también planificadoras desde la base.  

El trabajo de técnico cultural en Huesca no le tocó en la tómbola.

Se instaló en los porches de Galicia, y su casa fue pronto popular por su vida social y el tránsito de bohemios.

Ese mismo año, Huesca ya montaba la 1ª Muestra de Teatro Actual. La concejalía de cultura funcionaba. No era habitual encontrarse en Aragón un concejal con experiencia gestora (Escriche) junto a un técnico de mente fría e ideas calientes.

En 1986 hacemos la Feria de Teatro.

(Al hilo de estos recuerdos de Javier, recupero algunos materiales sobre el nacimiento de la Feria que aparecerán en otro artículo en este blog).

Ese primer año Javier y yo nos encargamos de organizar un espacio “complementario” (el off) fuera del programa oficial de la Feria. Contamos con Jordi Pinar y Domingo Castillo para idear el encuentro y a las reuniones se sumaron grupos de San Juan de Mozarrifar, Remolinos... 


Fue testimonial, pero sirvió para encontrarnos el 31 de mayo en la Plaza de Santa Cruz medio centenar de actores, con sus instrumentos, zancos, títeres, indumentaria ad hoc, etc. Teatro de pueblo, de barrio y de ciudad. Celebrando la Feria de Teatro de Aragón. Javier se paseaba en pijama, con una cama en la espalda, seguido por Carlo Timossi tocando el acordeón.

La participación de El Silbo en la Feria –que se desdobló entre Zaragoza y Tarazona- se celebró en jardines y descampados de Veruela. Se trataba de una propuesta itinerante, y en la oscuridad de la noche el público nos seguía por los aledaños del monasterio. Y por esos senderos aparecieron una serie de presencias ajenas al espectáculo. Como si fueran estatuas, cinco penitentes inmóviles que solo movían los ojos. Nadie sabía ni quién ni por qué. Juancho, que dirigía la Feria, había organizado esa acción clandestina con su célula experimental y secreta. 

En esta foto, un anónimo Javier al acecho del paseante para provocarle preguntas:



Huesca  está entre Zaragoza y  Graus. Y no tan lejos de Barcelona, donde seguiría reuniendo titulaciones relacionadas con los epígrafes Arte, Internacional, Gestión, Cultura.

En 1987, la Feria, que nació con idea de alternar de sede cada año, no encontraba localidad que se arriesgara a acoger la segunda edición. La presencia en Huesca de Javier influyó en la elección. Y aunque la carencia de espacios municipales apropiados era una rémora, la segunda edición se celebró allí.


En lo artístico, continuó la vinculación de Javier con Zaragoza. Juancho había emprendido un nuevo proyecto teatral: la Cía. Sueño de noche de verano, creada para el estreno de Comedia sin título, de Lorca, inédita hasta entonces en las tablas.




La obra se estrenaba en el invierno de 1988 en el Oasis. Como se ve en el programa de mano, el elenco contaba con relevantes figuras y con colaboraciones como la de Lola Poveda (discípula de Fedora Aberastury) de quien eran muy afectos tanto Juancho como Javier (Xavier, en el programa).


Pero en la primavera de ese año 1988 hubo guerra en el frente teatral de Zaragoza. Juancho dejó la dirección de la Feria. Y ésta siguió en Huesca.

La muerte de Juancho Graell coincidió con la inauguración de la 6ª edición de la Feria. Me tocó escribir la necrológica para la prensa y le pedí a Javier una semblanza para El Día de Aragón.


Javier ayudó a la estabilidad de no pocos proyectos artísticos que se iban generando en Huesca. Choques, malentendidos, incomprensiones, habría también. 


Un día, recibí una llamada desde Barcelona, Javier me quería contactar con un actor francés que recitaba poesía en español. Le debo también ese regalo, la amistad con Jean Michel Hernández con quien haríamos no pocos proyectos.

Javier tenía su carácter, claro, pero era persona tierna. Me insistió varios años para que repusiera en Huesca Más margen, malditos! La última vez que me lo dijo le respondí “¿quieres que vayamos a la cárcel?” porque lo que se nos aplaudía en los 80 se había vuelto peligroso, aunque algunas programaciones servían de paraguas (Periferias, la misma Feria de Teatro…) contra una posible lluvia de entrecejos fruncidos.

En este oficio se habla mucho de “riesgo” por parte de los contratantes, en el sentido de corremos el riesgo de que no le guste al público, o que no venga. El de los artistas se llama “a riesgo y ventura”. A Javier no le incomodaba hablar de estas interioridades.

Normalmente, los movimientos sectoriales conllevan alineamientos de los gremios cercanos. Hacia 1996 comienzan guerrillas entre gestores culturales. Hacía años que Javier y José Luis Melendo eran factótum, no solo de la actividad de sus departamentos, también de proyectos que requerían el apoyo de ambos. Estaba madurando una especie de aristocracia de gestión cultural. Algunos proyectos se afirmaban, como Pirineos Sur, que llevaba Luis Calvo, otro peso pesado del clan de Huesca.

En aquellas hostilidades El Silbo sufrió un daño colateral. En algún punto de la disputa, apareció nuestro trabajo sobre Goya y a Javier no le gustó el primer acto de las Noches lúgubres, de Cadalso. Los argumentos de Tediato le parecían, al menos, inconvenientes (a él, que tanto apreciaba a los malditos). Dejémoslo aquí. Gestores y técnicos culturales llegaron a montar dos asociaciones distintas, pero no recuerdo el motivo de la división. Las empresas teatrales hicieron lo propio. En esas temporadas veía a Javier con los nervios destemplados. Creo que a la buena gente no le es grato discutir con los amigos, y, por ejemplo, Melendo lo era. Además ¡tantos días de papeleos y noches de soltería!

Algunas iniciativas parecían de corta trayectoria, como la revista Radar –mensual, de ocio y cultura- porque se habían intentado en la capital mil veces y siempre fracasaba. Pero pasan los años y ahí está funcionando en Huesca... y los intercambios transfronterizos, el uso de espacios desocupados, el desarrollo de nuevos formatos… no sé…

Recuerdo a Brun en todos los teatros. Y en Periferias, Lles y Brun con Panero, con Perico Fernández… Las funciones en ferias y festivales, el Museo Provincial, la sala de La Campana, campañas de institutos, congreso del exilio, centenario de Miguel Hernández,  Huesca Leyenda viva… Intercambio de agendas: “llama a”, “pregunta por”, “necesito un”, “qué sabes de”, etc.

Un día:

-Piensa qué querrías hacer en Huesca.
-Hagamos un festival de oralidad
-¿Cuentacuentos?
-También. Romanceros, copleros, narradores, rapsodas, monologuistas, charlatanes, narradores de estilo popular, culto, etc. Y mestizaje de géneros y artes, como música-palabra, imagen-palabra, movimiento-palabra, etc.

Hace 20 años no era común hablar de “narración oral”. Sin embargo, estaba de moda hablar del “sexo oral”, por lo que Lewinsky le había hecho a Clinton. Decir que había un “festival de oralidad” solía corearse con grandes carcajadas. Como a Javier le gustaban los chistes malos, se lo pasaba muy bien.

Empezamos en el 2000, y pasaron grandes maestros americanos: Padovani, Rueda, Pimienta, Centeno, Ducho, Amalialu, Caicedo, Buenaventura… Javier era más de escuchar que de leer. Creo que el Festival Internacional de Oralidad “Huesca es un cuento” durante algún tiempo fue la niña de sus ojos.  Se hacía en 6 espacios, más los rurales, durante 5 días, con un tiempo reservado para la teoría. Cuando Javier trabajaba en Zaragoza, o estaba en sus misiones por el exterior, dejaba de superjefes a Lles y a Angelita, con quienes debíamos entendernos Oswaldo, Grassa Toro y yo.

En la foto de Raquel Arellano: una sesión argumentativa en el Círculo Oscense, con Luis Lles, Javier Brun, Begoña Puértolas, Luisfelipe, Quico Cadaval, José Campanari, Pacho Centeno y, de espaldas, Maricuela. Era 2001.



Cuando dirigió el Centro Dramático, hizo unos cambios sustanciales en la política de coproducción: se eliminaba la justificación del doble de lo recibido; la convocatoria: abierta hasta que se acabe el dinero; equilibrio entre productores: financiación-mano de obra. Se podía trabajar y se trabajó.

En 2007 nos pide un proyecto de El Silbo para Huesca como compañía residente. Lo hicimos, desarrollando espacios formativos que no cubría la dinámica teatral oscense. Gustó, pero dio igual porque el terreno estaba minado. Y ni Javier consiguió desactivar la voladura del proyecto.

En 2009, siendo asesor de Cultura en el Gobierno de Aragón, me envía la carta de Pilar Navarrete y la entiendo, pero no contesto. La carta aquella que empezaba: “Al ver la selecta concurrencia que protestaba el jueves por los recortes presupuestarios en cultura y sabiendo, modestamente, de qué pie se cojea…”

El entierro de Jordi Pinar fue en Montjuic. Fui con Javier, en su coche. De regreso, hablamos mucho de la cultura líquida y de los efectos de la crisis –era 2012. Comentamos alguna campaña publicitaria, especialmente de la promocional del CSMA en el 05, y, claro, discutimos un poco de la Feria. Esto pasaba siempre que hablábamos más de media hora, que salía la Feria. Cuando paramos a tomar un café, pagó con uno de los grandes y me hizo quedarme el cambio. 

Raquel le apodaba “el boy scout” y yo, a propósito de esto, escribí:

Paseando entre los puestos publicitarios vi que Javier Brun había recordado a Jordi Pinar, amigo y titiritero recientemente fallecido, en una publicación de la Feria.

Decía Raquel Arellano que Javier Brun le recordaba a un boy scout  y, cariñosamente, se refería a él así.

-Dice el boy scout que lo llames -me decía, por ejemplo. Yo pensaba que la observadora fotógrafa fijaba su atención en la vestimenta y el aire deportivo-montañés del decano de los técnicos culturales de Huesca. 

Un día que Javier vestía como de boda, dije a Raquel:

-Hoy no dirás que Brun parece un boy scout.

Pero se encogió de hombros porque no era la vestimenta sino la buena acción diaria el atributo que, según Ra, caracterizaba a Javier.

La última llamada de Javier fue dos días antes de su muerte; era hora de comer, porque se oía a Begoña llamando a los chicos. Hablamos de la pandemia, de las incertidumbres y, finalmente, de la feria. El último correo que recibí es de hace dos años; me enviaba un párrafo de Roque Dalton que decía:
Yo te dije con toda seriedad / “qué largo camino anduve / para llegar hasta ti” / y tú me dijiste que ya parecía José Angel Buesa / y entonces me reí francamente / y te dije que los versos eran de Nicolás Guillén / y tú (que recién salías de tu clase de francés) / me contestaste que entonces era Nicolás Guillén / quién se parecía a José Angel Buesa / yo te dije que te excusaras inmediatamente con Nicolás Guillén y conmigo / y entonces me dijiste / que el verdadero culpable era yo / por llegar al José Angel Buesa esencial / a través de Nicolás Guillén / entonces yo te dije que la verdadera culpable eras tú / por ser tan puta / y ahí fue que me dijiste perdón / estaba equivocada / no es que te parezcas a José Angel Buesa / es que eres un José Angel Buesa.Entonces yo saqué la pistola...
Los instrumentos de cuerda tienen un cilindro de madera perpendicular entre sus tapas, que llaman “alma”. No se ve. Sin esa alma las tapas se hundirían por la presión que ejercen los dedos y el arco sobre la cuerda.El alma no la hace, pero sin ella no hay música. Complete el lector -si alguno queda- la alegoría.

He hablado estos días con Pilar Trillo, Helena Millán, Adolfo Ayuso, Daniel Calvo y Karlos Herrero. Con tristeza, me han brindado recuerdos que he unido a los míos para escribir estas líneas.

1 comentario:

  1. Muy interesante la semblanza, por su valor histórico y sentimental. Un fuerte abrazo. Octavio

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