12 de agosto de 2012

Educación, política, oralidad

Hablamos hoy de dos artículos aparecidos estos días en El País y de una película que se estrena mañana.

El tema del compromiso?

En el primero, el poeta y crítico literario Manuel Rico resume la relación de la literatura con las preocupaciones de su tiempo, repasa la actitud de los intelectuales alemanes y españoles con los partidos socialdemócratas, y luce su pragmatismo. Que el autor parezca animarnos a entrar en el PSOE no resta interés al escrito.
Josefina Delgado, alto cargo en el Ministerio de Cultura de Buenos Aires, recomendaba el artículo en facebook: "Este hombre sabe pensar. No se lo pierdan."
 
La cultura y la izquierda hoy

Durante los años treinta y cuarenta del siglo XX, el mundo de la cultura vivió de manera intensa las consecuencias económicas y sociales del crack del 29. Hoy no nos es posible desvincular las grandes novelas de Steinbeck, de Faulkner, de Dos Passos o la poesía de Carl Sandburg, o Edgar Lee Masters, de aquella dramática coyuntura. Aunque no hubiera una relación mecánica entre cultura y política, las preocupaciones de fondo de la literatura de la época estaban relacionadas con un impulso de las ideas redistributivas que se abrían paso en la economía en la posguerra.
En Estados Unidos, Galbraith afirmaba las políticas de Keynes y en Europa la clave de una sociedad atenta a los más débiles descansaba en la creación de poderosos sistemas de protección social y de eficaces servicios públicos, desde la educación o la sanidad hasta el sistema de pensiones. La literatura crítica no solo denunciaba las injusticias o recuperaba la memoria colectiva más dramática Grass, Böll, Max Frisch, Hesse, Camus, Sartre, los jóvenes airados de Gran Bretaña, sino que coadyuvaba a tales cambios en el convencimiento de que en cada paso en esa dirección había un empeño moral, un avance hacia una democracia más profunda, más sólida y real.

Los mercados contaban con una regulación antiespeculativa (la Ley Glass-Steagall, nacida en 1933 tras el crack del 29, tuvo vigencia, en el sistema financiero internacional hasta mediada la década de los ochenta: Thatcher y Reagan comenzaron a desactivarla y a eliminar los obstáculos que esta oponía a los excesos del liberalismo) y tenían una prevención enorme ante las exigencias de sindicatos y otras organizaciones sociales y, sin duda, ante el referente igualitario que suponía la mera existencia del llamado socialismo real en un mundo dividido en bloques. Y, en tanto, la literatura descendía a las realidades sórdidas, dibujaba las contradicciones sociales o realizaba prospecciones sobre el futuro (Aldous Huxley, George Orwell) en busca de sociedades menos vulnerables a los azares de una economía que, pese a todo, se sustentaba en la casi única lógica del beneficio. Leyendo las memorias de Günter Grass, o revisando la historia del Grupo 47, parte de cuyos miembros fueron soporte de las campañas electorales de Willy Brandt o activistas contra toda mirada complaciente hacia un pasado de indignidad o contra los retrocesos sociales, se advierte que históricamente el intelectual progresista ha combinado la crítica a la fuerza hegemónica de la izquierda, el SPD, con el apoyo a sus candidatos en los momentos decisivos
En España, la relación del intelectual con la política, especialmente con la izquierda representada en el PSOE, tiene algo de ciclotímica. A grandes idilios suceden gigantescas desafecciones. También aparece marcada por la culpa, por la mala conciencia y por la desconfianza. Incluso hoy, en medio de la más grave crisis en ochenta años, no es difícil encontrarse con la actitud equidistante, con la renuncia a intervenir, ni siquiera mediante el pronunciamiento ante las gravísimas consecuencias que para la vida civil están teniendo políticas de recorte que solo reflejan una lectura de la realidad aprendida en la Escuela de Chicago. Es decir, a ser, más que la conciencia crítica del partido mayoritario de la izquierda o el prescriptor del voto a otros partidos progresistas, el soporte intelectual de las posiciones abstencionistas, del voto en blanco, de un apoliticismo próximo al nihilismo cuya consecuencia última (seguramente no pretendida) es facilitar el acceso de la derecha al poder. Cierto que, a veces, determinados incumplimientos programáticos lo hacen extremadamente difícil, pero, en todo caso, se echa en falta el término medio basado en el análisis riguroso frente a la tentación de la demagogia.
Estar con movimientos de contestación como el 15-M no es contradictorio con la apuesta por gobiernos más sensibles a las políticas reequilibradoras, con favorecer una mayoría política que a ello responda. No se trata del mal menor, sino de pura coherencia. De evaluar, junto a la crítica a las derivas erráticas de un partido y a la exigencia de austeridad, ejemplaridad y rigor en el comportamiento de sus cargos públicos, de más democracia y más transparencia en su relación con la sociedad, qué propuestas permiten avanzar en la Europa social y limitar el poder de los mercados (pese a las nada desdeñables dificultades objetivas) y profundizar la democracia.
Ese es el núcleo, el elemento esencial ante el que el intelectual progresista no puede mantenerse neutral aunque sea crítico, incluso radicalmente crítico, con la fuerza hegemónica de la izquierda, con la socialdemocracia. Stéphan Hessel, autor de Indignaos y nada sospechoso de conformismo, lo dejó claro en Madrid el pasado mes de septiembre cuando presentó su ensayo Comprometidos. Vino a decir que en caso de tener que votar en España, optaría por el candidato socialista. Demostraba, con ello, una clara conciencia de la complejidad de la realidad española y europea y de la necesidad de evitar el triunfo de las políticas más retardatarias y ultraliberales. Tal actitud intelectual responde a una pregunta básica: ¿quién, con todas sus contradicciones, puede contribuir mejor a los avances democráticos, a abrir vías de participación, a establecer un diálogo con los movimientos sociales y culturales, a garantizar los recursos destinados a la educación y a la cultura, a la investigación, a la ciencia, a la universidad, a establecer mecanismos reguladores en el funcionamiento del sistema financiero? La respuesta parece obvia.
Desde una óptica progresista, es razonable pensar que, por ejemplo, sería un contrasentido, de cara a las próximas elecciones presidenciales norteamericanas, castigar a Obama por no cerrar Guantánamo o por no ejecutar de manera completa su reforma sanitaria, posibilitando así un gobierno inspirado por doctrinarios neocon y por el Tea Party. Ese mismo argumento es el que, en el fondo, tradicionalmente condiciona el comportamiento de la izquierda no socialdemócrata en la segunda vuelta de las elecciones francesas y es un argumento que nos sirve para España. El ejemplo es reciente: el castigo al PSOE el 20-N, que se tradujo en una fuga de voto hacia la abstención (solo una parte de los más de cuatro millones de votos perdidos fue a otras opciones de progreso), no condujo a un gobierno más a la izquierda, en teoría más reequilibrador y más democrático, sino a las antípodas. Y ¿por cuánto tiempo? La sociedad andaluza vio, en buena medida, esa deriva y demostró, una vez más, que sabe de complejidades: reequilibró por la izquierda.
Es ahí donde está el nudo del problema: cómo, en una sociedad compleja y contradictoria como la que vivimos, se construye, desde el mundo de la cultura, un apoyo que sea crítico pero que, a la vez, no permita que, en los momentos decisivos, quienes desconfían del Estado y de las políticas de bienestar, del valor de lo público, accedan al poder político y actúen con la lógica pura y dura de los mercados.
Hoy, tal y como ocurriera en otros momentos históricos (en el crack del 29, en la posguerra europea, en los años 60), la Europa amenazada en sus fundamentos democráticos no solo precisa de la acción política progresista de la izquierda en sus diversas formas y perspectivas, desde el ecologismo a la socialdemocracia: es imprescindible la aportación del pensamiento, de la civilidad entendida en su sentido más profundo y radical, la implicación del mundo de la cultura y de la universidad en el diseño de una sociedad en la que los mercados no tengan la última palabra. Entre otras razones porque la propia cultura solo se afirma y crece en un ecosistema democrático, de igualdad de oportunidades, de libertad y tolerancia.
Manuel Rico
 


La fotografía de Manuel Rico es de su lectura en el Festival de Poesía Moncayo del pasado año. 
En su blog AL MARGEN , Rico habla de sus libros y escribe de poesía contemporánea. Entre los últimos poetas que ha analizado en su blog se encuentran: Javier Egea, José Hierro, Ana Mª Navales, Manuel Vilas y Celso Emilio Ferreiro.

Interpretar, recitar, traducir y componer.


Luis Cortés Rodríguez es catedrático de Lengua Española en la Universidad de Almería. Tomamos de El País este artículo de sumo interés. El autor forma parte del grupo de investigación  ILSE que centra su trabajo en el análisis del discurso oral.


La enseñanza del discurso oral
 
Siempre deja la ventura una puerta abierta 
en las desdichas para dar remedio a ella. 
(El Quijote, Cap. XV, 1ª parte)

Todos recordamos la polémica suscitada hace unos años por las declaraciones de la parlamentaria Montserrat Nebrera en las que se burlaba del acento de la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, por su condición de andaluza. Parecía desconocer la citada parlamentaria que no hay acentos mejores ni peores por haber nacido en Cádiz, en Pamplona o en Lugo; lo que sí existen, sin embargo, son variantes más apartadas de la norma estándar del español —¿las más cerradas?— que están desprestigiadas socialmente. Y estas pueden ser emitidas por hablantes gallegos, aragoneses, vascos, catalanes, pasiegos, etcétera, y también, más de lo deseable, por andaluces.
Es cierto que nuestra exministra no es un portento de la comunicación oral; no lo es no tanto por su acento andaluz cuanto por otras causas. Sabemos que hablar bien depende de la riqueza y adecuación léxica, de la forma de conectar unas ideas con otras, de la manera de manejar las pausas, de la capacidad de utilizar mecanismos argumentativos, etcétera, y en nada de ello mostraba una especial destreza. Pero no es esta la cuestión que ahora nos importa, sino la absurda polémica, atizada políticamente, que se produjo y en la cual nadie sugirió el plantearse qué se podría hacer para potenciar las destrezas orales de los españoles.
Por desgracia, la enseñanza del bien hablar se reduce en nuestro país a esos cursos impartidos a ejecutivos, con títulos tan directos como: Hablar bien en público, Cómo comunicarse bien en público..., en los que, como por arte de birlibirloque o de encantamiento, se pretende enseñar a hablar a sus “encorbatados” asistentes sin ir más allá de repetir, en todos los casos, las mismas cuestiones: a) La necesidad de luchar contra el miedo; b) La obligación de tener confianza en uno mismo y expresar las ideas con contundencia; c) El uso correcto de las manos y del cuerpo, etcétera, todas necesarias, pero insuficientes. Ante tal abandono, cabe preguntarse: ¿por qué en nuestros institutos y universidades no se enseña a los alumnos a afrontar situaciones de formalidad como entrevistas, exposiciones o discursos?
Se hace necesaria esa docencia que vaya de la práctica a la teoría y viceversa
Cuentan aficionados a la agricultura que, a veces, al intentar sacar el rábano de la tierra, por inexperiencia, lo hacen con tal fuerza que pierden su raíz, la parte más sabrosa, y se quedan con las hojas en la mano. Desde hace más de un siglo, en el estudio de nuestro idioma ha pasado algo parecido: se abandonó la vertiente más productiva, la práctica, en favor de la descripción sincrónica de sus estructuras (fonética, morfología, sintaxis y semántica). Los tiempos verbales, los pronombres personales, las oraciones de relativo (explicativas y especificativas) o la función de complemento directo o indirecto que el pronombre podía tener en determinadas oraciones han sido el centro de tal docencia. En la universidad, en la especialidad de Filología Española, tales contenidos se acompañaron de los estudios de la historia del español (su evolución desde el latín hasta nuestros días) y de su dialectología (estudios de los dialectos: andaluz, asturiano-leonés, murciano, extremeño...). Las disciplinas correspondientes a estos estudios no podían contemplar el aprendizaje de la lengua oral, que se abandonó a su adquisición espontánea por parte de los hablantes.
Bien es verdad que este estado de cosas no siempre fue así. La tradición de los estudios universitarios daba gran importancia a los contenidos retóricos, los cuales implicaban, entre otros menesteres, el aprendizaje de la lengua oral, de la práctica discursiva. Por ejemplo, un estudioso de la lengua española, M. Metzeltin, en 2003, explica cómo en el siglo XVIII Mayans y Siscar elaboró un Informe al Rei sobre el methodo de enseñar en las universidades de España (1767), solicitado por el secretario de Gracia y Justicia; en él propuso, entre otras cátedras, las de Retórica y Poética, e insistía en que los estudiantes tuvieran que aprender a interpretar, recitar, traducir y componer. Y cuando se habla de componer no solo se alude al redactar por escrito un texto, sino a su expresión oral también. Había, por tanto, unas disciplinas que incidían de forma directa en el dominio del lenguaje como medio de comunicación.
Deberíamos contar con las recientes disciplinas lingüísticas, en especial el análisis del discurso
¿Qué pasó? ¿Cómo se dejó de lado esta parte más productiva de la docencia? ¿Por qué en nuestras universidades, en el último siglo, no se nos enseñó a hablar en público? Si verdaderamente tal hábito venía potenciado por la tradición, ¿qué hubo de suceder para que se abandonara? Podemos decir que el camino del infierno al que se condenó tal adiestramiento estuvo empedrado de buenas intenciones, si bien estas, a veces, aun llevándose a cabo con moderación, conllevan demasiados inconvenientes. Aunque las hojas fueran necesarias, ¿por qué se abandonó la raíz del rábano, que es la parte más jugosa?
En el mismo artículo, Metzeltin nos especifica el origen del cambio: los nacionalismos nacidos de la Revolución Francesa y posterior dominio napoleónico. Estos exigían la “invención” de una lengua y de una literatura nacional, así como la “necesidad” de potenciar su estudio, lo que determinó que fuera el conocimiento de los distintos niveles (fonético, morfosintáctica y semántico) lo que, poco a poco, se iba incorporando a los programas de los diferentes tramos docentes. Hemos asistido, por tanto, a una revolución que no supo incorporar lo positivo del estado anterior.
Hoy se hace necesaria esa docencia que vaya de la práctica a la teoría (y he dicho bien) y viceversa, lo que requiere, entre otras cosas, programas con objetivos diferentes. ¿Se imaginan ustedes a un relojero que supiera descomponer un reloj, pero que no supiera armarlo? Pues a eso creo que llevó el hecho de centrar toda la atención del estudio de la lengua española en el conocimiento de las estructuras y planos sin pensar en esa otra parte creativa, tan necesaria.
¿Qué habrá que hacer, podemos preguntarnos, para ensamblar los dos tipos de conocimientos? El primer paso lo han de dar las autoridades académicas, quienes deberían saber —aunque no sé si lo sabrán— o deberían tener asesores que así se lo hicieran saber —aunque tampoco sé si los tendrán— que es posible una enseñanza de la lengua española que incluya determinados tipos de prácticas que conduzcan a un mejor manejo de la modalidad oral en situaciones formales. También sería conveniente que desde ministerios y comunidades se empiecen a potenciar proyectos de creación de materiales que faciliten esa enseñanza real de la lengua oral al profesorado de los distintos niveles. Para ello, contamos con los conocimientos aportados por las recientes disciplinas lingüísticas, en especial el análisis del discurso (las formas de iniciar una intervención, los marcadores que unen las partes de una exposición, los mecanismos para argumentar, la supresión de las muletillas, etcétera). No se trata, ni mucho menos, de prescindir de los conocimientos gramaticales, sino de enseñarlos imbricados con esos otros conocimientos que han de hacer que nuestros alumnos sepan enfrentarse a situaciones orales diferentes de las de todos los días y en las que tengan que unir varias ideas o argumentar sobre determinados temas. A partir del curso 2012-2013, en la Universidad de Almería —en el grado en Filología Hispánica— se impartirá una asignatura con esta finalidad.
En tanto no se cree de manera real tal necesidad de enseñar la lengua oral en nuestros centros docentes, seguiremos asistiendo perplejos a la dicotomía entre lo que dicen los boletines oficiales (con ese léxico seudocientífico y anglicado) sobre las destrezas orales y realmente lo que se enseña. Esto sí que es ciencia ficción.
Confiemos en que en la próxima polémica que surja acerca de lo mal que hablamos unos u otros, quiera la ventura “dejar una puerta abierta en la desdicha” para que en vez de incentivarla den “remedio a ella”. So pena que queramos seguir como estamos.

Luis Cortés Rodríguez


Siempre nos ha llamado la atención la rapidez con que el escolar cambia su actitud frente a la literatura, o la filosofía, o la historia cuando "usa" de esos saberes, por pocos que sean, en una obra de teatro o en un recital de poesías aprendidas de memoria para ser recitadas en público.
También es de preocupar el poco estudio que las universidades dedican a la expresión oral de buena parte de nuestra literatura. ¿No aportaría nada al universitario oír y ver recitar los cantares de gesta, los versos de Berceo, los cuentos de Juan Manuel?

Otro cine es posible?

Tomamos de Público.es este artículo de David Bollero que recoge la génesis de La educación prohibida en palabras de Franco Iacomella.


'La educación prohibida' se libera en todo el mundo 
Primera película estrenada en español íntegramente financiada a través del crowdfunding 

DAVID BOLLERO

 El próximo lunes 13 de agosto se estrena a nivel mundial 'La educación prohibida', un largometraje argentino independiente, que se autodefine "documental y argumental" y parte de la preocupación por el futuro de la Educación de un grupo de estudiantes y licenciados en Comunicación Audiovisual. La cinta toma como punto de partida la necesidad de flexibilizar el modo en que ha sido entendida la Educación durante los últimos 200 años, dejando atrás los planteamientos clásicos.Uno de los promotores del proyecto, Franco Iacomella, advierte de que "en la actualidad, la Educación está formando a una ciudadanía servil al poder; es así cómo el modelo se ha ido sosteniendo en el tiempo y es lo que se cuestiona en la película". El argentino llama la atención sobre el hecho de que "se enseña en base a una lógica vertical, en la que los propios alumnos no tienen ninguna participación, ni en los contenidos ni en los métodos y se les forma del mismo modo, como si todos tuvieran la misma capacidad de aprendizaje".
El largometraje ha despertado el interés de buena parte de la comunidad; sólo su página de Facebook ha conseguido superar los 32.000 seguidores, "lo que para un proyecto independiente es todo un éxito", subraya Iacomella. Él mismo recuerda cómo "cuando el proyecto arrancó en 2008 no esperábamos que tuviera tan repercusión". Tanto es así, que en un primer momento los planes pasaban por realizar un corto, pero a medida que se fueron sucediendo las entrevistas el proyecto superó ampliamente las expectativas.
Finalmente, dos años de trabajo realizando 90 entrevistas, casi medio centenar de experiencias educativas alternativas y miles de kilómetros a las espaldas con nueve países en la hoja de ruta (Argentina, Chile, Uruguay, Colombia, Ecuador, Méjico, Guatemala, Perú y España)... y otro año para montar todo el material surgido de una idea sin guion preconcebido, pero que ha conseguido, sin referirse explícitamente a conflictos estudiantiles como los vividos en Chile, Reino Unido o España, destacar la crisis actual en que está sumida la Educación.

De la práctica a la teoría
Iacomella explica que "el objetivo de la película es abrir un nuevo espacio de debate", que se aborde el estado de la Educación, la escolarización y el aprendizaje; tres elementos íntimamente relacionados entre sí, matiza el activista, pero que se distinguen claramente en La educación prohibida.
"El objetivo de la película es abrir un nuevo espacio de debate"
Las 45 experiencias educativas a lo largo de nueve países descritas en la cinta cumplen un doble papel: por un lado, "cuestionar el modelo actual, donde para mucha gente la escuela no es más una institución que monopoliza la Educación", apunta Iacomella, y por otro, "demostrar que no es una utopía, que se trata de experiencias reales más allá del plano teórico y están siendo llevadas ya a la práctica".
La película destila creatividad, no sólo en su planteamiento argumental, sino en su ejecución. A lo largo de 10 capítulos temáticos que mezclan documental con ficción se intercalan minutos de animación —hasta 30 en total— realizados con diferentes técnicas —en las que el software libre está muy presente— por artistas de diferentes partes del mundo que han colaborado a través de Internet. Todos estos ingredientes fueron, quizás, los que atrajeron a participar a estrellas del cine argentino como el actor Gastón Pauls, de Nueve Reinas, que se acercó voluntariamente al proyecto.

Proyecto libre 100%
Todo cuanto gira alrededor de La educación prohibida se empapa de la filosofía de la cultura libre y el open source. Iacomella, activista de la P2P Foundation, asegura que "desde el principio concebimos el proyecto como una manera de cuestionar el modo tradicional de hacer cine, no sólo en su producción, sino también en su financiación y distribución".
Así, el próximo lunes la cinta pasará a convertirse, según sus promotores, en la primera película estrenada en español y financiada íntegramente bajo la fórmula de crowdfunding. 'La educación prohibida' se adelanta así a 'El Cosmonauta', encargada de abrir camino en esta modalidad de financiación colaborativa hace años pero que acaba de finalizar su montaje y no verá la luz en la gran pantalla hasta mediados del año que viene.
"Conseguimos reunir algo más de 50.000 euros en poco más de un año con la participación de 704 coproductores"
"En un año y cuatro meses aproximadamente", relata Iacomella, "conseguimos reunir algo más de 50.000 euros con la participación de 704 coproductores". Para canalizar todas estas contribuciones, el equipo construyó su propio sistema con la plataforma de software libre Wordpress. Este espíritu colaborativo se ha trasladado, además, a las labores del subtitulado, que se realiza con la aplicación open source Poodle, y ya cuenta con subtítulos en español, catalán, inglés, francés o portugués, entre otros.
De cara a la distribución, Iacomella asegura que "siempre tuvimos claro, desde el principio, que ésta sería bajo licencia copyleft, puesto que el objetivo es que se difunda lo máximo posible". Además y dado que se trata de un proyecto independiente y no entra en el circuito comercial de salas de cine, el equipo ha preparado un despliegue internacional de más de 350 proyecciones.
"Todo el que quiera proyectar la película, tan sólo ha de enviarnos una solicitud con los datos y nosotros nos encargamos de publicitarlo en nuestro sitio web", indica el activista, "porque para nosotros es muy importante recuperar estos espacios para el diálogo, que la gente vea la película y hable de ello". Este sistema de proyecciones ha calado, con más de medio millar de solicitudes recibidas hasta el momento: "el día del estreno, la película se verá en 140 lugares del mudo", precisa Iacomella.


El estreno en Zaragoza:  martes 14, a las 18 h en la Pantera Rossa Csl
La foto de Iacomella está tomada del vídeo  Conectar Igualdad

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