En estos días, lo ha recordado Pedro de la Hoz en Granma:
"Marta Valdés lo escucha una y otra vez en Tú no sospechas.
Y tuvo razón esta también esencial mujer cuando escribió: 'Cuando una
canción cristalizaba en una versión de Bola, ya estaba salvada para la
sensibilidad de los demás. Comenzábamos a necesitarla siempre a su
manera, para sentirla renovarse muchas veces dentro de nosotros, a
partir del gesto invariable, de la pausa imprescindible. Fue así como
nos hizo depositarios de su hazaña' ”.
Ignacio Villa, Bola de Nieve
En esta casa, empezamos a reverenciar a Bola de Nieve cuando escuchamos sus interpretaciones de Nicolás Guillén (Yambambó, Vito Manué), cuando le oímos cantar en catalán (Lo desembre congelat) y, cuando escuchamos su versión de El caballero de Olmedo. Otras canciones nos fueron habitando poco a poco hasta conseguir rendirnos totalmente a su música.
Esta semana habría cumplido 100 años. Y Marta Valdes lo ha festejado, en su sección Palabras de Cubadebate, contándonos, como solo ella sabe hacerlo, la historia de una nana que muchos cantaron (Yupanqui, Zitarrosa, Víctor Jara, Mercedes Sosa...) haciéndola legado universal.
Abusando de la confianza de Marta Valdés y de la paciencia de sus editores, reproducimos aquí el artículo completo:
La nana que compuso Ignacio Villa
El muchacho vivía orgulloso del cancionero que estaba viendo crecer.
Eran expresivas, más humanas, las piezas que hablaban del amor en tantas
formas, de los paisajes, todas tan libres en su esplendor melódico
pero, siempre, ancladas en un deje rítmico inconfundible que sabía a
cubano. El habla popular se desplegaba en los pregones, con esa carga
escénica que los llevaba constantemente al sainete, a la zarzuela o al
simple intermedio. El lamento traía al presente todo el dolor del drama
negro que, más allá de la esclavitud, amenazaba con no tener fin. Por
esos años finales de la década de los veinte y comienzos de los treinta,
el ambiente se había enriquecido con tantas visiones nuevas, que partía
el alma tener que sentir frustradas las ansias de saber y de compartir
lo que se sabe, cuando el gobierno de Machado cerró la Normal.
Él tocaba piano, lo estudiaba para tocar mejor todavía, había probado
suerte subiendo al escenario para mostrar esa habilidad que le permitía
hablar como éste o como aquél, gesticular como el otro pero, querer
-querer– lo que en realidad quería era ser maestro. La música siempre lo
había acompañado, es decir, el piano donde lo mismo soltaba al aire un
pasaje lleno de octavas melodiosas en lo más agudo, que acolchonaba un
ritmo casi de tambores en los bajos, sin dejar que se escapara el
mínimo, breve, suficiente sentido armónico. Esto fue lo que le agarró el
día que, atenazado por un cierto escozor que producen las canciones
cuando tienen ganas de nacer, comenzó a dejar que salieran las primeras
frases de ese episodio musical sin antes ni después, que es su canción
de cuna Drumi, Mobila.
Con todo el carácter de quien está viviendo el año de su
mayoría de edad, se emperchó, tomó la parte de piano (quién sabe si ya
desde esa época sólo hacía falta el llamado “guión para el registro” en
el que bastaban la melodía con la correspondiente letra colocada debajo
de las notas y el más esquemático señalamiento de los bajos en el
pentagrama inferior, con el fin de poner en claro el discurso armónico
del autor). Sabe Dios en qué sitio de La Habana estaban ubicadas
aquellas oficinas que exigían al autor llevar varias opciones para
hacerse dueño de un título que a nadie se le hubiera ocurrido antes, en
el transcurso de casi un siglo. El caso es que ese mismo día regresó a
Guanabacoa cantando bajito con su pergamino enrollado a la larga donde
rezaba, a su nombre, Drumi, Mobila que -de antemano- a nadie se le pudo haber ocurrido más que a ese muchachito dichoso.
La mayoría de edad le trajo también el deleite de entrar en contacto
con un ser a quien había adorado desde lejos y aprender de ella,
reforzando ese gusto por los bajos, esa limpieza en el sonido, ese rigor
en el buceo por entre los picos, los flancos y las honduras que nos
depara, en cada obra musical, el respeto a la idea fija que asaltó a su
autor. Bendito sea Dios, Rita me aceptó como alumno, bendito sea, la
señora Rita me pide que la acompañe. Venturosa mayoría de edad, que así
es como se le presentó, irremediablemente, con su ser o no ser.
Entre las hojas en blanco de una libreta escolar que me compré en Cienfuegos, pude dejar delineado una especie de dossier de esta criatura que tuvo a bien componer Ignacio Villa. Viene a ser, a su vez, como otra canción de cuna a esa Drumi, Mobila, mecida entre los datos que Ramón Fajardo nos entrega en su libro Déjame que te cuente de Bola y
mis deducciones, luego de haber estudiado el prólogo del libro de
Emilio Grenet acerca de la canción cubana, publicado en 1939, donde el
nombre de Ignacio Villa y su contribución con esa canción de cuna al
cancionero cubano en aquel momento, reciben una significativa
valoración.
Según los datos que ofrece la biografía mencionada, la interpretación
de la canción por su autor en una reunión entre amigos efectuada en
1933 en casa del poeta Gustavo Sánchez Galarraga, despertó la admiración
de poetas y músicos notables. A partir de una crónica del libretista
Federico Villoch, conocemos que, tanto este autor como el compositor
Jorge Ánckermann, allí presentes, al estuchársela se la pidieron para
incorporarla a un sainete que, muy pronto, se estrenaría en el Teatro
Alambra, donde la interpretaría Blanquita Becerra. Ese debe haber sido,
al parecer, su estreno en público.
En 1935, de regreso de su primera gira internacional iniciada con la
Montaner, cuando Ignacio Villa, reconocido en el mundo del espectáculo
como Bola de Nieve, decide ofrecer en el Liceo Artístico y
Literario de Matanzas su primer recital donde asume, además del piano,
la interpretación vocal, esta canción de cuna, identificada por él mismo
como “música descriptiva”, ocupa un lugar relevante y muy bien pensado
en el programa. Ya, para esa época, más allá de cualquier desavenencia,
la obra se mantiene en el repertorio de la Montaner, quien la incluye en
la selección que, acompañado por el autor, ofrece desde la Hora Sensemayá, espacio
de la emisora CMCQ orientado hacia el tema negro, cuya dirección
musical estaba encomendada a Ignacio Villa. Ese mismo año, el texto de
la pieza queda incluido y valorado por Emilio Ballagas en su Antología de la poesía negra hispanoamericana. El texto de Drumi, Mobila, aparece incluido por el mismo autor, en 1946, en su Mapa de la poesía negra americana. En fecha que no he podido precisar, el español Federico Saínz de Robles lo incluye en el breve tomo que, bajo el título Lira negra, aparece publicado en la colección Crisol.
Quince años después de aquel bautismo al que tuvo a bien someterla su autor, Drumi, Mobila, de Ignacio Villa, figuraba entre los títulos seleccionados para festejar, en el Teatro Auditorium, el Día de la canción cubana. Y
así continuó, la muy caprichosa, hasta apropiarse de este espacio en la
conmemoración del centenario de su autor, aquel muchacho nacido en
Guanabacoa el 11 de septiembre de 1911, que llevó por nombre Ignacio
Villa.
Marta Valdés
Almendares, 11 de septiembre de 2011
Bola de Nieve: Drumi, Mobila.
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