16 de enero de 2011

A vueltas con “la sociedad infantilizada”


Traemos a colación unas reflexiones de María Elena Walsh, en la línea argumental del artículo de Rosa María Artal, La sociedad infantilizada, reproducido en este blog.

Dice Walsh:

“…Lo único que sé es que rara vez se da esta difusión masiva de un producto que esté manchado por algún estigma levemente cultural, al fin y al cabo ideológico. Todo lo que no es cretino es ideológico, es decir, contiene alguna idea, es decir, es peligroso.  Los consumidores deben ser ciegos, sordos y un poquito tarados, tal como dijiste de los niños. Y los grupos sometidos –mujeres, pongamos por caso- deben seguir siéndolo, deben seguir comprando detergentes y canciones en serie, que obliguen a no pensar, o sea, a no pensar en una forma de vida más humana, más justa, más civilizada. Esto no lo pongas, a nadie le gusta oírlo ni verlo escrito, sobre todo al público, que sabe muy bien que lo toman por idiota pero no lo quiere reconocer.”

Palabras recogidas a Walhs por Alicia Dujovme en su ensayo-entrevista de 1979: María Elena Walsh  (Colección Los juglares, Ediciones Júcar, 1982). 

Se infiere que Walhs sigue el hilo de su paisano José Ingenieros -médico y sociólogo citado por Artal. 
Las tesis de Ingenieros en El hombre mediocre (1913) tuvieron repercusión en su tiempo y fueron reformuladas por Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (1930).
Por añadir algo a lo expresado por Walsh y por Artal, copiamos de aquí un párrafo de El hombre mediocre (capítulo I, VI, Los peligros sociales de la mediocridad). Ni el uso de algunos conceptos ya caducos, ni su estilo decimonónico debe enturbiar la claridad de Ingenieros.

Dice Ingenieros:

“Ningún idealismo es respetado. Si un filósofo estudia la verdad, tiene que luchar contra los dogmatistas momificados; si un santo persigue la virtud se astilla contra los prejuicios morales del hombre acomodaticio; si el artista sueña nuevas formas, ritmos o armonías, ciérranle el paso las reglamentaciones oficiales de la belleza; si el enamorado quiere amar escuchando su corazón, se estrella contra las hipocresías del convencionalismo; si un juvenil impulso de energía lleva a inventar, a crear, a regenerar, la vejez conservadora atájale el paso; si alguien, con gesto decisivo, enseña la dignidad, la turba de los serviles le ladra; al que toma el camino de las cumbres, los envidiosos le carcomen la reputación con saña malévola; si el destino llama a un genio, a un santo o a un héroe para reconstituir una raza o un pueblo, las mediocracias tácitamente regimentadas le resisten para encumbrar sus propios arquetipos. Todo idealismo encuentra en esos climas su Tribunal del Santo Oficio.”


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