1 de diciembre de 2009

Miguel Hernández por Antón Castro



Regresa Miguel Hernández, el poeta del pueblo


El próximo año se cumplen cien del nacimiento del autor de El rayo que no cesa, que combatió en la Batalla de Teruel, y se organizarán un sinfín de actividades.

ANTÓN CASTRO. Zaragoza
Miguel Hernández (Alicante, 1910-1942) fue un auténtico poeta del pueblo. Se hizo a sí mismo, de forma autodidacta, con una inmensa vocación. En poco tiempo, compuso una obra muy personal, emparentada con lo telúrico, con el combate y con la desesperación que derivaba de su sino, de la fatalidad, del amor y de una incesante búsqueda de un lugar en el mundo contra las ruinas de la guerra. Viento del pueblo fue uno de sus títulos: un libro que no llegó a ver publicado en vida y que, en el fondo, con sus contradicciones y su formidable intensidad que no excluye el panfleto, le define.
El próximo 2010 será el Año Hernandiano, y por lo que ahora se atisba será un año complejo y laborioso de congresos, homenajes y actividades porque ya se perciben desencuentros entre los herederos del poeta, diversas instituciones e incluso algunos particulares, como un apaciguador Joan Manuel Serrat, que le ha dedicado un nuevo álbum, en el que ha colaborado uno de los mejores estudiosos y editores del poeta: Agustín Sánchez Vidal, responsable de sus Obras completas en Aguilar (1979) y en Espasa Calpe (1992), con José Carlos Rovira y Carmen Alemany, y de ediciones de Perito en lunas y El rayo que no cesa (Alambra), Poesías completas (Aguilar, 1979) o su Epistolario (Alianza, 1986), y autor de un libro fundamental: Miguel Hernández, desamordazado y regresado (Planeta, 1992). En este volumen cuenta su vida, su evolución de joven católico, y casi teólogo, hacia el comunismo, y la complejidad de su obra que abarcó el teatro, con ecos del autosacramental, y la poesía. Sánchez Vidal manejó todos sus manuscritos y estuvo hasta en tres ocasiones con la viuda del poeta, Josefina Manresa, aquella costurera de Quesada (Jaén), hija de guardia civil, con la que Miguel formalizó su noviazgo en 1934 y con la contrajo matrimonio civil en plena contienda bélica: en 1937.
Miguel Hernández fue el tercero de siete hermanos de una familia pobre. A los cuatro años, se trasladó a la que ha quedado como la casa del poeta en la Calle de Arriba: allí, aún ahora, se conserva el jardín de higueras, limoneros y pitas.
En uno de esos cuartos, cuando se encendía la noche y se apagaban las luces, él buscaba una lámpara o un farol para leer: narraciones, leyendas, poemas. Cuando se enteraba su padre, se erguía y se armaba jaleo, y volaban los golpes y los gritos. Miguel Hernández tuvo que irse de cabrero a los catorce años. Empezó a redactar en una libreta aquellos poemas de versos cortos, que presentaban ecos de Gabriel Galán, Vicente Querol, de los cancioneros. Con esa voluntad permanente de creación y rebeldía siguió escribiendo, y hacia 1930 apareció su primer poema en el diario El Pueblo de Orihuela. Para entonces ya había conocido a José Martín, más famoso por su seudónimo Ramón Sijé, con quien mantendrá una relación de amistad y admiración intelectual con altibajos. El más grave fue el de 1935, esencialmente porque en su lírica, carnal, exuberante de deseo y de hondura pagana, Miguel Hernández se escapaba de las propuestas del amigo, que fallecería poco más tarde de una forma bastante dramática, casi inverosímil y conmovedora, según cuenta otro buen biógrafo, José Luis Ferris, en Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (Temas de Hoy, 2002).
Con otros poetas
Entre 1931 y la Guerra Civil, Miguel Hernández estuvo varias veces en Madrid. Pidió ayuda, en diversas ocasiones, a Juan Ramón Jiménez, que siempre sintió una gran admiración por él y lo llamó "el extraordinario muchacho de Orihuela"; a García Lorca, que le contestó a una carta primera e impetuosa con sensatez, tras el fracaso de lectores y de crítica de Perito en lunas (1933); a Giménez Caballero, a Vicente Aleixandre y a José María de Cossío, entre otros. Despertó algunos recelos, en el propio Lorca y en Cernuda, que no soportaban su real y afectada rusticidad, y también en Alberti y María Teresa León. Ésta, en plena Guerra Civil, llegó a soltarle una bofetada que lo mandó al suelo: Hernández, que conocía el temor y la sangre de las trincheras, se quedó patidifuso en una fiesta de escritores antifascistas y expresó, airado, su decepción.
En Madrid, también cosechó la complicidad y el cariño de Pablo Neruda, que lo definió "como una patata recién sacada de la tierra", y vivió una pasión amorosa y sexual con Maruja Mallo. Tanto Ferris como Sánchez Vidal se hacen eco de ella, en un periodo de crisis con Josefina y de silencio epistolar de María Cegarra, la poeta murciana. Mallo diría con más desdén que cariño: "Yo he jodido tanto y he conocido a tanta gente que ya se me amontonan un poco en la memoria (?) Miguel Hernández era como un fideo. Cuando llegó a Madrid vivía en un puente. Escribió una poesía y Bergamín le pagó por ella mil pesetas, y le hizo salir del puente".
Cárcel y muerte
De este triple desamor -el de María Cegarra, el de Maruja Mallo y el de Josefina, que se enmendó luego y sería la madre de sus dos hijos, Manuel Ramón, fallecido pronto, y Manuel Miguel- nacería El rayo que no cesa (1936), un libro revelador de sonetos que incluye la Elegía a Ramón Sijé. Miguel Hernández ingresó en el Partido Comunista y hizo la guerra como un soldado. Estuvo en la Batalla de Teruel y le dedicó un inolvidable poema a la ciudad congelada. Luego, intentó irse, pero al final, por imprudente y desesperado, por pura mala suerte, inició una peregrinación por las cárceles que acabaría con su vida.
De esa travesía espantosa de dos largos años quedó como legado su obra maestra: Cancionero y romancero de ausencias. Ese libro excepcional permite entrever lo que habría podido hacer este poeta de faz terrosa, "casi pura arcilla" y "ciegamente generoso", tal como escribió su gran amigo Vicente Aleixandre.


Artículo aparecido en Heraldo de Aragón.

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