He bajado en el Cid Campeador (hay que decirlo así, porque si no pones el "Campeador" no se entiende), o sea en el centro geográfico de Buenos Aires. A dos cuadras vive Martín Ortiz, con el que he hablado del particular. No ha hecho mella en mí su comentario de que Azul es también una ciudad de la provincia. Me da igual. No conozco Azul. Una casualidad.
Rumiando la noticia toponímica, vuelvo a Tapiales, a casa.
Señores, yo no sé qué diría el señor Darío del calor que hace hoy en su amada Buenos Aires. Ni el gato quiere salir al jardín.
Y, bien, a trabajar con el ventilador en la retaguardia. Cuelgo en face el aviso de nuestro próximo estreno: Desde 'Azul', que ya no sé cómo ponerlo, porque todo título de obra debe ir en cursiva, pero este título lleva implícito otro título, el del libro Azul que, al estar en una frase en cursiva debería ir en letra redonda. Meditaba en ello, cuando veo que Raúl Terán me escribe desde Bahía Blanca anunciando su presencia en el estreno, ya que su ciudad está cerca de Azul. Ñai! Habrá que pensar algo y no tengo a mano el manual de redacción de Jesucristo Riquelme, que es el que consulto cuando se enreda la cosa.
Y llega a casa mi anfitrión Sergio Abaldi, que me trae café de la casa Martínez molido a la vista. Mientras lo huelo, Abaldi me cuenta que cuando maquetaba el cartelito de marras -porque lo hizo él- se acordaba de la ciudad: "preciosa y con un peso cultural importante, con una vinculación muy especial con El Quijote".
Eso de El Quijote me sonaba, sí... pero lo cierto es que nunca estuve allí.
Me entra curiosidad y consulto un diccionario de Historia de Argentina... Ya está... no hay duda, señores: Azul fue declarada Ciudad en 1895, año en que Rubén trabajaba en Buenos Aires y Azul era la biblia literaria del momento. Que el río que pasa por esa tierra se llamara Azul no es significativo porque en aquel entonces todos los ríos aún eran azules. Los aborígenes pampas lo llamarían 'Callvú Leovú', como a cualquier otro río: "Mira, otro Callvú Leovú a lo lejos" dirían -sostengo yo.
Más bien sucedió que las autoridades, conscientes de la trascendencia mundial del libro de Darío, decidieron que una población tipo 'pueblo grande' y un libro inmenso debían armonizarse y por eso engrandecieron Azul y la hicieron ciudad. El poeta no asistiría a la declaración del pueblo Azul en Azul ciudad, porque acababa de perder el cargo de cónsul y andaría por Buenos Aires buscando ansiosamente un choripán.
Hete aquí que hablando y hablando se pasa el rato y ya no tengo tiempo para comentar el próximo estreno del trabajo que estoy haciendo con Carina Resnisky. Es sobre la poesía posterior a Rubén Darío... el verso libre, lo conversacional, el surrealismo, la antipoesía... en fin, ya saben, las cosas de El Silbo. La obra parte de un telón azul por donde aparecen dos cisnes.
VOZ.- Rubén murió en 1916, hace 100 años, huevón!
RAPSODA.- Es mucho 100 años?
VOZ.- En literatura sí. En el siglo XX mira cuántas cosas pasaron después de Rubén, carajo!
VOCES.- Tuércele el cuello al cisne... Tuércelo... no siente... Mira al buho... tuércele el cuello al cisne, boludo...
Tuércele el cuello al cisne...
Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
él pasea su gracia no más, pero no siente
él alma de las cosas ni la voz del paisaje.
Huye de toda forma y de todo lenguaje
que no vayan acordes con el ritmo latente
de la vida profunda... y adora intensamente
la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.
Mira al sapiente búho cómo tiende las alas
desde el Olimpo, deja el regazo de Palas
y posa en aquel árbol el vuelo taciturno...
Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta
pupila, que se clava en la sombra, interpreta
el misterioso libro del silencio nocturno.
Enrique González Martínez
(Los senderos ocultos, 1911)
Como dentro de unos días aparecerá el anuncio de la siguiente función, en Salta el 14 de enero, ya seguiremos hablando de la obra.
Luisfelipe
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