8 de septiembre de 2015

¿Qué hacer con un texto? (I) La lectura

No leerlo.

O leerlo. O sea: leerlo con los ojos. O leerlo y acompañar la lectura con los labios; más, musitando.

O traducir signos en sonidos: leerlo en voz alta. Para uno mismo o para compartirlo a otras personas presentes en el momento de la lectura.

Ante otras personas, el texto es leído en voz alta por el lector que muestra su cuerpo según medie mesa, atril o nada.
El lector puede intercalar en el texto su propio texto y cambiar entonación y ritmo.
La lectura lleva pareja una serie de gestos de acompañamiento, naturales y espontáneos. Solo muestran la natural inquietud del lector.

La lectura puede acompañarse con gestos pensados de antemano, o ensayados. Un conjunto de gestos ensayados con el texto forman una orquestación. Si los oyentes-espectadores siguen con interés la exposición del lector, y éste se emplea en los recursos de la voz, podemos hablar de una lectura artística.
La lectura del texto puede acompañarse de música, grabada o con presencia del intérprete. La emisión de texto y partitura puede ser estudiada o aleatoria.

Igualmente, a la par que se lee el texto, pueden aparecer imágenes o personas, estáticas o en movimiento, opacando al lector o resaltándolo. El oyente- espectador se disocia. Oye el texto y no mira al que lo dice.
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Pensemos que el texto del que hablamos es una receta de cocina, o un manual de usuario, o un prospecto de medicamento, o una poesía. Un texto completo, en el que prima la función referente o la poética, con el resto de funciones del lenguaje más atenuadas.  Y que los oyentes se encuentran en el salón de una casa, en una librería, en un salón de actos, o en el parque, debajo de un pino. El receptor está cerca, ve y oye al lector, sin otro intermediario. La autoridad del lector deviene del texto que ostenta en su mano.

Conscientemente o no, todo quisque cuando lee un texto puede atender o ignorar el repertorio de posibilidades apuntado arriba. Y más extenso sería  si sumáramos las cámaras, cosa que no hacemos porque el tamiz es ajeno al que lee.
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A veces el lector es el propio autor del texto. Y da el salto al escenario con el texto en la mano. O sea, prepara la lectura realzada.
Un escenario es como un barco y está lleno de trampas. Un escenario es una lupa y es una caja de resonancia.
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Cuando el lector-autor se sube al escenario para que trascienda su lectura a hecho escénico, se enfrenta a cuestiones como:

-Saber si el que sube al escenario es él o su personaje. 
-Conseguir que se le oiga y que la luz le ilumine y no le ciegue.
-Enfatizar o susurrar al micro?
-Ofrecer a la vista del público vestimenta, figura, complementos.
-Manejo de utilería. Con qué mano agarro el objeto, a qué altura lo manejo, cómo me desprendo de él?
 -Orquestación de ademanes, gestos, movimientos y acciones significantes.
-Conjunción con otros lenguajes que aparezcan durante la lectura del texto.
-Organizar jerarquía: la lectura organizada del texto prima sobre lo visual? la música le marca el tempo?
-Etc.
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Hablamos de cosas que no garantizan resultados artísticamente extraordinarios, por más que el producto –lo que se ve y oye- esté conjuntado en una estética naturalista, o posmoderna, o antitodo.
Puede el lector-autor saltar por encima de todo ello y poner su personalidad y su porte como garantía. Además, si el lector es dueño del texto, él sabrá lo que hace.
También se puede alegar que el lector-autor quiere trascender vía fotográfica, adoptando una serie de poses durante la lectura que lo situarían en el territorio de la performance.
De acuerdo, pero si está en un escenario está en un barco, en una lupa y en una caja de resonancia.  Y es el mismo barco para el lector, el actor, el performancista, el artista conceptual, o el bombero.
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Estas cosas no se resumen en un folio, ni se aprenden en tres días. Los que tienen como oficio subirse al escenario suelen pasar toda la vida aprendiendo... estas cosas.
Si en un salón de actos el autor es reconocido como el autor, en el escenario lo que se verá es al lector nada más. Una lectura uniforme en el salón de actos puede resultar acariciadora, pero mortal al subirla al escenario. 
Claro, que si está adornada de proyecciones o música habrá que tomarla como parte de otro todo, que no es ya el lector sino el cuerpo formado con la columna vertebral de la música; la danza de las imágenes como brazos y piernas; un objeto que se transforma, como cabeza; y el lector como boca del global.
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Luisf

PD. Renuncio a poner comillas en este escrito porque a simple vista ya parecería rimbombante, y creo que se sobreentiende. 

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