24 de agosto de 2015

El teatro y su flash

Hablamos de un conflicto que sucede en el teatro desde los tiempos en que se inventó ese destello para fotografiar que se llama flash.
Es de suponer que en la época en que se usaba el magnesio no se fotografiaría ninguna obra de teatro en plena representación. Hubiera sido un escándalo. Hablamos pues de los flahs del siglo XX, con lámpara, electrónicos, digitales y lo que están inventando en el presente.
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Traigamos al recuerdo lo sucedido con La muerte de un viajante de Arthur  Miller, en su presentación en el teatro Principal de Zaragoza hace quince años. En escena José Sacristán como Willy, el viajante, muy bien secundado: su esposa Linda era Mª Jesús Valdés; José Vicente Mairon y Alberto Maneiro, los hijos.
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Tercer aviso. 
Oscuro en la sala.
Sube el telón. 
Escena a oscuras, se oyen sonidos de automóviles, frenazo. Cesan ruidos de la calle. Ruido de llaves y pisadas discretas. Campanas. Suena música. La escena se ilumina por zonas según recorre Willy los ambientes de la casa. Toda la luz es azul (convención de que es de noche y que se está a oscuras). Willy se detiene  y deja su maleta en el suelo, se incorpora y pierde la mirada en el fondo de la sala.  Linda se revuelve en la cama, con gesto previo a incorporarse.  
(En esos momentos, alguien que pretende no molestar, molesta a los espectadores de las primeras filas. El actor intenta ignorarlo, piensa que es una molestia pasajera, un cegato que llega tarde y no encuentra su fila.
Pero un fogonazo se dispara a tres metros del actor y muestra la escenografía al completo: la alcoba de los padres, la alcoba de los hijos, la cocina, el patio de la casa, los árboles, las casas y muros que hay tras las ventanas. La radiografía completa. El actor, que llevaba dos minutos en la penumbra azulada, sufre la descarga en sus ojos y en su sistema nervioso general. Pide al fotógrafo que se retire, pide "telón" y vuelve desencajado al camerino. Pasados unos pocos minutos vuelve a empezar la función).
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Además de las molestias producidas a los actores -que normalmente soportan resignados- están las que producen al espectador y que, más allá de la desconcentración y de los efectos que produce en la retina, supone la anulación de toda posible sorpresa o, lo que en teatro es peor, que pueda ir vislumbrando todo por su propia observación.
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Lo que pasa sobre un escenario (teatro y danza especialmente) es fugaz. El arte del instante, se dice. El gasto de los teatros para aislarse del ruido y luz exteriores es cuantioso.
No estamos hablando de un festival escolar o de una entrega de premios. Esto no es una broma, como tampoco lo es que al ir a disparar el fotógrafo su cámara llegue un amigo y le dé una palmada en la espalda.
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Mientras escribo estas líneas siento curiosidad por saber qué se dice en el mundo de la fotografía sobre el particular en la red, y me reconforta lo que leo sobre el uso del flash y, en general de la comprensión del teatro como hecho artístico. La página del salvadoreño René Figueroa, 10 consejos para hacer fotografías de Teatro, me ha gustado especialmente y se acompaña de un link para ver sus fotos en el muro de fcbk.
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Amo la fotografía. Los actores la necesitamos. Es vital para nosotros.
En los grupos de teatro siempre se cuenta con un fotógrafo como colaborador. Yo mismo, periódicamente, tengo ayudantes de dirección que son, antes que nada, fotógrafos. No vemos lo mismo, ni de la misma manera.  Sus aportaciones enriquecen.
Creo que puedo hablar en nombre de todo un gremio cuando digo que es preferible no tener registro fotográfico de una función si ello conlleva molestias al actor, al espectador y al conjunto del trabajo.
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Hemos puesto un ejemplo, con La muerte de un viajante y José Sacristan, que son palabras mayores del Teatro con mayúscula. No es cosa del “teatro raro” ni de resabiados. En escena todos somos iguales cuando logramos la atención del espectador. Y no quiero invocar al "respeto" porque el fotógrafo también lo puede pedir para su trabajo. Prefiero hablar de sentido común.

Luisfelipe

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