22 de julio de 2011

Las aves: en fotografía y en romance

Leíamos hace unos días en 20 minutos que de las 439 clases de aves que hay en nuestro país, 156 están en peligro de extinción. Con ese recordatorio en la cabeza, acudimos a ver la exposición fotográfica de Alberto Casañal en La calle Indiscreta.

Los reflejos del escaparate ya dicen que La calle Indiscreta está en la esquina de César Augusto con Predicadores
 Fotografías de aves. Fotos difíciles, aun para el fotógrafo más paciente. Esta espléndida muestra se justifica no solo por su compromiso con la defensa de biodiversidad,  también por la belleza de las aves capturadas por la cámara de Casañal.













 De paso, los aficionados a la ornitología pueden repasar las siluetas en vuelo y observar las características de esas rapaces que los urbanos vemos cuando salimos a la carretera... ¿Milano, o águila ratonera?


Inevitablemente, salimos tarareando  "Los milagros de San Antonio", también conocido en Aragón como "San Antonio y los pajaricos", un romance por coplas, que deberíamos escribir separando las estrofas, porque así lo pide la alternancia de rima y de métrica. Disculpe el lector que lo pongamos seguido, dada la longitud del romance.


Divino, glorioso, Antonio,
suplícale al Dios inmenso
que con su gracia divina
alumbre mi entendimiento
para que mi lengua
refiera el milagro
que en el huerto obraste
de edad de ocho años.
Su padre era un caballero
cristiano, honrado y prudente
que mantenía su casa
con el sudor de su frente.
Y tenía un huerto
donde recogía
cosechas del fruto
que el tiempo traía.
Por la mañana, un domingo,
como siempre acostumbraba,
se marchó su padre a Misa
diciéndole estas palabras:
Antonio querido,
ven aquí, hijo amado,
escucha, que tengo
que darte un recado:
mientras tanto yo esté en Misa
gran cuidado has de tener,
mira que los pajarcitos
todo lo echan a perder:
entran en el huerto,
pican el sembrado,
por eso te pido
que tengas cuidado.
El padre se fue a la iglesia
a oír Misa con devoción,
Antonio quedó cuidando
y a los pájaros llamó:
venid pajarcitos,
dejad el sembrado,
que mi padre ha dicho
que tenga cuidado.
[Para que mejor yo pueda
cumplir con mi obligación,
voy a encerraros a todos
en esta habitación.
A los pajaritos
entrar les mandaba,
y ellos muy humildes
en el cuarto entraban.]
Por aquella cercanía
ningún pájaro quedó,
porque todos acudieron
donde Antonio les llamó.
Lleno de alegría
San Antonio estaba,
y los pajarcitos
alegres cantaban.
Al ver venir a su padre
luego les mandó callar;
llegó su padre a la puerta
y le empezó a preguntar:
Dime, tú, hijo amado,
dime tú, Antoñito,
¿tuviste cuidado
con los pajarcitos?
El hijo le contestó:
padre, no esté preocupado
que para que no hagan daño
todos los tengo encerrados.
El padre que vio
milagro tan grande
al señor Obispo
trató de avisarle.
Acudió el señor Obispo
con grande acompañamiento,
quedaron todos confusos
al ver tan grande portento.
Abrieron ventanas,
puertas al azar,
por ver si las aves
querían marchar.
Antonio les dijo a todos:
Señores, nadie se agravie,
los pajarcitos no salen
mientras yo no se lo mande.
Se puso en la puerta
y les dijo así:
Hola, pajarcitos,
ya podéis salir:
Salgan cigüeñas con orden,
águilas, grullas y garzas,
gavilanes y mochuelos,
verderones y avutardas.
Salgan las urracas,
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.
Cuando acaban de salir
todos juntitos se ponen
aguardando a San Antonio
para ver lo que dispone.
Y Antonio les dice:
no entréis en sembrado,
idos por los montes,
y los ricos prados.
Al tiempo de alzar el vuelo
cantan con dulce alegría,
despidiéndose de Antonio
y toda la compañía.
El señor Obispo
al ver tal milagro,
por todas las partes
mandó publicarlo.
Árbol de grandiosidades,
fuente de la caridad,
depósito de bondades,
Padre de inmensa piedad.
Antonio divino,
por tu intercesión
merezcamos todos
la eterna mansión.


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