19 de abril de 2023

Cinco décadas

 Me pide mi socio Manolo que redacte un historial resumido de mis 50 años en El silbo vulnerado. No sé para qué caramba lo necesita, pero me insiste que el escrito se centre en mí y no hable de nadie más. Cosa imposible. Se aprende de otros y se crece con otros. Nadie es absolutamente autodidacta.

Hacer números es fácil, pero ¿cómo resumir 70 montajes con obras de 80 autores pasadas a la escena, 4.000 funciones en 20 países y 250 artistas y técnicos con los que has trabajado a los largo de cinco décadas?

Con todo, le prometo citar al mínimo posible de amigos, maestros, colegas, familias, y demás hacedores de esta fantasía que es El silbo vulnerado.

Los setenta

En 1971 comencé a dar recitales de poesía con músicos. Luego se incorporaron compañeros de la escuela de teatro y en 1973 pusimos “El silbo vulnerado” como nombre del grupo. Al año siguiente me profesionalicé como “rapsoda”, siendo este oficio especializado el que ha primado en mi actividad teatral.

¿Cincuenta años? Sí, pero más o menos, porque no me atrevería a poner una fecha fundacional. En cualquier caso, como seguimos trabajando, me es un poco indiferente. El día a día no nos invita a pararnos para celebrar cumpleaños.

La década inicial de El silbo fue procelosa, pero la juventud podía con todo.  Estudiábamos y trabajábamos para sacar adelante un grupo (ahora sería un “proyecto”) que nos permitiera compartir con la gente nuestras pasiones, o sea la poesía y la música. Tiempos de colegios mayores, actos cívicos y homenajes a Federico, a Don Antonio, a Miguel… Una vez, en comisaría, me dijeron que había llamado “cabrón” a Franco. En mi afán didáctico de ilustrar a todo quisque, les aclaré que dije “sapo iscariote y ladrón” y que León Felipe nunca llamó “cabrón” a Franco (como sí hicieron otros autores).

Me consideraba un estudioso de la expresividad de los intérpretes  y llené cuadernos con los desarrollos gestuales de muchos artistas. Buscaba correlaciones entre las funciones del lenguaje oral y el lenguaje gestual.

Los ochenta

En 1982, con Goyo y Carmen, incorporé a Héctor Grillo como director de escena, con quien trabajaríamos periódicamente muchos años. Con él nos instalamos en Andalucía desde donde irradiamos propuestas de géneros mestizos, ora sobre Quevedo, ora sobre poesía hebrea medieval, etc. Pasamos una larga temporada en Madrid, fundamentalmente para asistir a las tertulias semanales del Manuela, el café de Malasaña donde oficiaba Agustín García Calvo. En 1985, tras recorrer –con la sátira erótica del XVIII- los cafés teatro españoles, y con Quevedo diversos festivales, como el de teatro clásico de Almagro, volví a Zaragoza para organizar la campaña provincial de teatro, de donde nacería la feria de teatro –pionera en el país. Fui a Argentina para conocer los movimientos artísticos que renacían tras la dictadura. De vuelta, comencé a promover en Zaragoza iniciativas surgidas tras lo visto por allí.  La década terminó con varios montajes que fueron sonados, y con giras por Guinea Ecuatorial, Francia, Argentina y Bolivia.  

En esos primeros veinte años no solicitamos ninguna subvención, porque en el fondo sabíamos que nadie daba un duro por la pervivencia de un grupillo que juntaba pasado y presente en sus aventuras juglarescas.

Los noventa

Pero los años noventa tuvimos apoyos institucionales (la trayectoria ya era incuestionable) y pudimos trabajar en España con artistas lejanos, editar, grabar, y hacer espectáculos con formato grande. Lo que ahora se llama “colaborativo” lo practicamos a nuestra manera, con resultados –con frecuencia- sorprendentes. Hicimos coproducciones con colegas franceses, castellanos, cubanos y argentinos. Yo compaginaba las tareas en el grupo con la reinvención de un bululú moderno, que me sigue permitiendo colarme en espacios alternativos a los oficiales. Introdujimos danza, proyecciones, plataformas elevadoras, etc. en algunos montajes, sin dejar de hacer recitales básicos de voz y música.

En México me conmueve el recuerdo de los viejos republicanos. Como años atrás con la copla andina, el exilio español pasa a ser uno de mis “temas” recurrentes.

Dos mil

El cambio de siglo nos pilló algo cansados. La alergia a los formularios disparatados nos fue alejando de las subvenciones. Volví a trabajar en todos los espectáculos del grupo. En 2001 monto Memoria de Borges y creo comprender algunas esencias que el argentino compartía –sin quererlo-  con la gran poesía, significada para mí en Antonio Machado, Rosendo Tello y Agustín García Calvo, del gremio poetas-profesores. El estudio de Borges –conferencias, poesías, narraciones, ensayos- me trastoca comportamientos más allá de la escena; siento que el niño entusiasta que llevo dentro empieza a madurar: la soberbia se va atenuando, por ejemplo.

Vuelvo a interesarme vivamente por el “cómo” y me vuelco en el estudio de los fundamentos del verso castellano. A la par, me centro en el desarrollo de los guiones, digamos que acabo haciendo "guión de lo guionizado".

Esa primera década del XXI acabó muy mal. En 2008, mientras nos encargábamos de presentar a cincuenta poetas aragoneses en la Expo, los ayuntamientos comienzan a demorar los pagos. Era la “crisis” que algunos imbéciles llamaban “oportunidad”, que eso quería decir en chino.

Dos mil diez

2010 fue el centenario de Miguel Hernández, de cuya referencia nunca nos hemos apartado. Revisamos obra y vida, siguiendo rigurosamente los últimos estudios. Participamos en la organización de homenajes en las Américas, pero en España tuvimos mucha competencia para hacernos hueco. 

Con frecuencia, los contratantes tardaban un año en pagar las funciones. Se aguantó como se pudo hasta 2012, cuando, en accidente callejero, me rompí los dos codos y tuvimos que suspender toda la primavera (nuestra temporada alta). La empresa saltó por los aires. Como quien dice, fue un volver a empezar. Nos asociamos con dos empresas que permitieron la continuidad del trabajo. Una, de Remolinos, El Paragüero, que nos dio cobertura en España; y otra, Iberlingva, con la que mantuvimos programas para estudiantes de español, en la onda de la lingüística cognitiva, recibiendo el reconocimiento del Congreso del Español de Salamanca.

Un espacio auténticamente alternativo, La Fábrica de Chocolate, nos dio la infraestructura para el trabajo creativo y logístico.

Una de mis actividades desde hacía tiempo era el mantenimiento de una suerte de tertulia-recital semanal en determinados bares de la ciudad. Los años más agudos de la crisis los pasé en El Mangrullo, La Topera y La pequeña Europa, donde los encuentros semanales servían como paño de lágrimas para los parroquianos sufridores de la debacle económica. En un intento por saber hacia dónde se dirigía nuestro mundo, alterné los homenajes a Celaya, Gelman, J.A. Labordeta, y otros poetas, con ciclos centrados en las obras de dos pensadores de cabecera. Uno fue Mc Luhan, del que celebramos los cincuenta años de su Galaxia Gutenberg. Otro fue  Bauman, con el que aprendimos a ver que nada es por casualidad. En las explicaciones de Bauman sobre la posmodernidad descubrí coincidencias con la obra de Nicanor Parra, y me agarré a su obra como el náufrago se abraza a una madera  vieja. El propio Nicanor me ofreció el título: Todos contra Parra.

Mediada la década, recibí varios reconocimientos por mi trayectoria.

Con ayuda de compañeros y amigos del grupo, emprendí la aventura de montar una obra muy ambiciosa, Historia de la tortilla española, que conseguí estrenar en el Teatro Periplo de Buenos Aires.

Paralelamente, una colega entrerriana me pide ayuda para formarse en la interpretación del verso; de ahí salieron nuevas propuestas que presentamos juntos en tierras argentinas, bolivianas y españolas. Con ella vi la oportunidad de montar una obra centrada en la figura de la legendaria Berta Singerman. La estrenamos en la zaragozana sala Arbolé.  La acogida fue favorable, pero la pandemia paralizó el proyecto.

Dos mil veinte

Pese a todo, ahora que lo pienso, los últimos diez años han fructificado en otros tantos espectáculos, siendo Poesía memorable el último, que me sirve como recuento de poemas que una vez trabajé y que permanecen –por algo será- en mi memoria.

Ahora, en 2023, revisaremos Vuelve Berta Singerman, y la reestrenaremos en el Teatro de La Estación en julio. Y lo haremos –como tantas veces- como acto de justicia poética. Ya sabemos que no estamos de moda, que el teatro está desvalorizado por estas tierras, o, por lo menos, que nuestra presencia es prescindible. Ley de vida, supongo.

¿Lo inmediato? El programa Noches de Juglares, que en el parque Delicias presento desde hace 28 años ininterrumpidamente. Entre medio, seguir difundiendo entre los profesores de lengua y literatura nuestras claves para despertar afición a la poesía en la Gençana, o en las jornadas de Arenas de San Pedro. 

La actuación más importante para el artista es la próxima, siempre.

 

 

2 comentarios:

  1. y a seguir en el camino de la impredecible y sustanciosa trashumancia Juglar!

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  2. VAMOS CUMPLIENDO SUEÑOS ....TODO TZARA POR FIN TRADUCIDO AL CASTELLANO DE LIBRE DISPOSICION EN https://tristantzaraydada.org

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