4 de octubre de 2017

En el homenaje de hoy a Santiago


En los últimos años de la década de 1970 comenzó a dar que hablar un grupillo de teatro que no usaba la palabra, compuesto por alumnos del Instituto Mixto 4, conocido como "el Pignatelli", sito en la actual sede del Gobierno de Aragón. Creo que al principio tuvieron otro nombre, pero cuando empezaron a mostrar su trabajo fuera del instituto, en el CM Cerbuna por ejemplo, ya lo hacían como Mosca Teatro.

Nos conocimos después de una actuación de El Silbo y comenzamos a planificar. Me hace gracia cuando leo sobre la iluminación de sus primeros montajes, porque la hacía con nuestros focos, tres de lámpara episcópica, dos de 1.000 watios y uno de 500. Con ellos hacía Santiago sus atmósferas, supliendo la carencia con el desplazamiento de los focos durante la representación: ahora como candilejas, luego como calle, etc. Así fue mientras el grupo se llamó Mosca, luego sumaban los que iban comprando. ¡Eran tan caros los jodidos!

Recuerdo algunos nombres de su grupo con cariño: Mª José, Angelito, Roberto, Azucena, Ana...

Teníamos muy claro a qué queríamos dedicarnos en la vida. Santiago al teatro y la música, yo al teatro y la poesía. O sea, a lo mismo. Esos años fueron convulsos, morían compañías y aparecían nuevas; los hermanos mayores  hacían montajes espléndidos a veces, pero la perspectiva profesional-con pocas excepciones -  era dudosa. A eso nos enfrentábamos y también a las instituciones que no sabían dar opciones ni al público ni a los grupos.

Ejemplo de ese clima son los manifiestos, protestas y asambleas que circulaban por la ciudad (Zaragoza, sí).





Además de los focos compartíamos el seat 600 de Santiago, la furgoneta de Iñaqui  y cualquier cosa que sirviera para el trabajo. Salir de Aragón era  difícil y nos pasábamos contactos, a veces de muy lejos: Cortegana, en Huelva, o el Corral de Almagro, donde el encargado nos dejaba actuar cada vez que pasábamos por esa ruta, a pesar de que decía que no sabía cuál de las dos compañías le daba más miedo. 

Hoy día, lo que yo no entiendo es cómo conseguíamos llegar a esos sitios, con aquellos puertos, con aquellos tastarros con ruedas. Cuando  paraba la Guardia Civil y veía la carga humana y las estructuras de hierro, nos hacía seguir porque "las leyes de tráfico no se hacen ni para los gitanos, ni para los artistas". 

He dicho "hierro" y he dado la clave de una de las dolencias profesionales engendradas esos años. A todos nos duele la espalda por el mismo sitio.  Los focos y los telones no flotaban en el aire. Los practicables, los instrumentos, el vestuario, se asentaban en un contexto visual ¡y material! que debía entrar en la furgoneta. Y las furgonetas no se cargaban solas.¿Cinco horas de montaje? Como mínimo. Era la edad de hierro del teatro independiente español. El que no llevaba andamios, llevaba un puente... de hierro!

Excepto para algunos, en el teatro se está empezando siempre. Cuando la Expo del 92, una compañía sevillana nos ofreció su sala para presentar teatro aragonés. Hicimos el programa contando con varios grupos más, y aún esperamos la respuesta de los jefes. Muchas iniciativas en las papeleras oficiales. 

Por lo demás, la vida de Santiago era normal, Filología Francesa, novia formal, mucho cine y teatro, algunos talleres con tal o cual maestro... y alguna episódica tragedia  amorosa. Más tarde, las colaboraciones en montajes ajenos, la estabilidad con Pilar, las hijas, el cine,  las series, los recitales, el micro teatro, cosas ya sabidas por todos.

Hay muchas anécdotas que son para contar el la barra del bar. Más sustantivo es que se encerrara con unos cincuenta colegas en un teatro durante muchos días; que mantuviera en todas las funciones el desnudo de las actrices en una obra de Nieva; que pretendiera levantar la imagen del gremio con premios del teatro; que intentara alquilar el cine Coso para hacerlo teatro...

Cuando uno ve que se "rescatan" empresas ayunas de corazón y de talento, y piensa en cómo se dejan caer grandes (grandes, sí) empresas artísticas, como el Teatro del Alba... dan ganas de blasfemar. Porque el artista no se debe la economía, que es el poder humano, se debe a los dioses y a las musas. ¿Una tontería? Seguramente, pero también un consuelo.

Antón Castro repasa aquí algunos títulos de sus montajes. 

Yo dejo de teclear, me visto con camisa amarilla, cojo la mochila con un foco dentro, y me voy para el teatro, a ver si hay suerte y el ambiente es propicio para brindarle ese foco y el "Proyecto de un beso".


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