Magia en la Montaña
MAGIA EN LA
MONTAÑA (Prames, Las Tres Sorores, 2013) fue escrito
por Rosendo Tello en los últimos meses de 1996.
Cuando Chusé Aragüés reúne
todos los libros de Rosendo Tello escritos entre 1959 y 2004
en El Vigilante y su fábula (Prames,
2005), el que nos ocupa ahora estaba desaparecido. Sabíamos que el original
existía, pero faltaba esa casualidad que se produce cuando buscando otra
cosa encontramos aquello que ya habíamos
dado por perdido.
Magia en la
montaña se estructura en cuatro partes y una
JUSTIFICACIÓN PREVIA donde RT habla de la experiencia que lo motiva: una
concentración durante 10 días para repensar la poesía estudiándola hacia dentro
y transmitiéndola hacia afuera.
El equipo rector estaba compuesto por un grupo de amigos, todos ellos entregados al cometido de poner en pie, mediante performance unitaria, la actuación de los componentes del grupo: actores, poetas y profesores de enseñanza.
El lugar elegido, cercano a Aínsa, fue un enclave medieval,
Morillo de Tou, pueblo desposeído de gente y, ahora, reconvertido en pueblo
vacacional.
Se remodeló el trazado de plazas,
casas, calles y parques, y se restauró la iglesia románica, donde quedó
instalado nuestro cuartel de poesía. Sorprendente resulta en aquellas soledades
la labor de los canteros, que se pasan el día modelando los bloques de piedra,
bien timbrados por sus mazos y cinceles. Con sus repiques musicales semejaban
anunciar la liturgia poética que se estaba celebrando allá.
Entre los atractivos que ofrecía la arquitectura del lugar había
dos alicientes estructurales para nuestros fines: la biblioteca con su
balconada pasillo cubierta por gran alero, o extensión del techo abuhardillado,
donde RT instalaba su cátedra diurna.
Otro espacio esencial era el foro, el lugar confortable y amplio
para peripatéticos y sedentes. Ese espacio era la vieja iglesia, desacralizada
y amueblada como inmensa sala de estar o
cacharrería de ateneo. En el altillo, o altar, en el lugar del ara y su libro
sagrado, el sillón de RT.
Por lo demás, cualquier otro lugar era propicio para ejercitar la
memoria en solitario, grabar en vídeos los progresos o ensayar formas
interpretativas. Todo en connivencia con la escuela-taller de cantería y el
personal que atendía las necesidades cotidianas del pueblo.
Los responsables de registrar la grabación de ejercicios eran José
Luis Romeo, que se instaló con su laboratorio de sonido en una de las casonas
más alejada de los canteros; Domingo Moreno, que hizo lo propio con cámaras y
equipo de montaje de video. Ambos eran esenciales, pues cada poema se trabajaba
“en función de” cámara, audio, o escenario, y eso requería la buena disposición
de realizadores y material; y, en el caso del vídeo, de las localizaciones, la
ambientación y el vestuario. Romeo necesitaba silencio, por eso las grabaciones
de voz se hacían de noche, cuando todo Morillo dormía.
Morillo de Tou, paraíso cerrado de luz
y de belleza, se convirtió en obrador de arte y en estancia abierta, en
comunicación de cantores y canteros; es decir, alma y espíritu del pueblo
doblados por sus intérpretes. Jamás las voces de nuestros poetas, que inspiran
este poemario, sonaron con tanta verdad y emoción como en aquellas alturas. El
libro que ahora ve la luz es vago remedo de una experiencia y una convivencia
comunes, que pocas veces volverán a repetirse.
Repasamos aquí las partes y poemas que componen el libro.
I TODO EL DÍA ESTUVIMOS VIENDO VOLAR LOS PÁJAROS
Esta parte introductoria consta de un solo poema: “Al aire de
su vuelo”. Evocación de la aventura inicial
Con la primera luz de la mañana,
al estrépito sordo de timbales,
llameantes al sol las cabelleras,
descendimos al pie de la laguna, como
nos vio la cámara.
Una caminata hasta el
embalse de Mediano, donde Eugenio Arnao anclaba un “SOS” flotante aguas
adentro, iniciando una serie de instalaciones relativas a la poesía
performática.
De repente alguien dijo:
“Preguntad a los pájaros”. Y el cielo
se eclipsó
y brilló la laguna, tensa como una
sábana de púrpura.
El paisaje sonoro de pájaros, martilleos y viento eran augurios de algo velado por el sol.
y en los negros renglones de los
árboles,
los presagios de un tiempo dormido en las estepas.
II DE CÓMO, AL REPICAR DE LOS CANTEROS, SE ENCENDÍA LA LUZ DE LA MONTAÑA
El alba, el mediodía, o el crepúsculo de la tarde, se alternan con
la noche en el lienzo animista de esta parte del libro.
En “Mirada hacia el Sur” encontramos un territorio
donde el amor confunde el canto de los
pájaros
con el hondo sonar de las campanas.
Un Sur utópico y sensual. Sugerencias, acaso, de los cantos y
acciones de los memorizantes que en cualquier recoveco repetían palabras para
nadie.
Allí cantar es dulce y libre el
pensamiento,
libres las sensaciones, igual que
carretelas
en un prado de hierbas fulgurantes.
“Geórgica imposible”.
Una suerte de especulación virgiliana sobre un pasado quimérico donde el poeta
fuera campesino, labriego, pescador en el río. O pastor “como lo fue mi abuelo, ¡suprema ocupación!”.
A más de las tierras y ganados que nos rodeaban, las voces de Lope y Garcilaso acompañarían a RT en esa ensoñación.
¿Son enajenaciones? ¿O tal vez solo el
sueño
de un solitario errante que ha perdido
el sentido
de las cosas sagradas y ahora se
empeña en vano
en ser lo que no fue? ¿O que no pudo
ser?
¿Qué no será jamás?
RT no se fue por las ramas del pastoreo bíblico, siendo que no otra cosa hacía allí, en Morillo, guiando nuestros ímpetus, engolfados en perpetuo ramonear, hacia el pasto que crece en las alturas.
“Canción de bienvenida”
Habíamos reunido varios poemas del libro “Canciones” de F. García
Lorca para que los recitara Isabel Cortijo.
Proponíamos ejercicios donde el recitador conjurara las pausas
preceptivas con la recitación pausada y atenta a la dicción. En ocasiones eso
era suficiente para lograr una buena lectura en los versos de arte menor. Era
el caso. La voz de Isabel sonaba quebradiza, con un timbre de niña que nos
habla como pensamos que hablan los ángeles. RT se sintió tocado por la
interpretación y escribió su propia canción en heptasílabos, la que comienza:
Tenía corazón
y yo no lo sabía,
pues que mi amor moría
perdido en otro amor.
Corazón corazón.
“Lamento de los antepasados”
Por detrás de las fincas, frente a las
estacadas,
aún se oyen los lamentos de los
antepasados
en confuso murmullo de simientes.
Entre las ruinas del viejo pueblo, RT contempla todo lo que pierde
su ser, aunque renazca acaso como flor entre piedras.
Un agua inmemorial llora por los
jardines
creados para el ocio de los
veraneantes,
ajenos a las voces de las viejas leyendas.
“Alguien en la madrugada oyó ulular al búho”
RT recorre los sonidos que pueblan la noche, los imaginados, los
reales, y los reales imaginados por el poeta.
Durante la cena, alguien aseguró haber oído un búho, y RT tradujo su ulular:
“¿De qué paisaje habláis vosotros los
dormidos?
Nosotros, vigilantes del silencio
anterior a las hablas,
somos la sangre espesa de vuestros
corazones,
las máquinas calladas que bombean los
sueños.
¿Quién anda ahí vagando
sobre los pedernales?”
El año del que hablamos fue el de la jubilación de Rosendo. Y en esos días otoñales, RT, ahora remedo de Mairena, habría estado en clase. No extraña que el poema esté dedicado a su compañero Tomás Ortiz.
“Sortilegios en la noche”
A la sombra del soneto de Quevedo “Cerrar podrá mis ojos la
postrera…” el poeta evoca a una amada definitivamente ausente y, cantando, le
cuenta:
“¿No oyes cerca el susurro de unos
versos?
Se pasan estos jóvenes el día recitando,
sacudiéndome el alma con voces que no
entiendo,
aunque voces tan bellas que me impiden
dormir
y me estremecen en las madrugadas
con rumores de fuente y sonido de
estrellas.
Y me hacen recordar tus ojos claros
y el olor de tu cuerpo que embriaga mis sentidos.
“Con la sabia advertencia de los álamos”
Ahora estamos aquí, como estarán los
álamos
vibrando en esta tarde tan íntima de
otoño,
obedientes al sol que les manda cesar
en el vagabundeo de sus albas abiertas
a las luces cambiantes.
El álamo: madera noble, color mutante, propiedades curativas… si
extiende sus raíces, mayor altura alcanza.
Este amable concilio de almas
unificadas
en el oficio excelso de expresarse
cantando
nada pide ni exige cuando nada se debe
al gozo de un trabajo.
“Canto a la luz amaneciente”
Cada mañana, uno a uno, RT recibía en su atalaya a los
recitadores. Confesaban sus dudas, su inepcia filosófica para la comprensión de
tal o cual concepto. El vate agradecía cada tema propuesto y afinaba un
discurso que fuera comprendido por quien tiene memoria pero poca querencia por
discurrir conceptos. Una característica, más o menos constante, de aquellos que
oficiamos algún oficio escénico.
Del sueño de los hombres
despertamos muy tarde, con la tarde
doblada en otras tardes, siempre
tarde,
siempre lo mismo y siempre, noche
negra tras noche,
a vueltas con el tiempo y sus cadenas,
la muerte y sus siniestras elegías,
a vueltas con la vida y sus engaños,
cansados de explorar fronteras y
confines.
III ARTE POÉTICA DEL RECONOCIMIENTO
En esta parte, RT se va a referir al cómo y para qué saltan al aire las palabras del verso escrito. Qué resulta de ello, de esa trasmutación. Ráfagas de metapoesía incardinadas con sensaciones y emociones que su práctica produce.
“Epístola a un intérprete de la poesía”
Rosendo Tello fue mi profesor de literatura en 6º de bachillerato,
el curso 72-73. Asistió al nacimiento de El silbo vulnerado, y desde entonces
nos brinda consejo y amistad.
La epístola, que está dedicada “Al juglar L. F. Alegre”, comienza
con estos versos:
Tú sabes, buen amigo, que la
embriaguez del habla
es fruto de arte y gracia, y que la
poesía,
función libre del hombre, es un árbol
plantado
en la plaza de nadie. No sé de otras
palabras
que aquellas que, en acorde de música
y silencio,
renuevan el sentido total de la
experiencia,
y que su piedra verde o su diamante
oscuro
son piezas angulares sobre las que
fundamos
el orden de la vida. Como tampoco
entiendo
de un recitado fiel sino por la locura
que aplaza los sentidos. Si esto es
así y en ello
concordamos, si todo lo demás es azar
o artilugio, un oficio que con tesón
aprende
hasta el mal literato, tiene que haber
un punto
de fatal juglaría, saturación sagrada,
en que no se debiera tocar ya más la
rosa
sin que el dolor traicione el
sentimiento
que dio forma y figura a pasiones
bastardas.
“De cómo Garcilaso se fue de bolos”
RT celebraba las expresiones del argot teatrero. Incorporó el maestro algunas locuciones, como “montar un pollo”, “comerse el micrófono” o este “ir de bolos” que aparece en el título.
Cómo ¿aquí Garcilaso? ¿Pero será
posible?
hasta su nombre suena a voz exótica
en estas serranías ignoradas del mundo.
Nos habíamos propuesto representar la Égloga I de Garcilaso con los dos personajes definidos, Salicio y Nemoroso, más un otro (remedo del poeta) que introduce y despide el diálogo. En los prados junto al pantano de Mipanas, fueron los pastores a lanzar sus lamentos con un rebaño de ovejas y un burro. Lo grabábamos con cámara, para montarlo en formato dramático.
Lo hemos traído aquí para que suene
el manantial perenne de sus versos,
para que sus primores de linfa
transparente,
agua corriente y clara,
adelgazando el aire con su melancolía,
revele los secretos de su fluir
purísimo
y aclare los misterios de su voz y su
vida
en la mesa redonda de estas cumbres.
Que lauro, flor agreste y siemprevivas
se trencen en el cielo aragonés.
Miguel Ollés y José Luis Esteban eran los pastores y el ejercicio
era tan complejo que lo abreviamos en doce estancias, ¡y aún era! Fernando
Soriano presentaba el poema al Virrey de Nápoles, introducía los personajes y
despedía el poema.
El recitado debía ser pausado porque hay mucha figurita en forma
de oxímoron, sinestesia, hipérbole, metonimia… Ritmo lento sin perder la frase
por inversión de sujeto y predicado, ni por encabalgamiento. El endemoniado
esquema ABCBACcddEEFeF agotaba a los actores. ¿Es necesario que los intérpretes
conozcan el nombre de cada figura? No es imprescindible pero sí saber verla,
porque solo así puedes acompañarla (una inflexión, un mohín…).
Después, cuando, volviendo a su
descanso,
se olvide de nosotros, escribirá a
Boscán:
“He subido de bolos a Morillo,
cual hacen los poetas que se pasan el
tiempo
fatigando las salas de provincia en
provincia”.
Responderá Boscán: “¿Habéis perdido el
seso?
¿Cómo vos en tan viles menesteres,
vendiendo vuestra fama de poeta
por dos maravedíes? Noi, es aixó possible?”
A propósito de las estancias, como lo normal es que el esquema de la primera se repita en las siguientes, una vez establecido el patrón para la escanción, notábamos que en el ubi sunt de la estrofa XIX (¿Dó están agora aquellos ojos claros…) nos atascábamos con algo. RT se reía cuando se lo comentaba, porque esa estancia tiene un verso de más.
“Una muchacha se siente transformada al
recitar ‘Noche oscura’ ”
Tiene origen en la recitación del poema de Juan de Yepes por Eva
Esteban.
Se le puso dorada
la carne, de la brasa, y de la seda
la luz de la mirada,
y quedó toda queda,
suspensa en el albor de una vereda.
Cuando se grababa, Rosendo aprobaba con la cabeza, con los ojos,
cada verso que, cadencia lenta, se desprendía de Eva. Cada sinalefa –y hay 14-
que hacía sin descontrolar la lira, era como un capotazo torero y daban ganas
de gritarle “olé”. Cómo sería la cosa que Romeo decidió que el poema no debía
llevar música y RT le dio toda la razón.
En el estudio de grabación los ceniceros estaban llenos de cigarros casi enteros, reflejo de la ansiedad que nos hace encender y no fumar. Con todo, la atmósfera era densa por tener los balcones cerrados, temerosos de un posible ruidito que en la noche arruinara el registro. Alguien recientemente había prendido alguna yerba mora, que –decía Jovino- altamente el cerebro perturba; y que a los cuatro ocupantes del espacio nos hacía flotar ¡por San Juan y por Eva!
Que todo era manera
de amar y de sentir la poesía,
su oscura primavera,
gozo y melancolía
de no saber por qué el amor la hería.
“Alucinaciones frente a la Laguna Negra”
Entre los ejercicios del encuentro en Morillo: La tierra de Alvargonzález, con el que
Antonio Machado proponía repensar el romancero.
Lo montamos a modo de romance de ciego, con Soledad Jiménez y Jean
Michel Hernández acompañados a la guitarra por Carlos Arroyo. La estructura viene
ya sugerida por los títulos que dividen el romance.
RT conoce bien el poema. Lo ha contado en sus clases cada año: la
sencillez de los símbolos, el trazo sutil de caracteres, la fuerza telúrica… y el
protagonismo del padre hasta después de muerto.
En su poema, RT se encuentra con el Machado de las fotografías que
todos hemos visto.
¿Qué haces ahí, mirándome,
con la sonrisa irónica de un viejo
actor, cansado,
retraído del mundo, oculto en la
penumbra
tras un desvencijado paraván?
A él se dirige, excepto cuando, como en una acotación, nos confiesa:
A los seres queridos los amamos
como si hubieran muerto
definitivamente.
Unos, aunque murieron,
los sentimos pasar a nuestro lado
y decirnos “adiós” o “buenos días”,
o “adelante, muchacho, no está mal”.
Algunos nos aterran y tememos
que nos abofeteen con su mirada plana
de estatuas altaneras, pero son
accesibles,
y nos permiten ver y crecer a su
sombra.
Son los que nos asaltan al cruzar una
calle
o al regresar a casa tras una
francachela,
y siempre se hallan cerca de nuestras
decepciones
y los lances amargos de la vida.
“Mis galgos me avisaron”
Creo que es el poema más críptico de todo el libro. Está dedicado “al poeta de Moguer”.
¿Dónde estaba? ¿En brazos de qué
amores,
Bebiendo sin querer el aire silencioso
De mi melancolía, despistado?
Cuando nos reuníamos todos en la noche bajo la mirada de RT,
comenzaba yo la asamblea diciendo algunas consideraciones en torno a la métrica
o estilo de tal o cual estética. Inmediatamente, Rosendo tomaba la palabra para
puntualizar, por no decir “desaprobar” lo dicho, improvisando un discurso que nos
dejaba a todos maravillados.
Lo que había sido de gran importancia de día: la “partiturización”
del texto, la dicción, los acentos, las rimas internas, la rítmica, la asunción
del yo poético… de noche no tenían importancia. Las lecciones de poesía que nos
daba Rosendo partían de otra función ajena a la mecánica del verso: la función
de penetrar en todos los misterios. Insistía a diario en aquello de Heidegger
“esencia del lenguaje por la esencia de la poesía”; pero para llegar a ese
punto, transitaba por conceptos a veces animistas, a veces panteístas. Lo
inmanente se describía con palabras de Juan Ramón; lo sublime, asociado a Kant
o a Gadamer. Y aquello de Hölderlin “solo poéticamente habita el hombre la
tierra” era desarrollado cada noche con un nuevo vericueto conceptual. Fueron
lecciones magistrales de oratoria.
En los días finales del encuentro se sumaron varios escritores más a la aventura, entre ellos Javier Barreiro, Carlos Grassa Toro, Ángel Guinda y Adolfo Ayuso, reforzando las exigencias de teoría poética nocturna, tan lejanas de la preceptiva literaria y de la técnica teatral diurnas.
“Conjuros a una muchacha muerta”
Una hermosa muchacha decía ante la
tumba
de una muchacha muerta el poema
bellísimo
que le dictó Aleixandre, poema juvenil
del amor y la muerte.
Estaba
arrodillada
con las manos alzadas hacia el cielo
y los labios abiertos a la tierra,
como si pretendiera sorber de un
astillado
hueso primaveral el tuétano del alma.
RT sabe bien (y esto no debería decirlo, so pretexto de que nos llamen locos) que a veces el poema se le dicta al intérprete. Más que aprenderlo leyendo repetidamente, nos invade, ignorantes de cuál sea el proceso mental que lo consiente.
Junto a la iglesia se encuentra el viejo cementerio de Morillo,
diminuto, íntimo, escenario ideal para recitar “Canción una muchacha muerta” de
Vicente Aleixandre. Frente a una lápida,
Alicia Fernández Maurel era la intérprete. Domingo Moreno, cámara
al hombro la grababa muy cerca. Tras la reja, Rosendo fascinado. Toda la retórica
de aquellos versículos entraba en nuestros oídos a través de los ojos. En
los versos de RT parecen fundirse ambas muchachas.
Y muy cerca se oía
sobre el silencio puro, cristalino,
su voz brotar de tierra, sorda como la
tierra,
suspendida en el grito de alhelíes
purpúreos
y violetas oscuras.
En el silencio helado de nuestros corazones.
“Arte real de representación”
Sabemos de la vida por el arte
de quien la representa. Quizás por la
certeza
de que andamos, despiertos, cada día
ensayando
el sueño de la vida ante un espejo,
tan distinto a nuestra naturaleza
que dudamos de ser si no nos
contemplamos
en escenario público.
Jesús Arbués tenía a su cargo aplicar recursos teatrales a las recitaciones. RT le dedica este poema, donde trata las paradojas del teatro, espejo de la vida. Con fino estilete va seccionando esencias de este arte y también de quien lo ejerce.
Los hombres de teatro nos dejan la
impresión
de que siempre andan fuera, de que,
viviendo, actúan
frente a algún auditorio agazapado,
un tablado de sombras, como si no
supieran
asumir el papel usual de la existencia.
A veces parece evocar a Diderot, el enciclopedista y autor de La paradoja del comediante, uno de los libros de cabecera para el actor.
Mas ¿qué es lo natural sino el oficio
excelso
en que debe afinarse toda naturaleza?
No en vano se nos dijo:
esto debiera ser, o sé el que debes
ser,
y si has llegado tarde ve a Colono.
En Colono, aldea sagrada, irá a morir Edipo. Sófocles lo exime de responsabilidad por sus acciones, pues Edipo no era dueño de su destino.
Es decir, el sentido que daban los antiguos
a la calma del ser: catarsis,
suspensión
de las leyes del mundo, la mirada
asombrada
con que nos contemplamos más allá de
nosotros,
que es sentir soberano y purificador
de sabernos más libres.
“La ceguera divina”
Cada participante en el encuentro debía aprender un soneto. Varios
eran de Borges, frente a cuyo espejo RT escribe su poema.
De Tiresias a Borges tengo horror a
los ciegos,
pues siempre se entendieron con la
divinidad,
intérpretes de un tiempo que jamás
será el nuestro.
Y sin piedad nos tiran sus medallas
borrosas,
sus monedas de arena rescatadas al
viento,
talismanes cifrados de la vida y la
muerte,
dejando a nuestro afán desvelar sus enigmas.
Lo cierto es que la recitación de Borges nos deja la sensación de que a las palabras dichas les falta algo que no acaba de salir. Ese fondo, que el intérprete quisiera trasmitir.
Con los ciegos me siento siempre como
un idiota,
porque entiendo que nunca llegaré a
comprender la
claridad empozada de sus ojos de esfinge.
“Lectura de un poema” (Homenaje libre a L. Cernuda)
Les dije a mis amigos: Leed este poema
sin forzar sus acentos, respetando sus
hiatos de silencio,
así como aspirando en su seno de
flores y cálidas cenizas.
En él oiréis la luz al roce de unas
velas, cerrarse las persianas
a toques de penumbra y jazmines
dolientes.
La elegía mejor no es la que se
lamenta, amonesta o advierte,
sino la que rescata de la herrumbre
del tiempo
el perfume de un cuerpo, la gracia de
unos ojos, o el fervor de unos labios,
tesoro pudoroso encerrado en el cofre
de un camarín de plata.
Es sabido que la rítmica de la silva en manos de Rosendo se hace música. Más allá de la usual combinación de heptasílabos y endecasílabos, RT esconde el escanciado natural en versos que contienen 11 + 7 (como respira un tulipán al alba o un fuego en el crepúsculo), o 7 + 7 + 7 (el perfume de un cuerpo, la gracia de unos ojos, o el fervor de unos labios), etc.
Si bien la silva domina todo el poemario, creo que en este homenaje a Cernuda su uso es ejemplar.
“En la memoria del poeta Juan Gil-Albert”
Dedica este poema a Feli, “ama y confidente de tantos secretos”,
que durante 45 años cuidó del poeta alicantino, prácticamente desde que regresó
a España de su exilio en América.
El poema de RT, en cuatro tiempos, es una conmovedora elegía al
que fuera su amigo. A su estudio dedicó Rosendo muchos años, sobre su obra hizo
la tesis doctoral; lo trajo a Zaragoza en varias ocasiones y nos permitió
compartir con él momentos luminosos.
Gil-Albert había muerto hacía dos años. Su recuerdo asaltaba a Rosendo en aquellas noches de Morillo.
El don de la poesía, esa chispa
sagrada que los dioses,
envidiosos del hombre, lanzan sobre
unos pocos elegidos,
se paga con dolor e indiferencia, y la
hermosura,
delicia del abismo, con el canto
ignorado de las celebraciones.
¿Por qué un día nos vamos y todo queda
abajo
petrificado, basto pedernal, como si
de verdad
nos hubiéramos ido al fin y para siempre?
“Cuerpo de manantiales”
Una tarde, repasando ejercicios, iban cayendo versos que evocaban
amores. La voz de Pilar Barrio cantaba a Holan con versos minimalistas de Clara
Janés; Ana Abán recitaba a Lope, Sergio Sanz, un soneto de Shakespeare.
Rosendo estaba como ausente, ajeno por completo a lo que celebrábamos. “¿Se encuentra bien, maestro?” le pregunté. “Sí, pero voy a ir al teléfono. Necesito hablar con Maribel”.
AMOR, y si no fueras más que esa lluvia
ardiente que se va
por el desierto blanco de mis ojos. Y
si fueras el aire
que graba en la corteza de tus manos
un corazón ardiente
con ventanas abiertas. Y si no fuera
el sol
en que suena la nieve pura de tus pasos.
IV CÓMO DEBE HACERSE UNA FOTOGRAFÍA
Con dos largos poemas cierra RT este libro, y se despide de gentes y paisajes, de esa conjunción que nos hizo felices.
“El corazón de la luz”
Nadie quería irse. Soñábamos con que algún millonario majara, o
alguna hada madrina estrafalaria se presentara para pagar la juerga de versos y
compases algunos días más.
Tras recitar al sol y al son de las
laderas
o tumbarse en el césped para ensamblar
la música
concorde de un soneto, el vuelo de
unas liras,
o la melancolía pautada de una égloga,
una elegía hermética o una canción que
llora,
quién sabe qué poemas que abastecen la
vida
de quienes los aprenden sin saber
quién los creara.
Llegaba el momento de la fotografía, pero…
No era un instante más ni un encuentro
fortuito
los de quienes coinciden por azar y
alguien dice:
“¿Les gustaría hacerse una fotografía?
A ver, usted, acérquese. Y, usted, ¿se
pega al grupo?
Un poco más acá. Así… Muy bien… Ya
esta”.
Y el que habla es fotógrafo de ocasión
y de oficio
que mira a su negocio y no entiende
otra estética
que la que da servicio a cambio de ganancia.
No era ese el caso. Porque todos queríamos retratarnos en grupo “y
sentirnos fundidos en un cuerpo indiviso”.
No era un instante más el que nos
congregaba,
Ni ese prurito estúpido que impulsa al
individuo
A salir en la foto con gesto bien
compuesto
Y hallar protagonismo. Chupar cámara,
dícese,
O, si hablamos de fama, chupar nombre
de un nombre,
Migajas de la gloria que contagia y
nos salva
De nuestro impenitente, común anonimato.
“Despedida de mis amigos”
No, no era cuestión de fe, de hallar paz y descanso
O templanza de ánimo, lo que me trajo
aquí
Para pasar el tiempo retirado del mundo, como un monje.
Rosendo siempre valoraba los trabajos de difusión poética por la voz o la escena. (Y no solo los nuestros, los de Pilar Delgado, o los de Carlos Cezón, por hablar de muy antes). Rosendo, músico precoz, intérprete de Schubert, capaz de trasmitirle a mis gentes las palabras precisas para elevar su arte, a veces con silencios, otra forma de hablar. No le asustaba enfrentarse a dos docenas de desconocidos, seguro de que un algo les podría aportar.
Rodeado de jóvenes que nada me
reprochan,
nada se corresponde con la pasión de
un viejo derrotado,
que vino a lamentarse de su tiempo y
trabajos perdidos.
Pues me dan calor correspondiente de
sus semblantes
ingenuos, naturales; la gracia de
sentir con entusiasmo;
la libertad de hablar y de mover las
manos sin ensayos;
expresar su emoción sin aspavientos e
iluminar la vida
con las antorchas de sus cabelleras,
sin la melancolía
pegajosa del anciano que rumia su
elegía
calentándose al sol.
Y acabemos ya esta suerte de prosimetrum
con los versos finales de Magia en la
montaña:
¿Conocéis las tormentas de la sangre,
la lenta mordedura
del amor y el grito alborozado de las
aves que cruzan
los pantanos? ¿Alguna vez probasteis,
y experimentasteis
el fuego derretido como bresca en la
boca?
Si no lo comprendéis, venid a este
lugar mágico
en que el silencio es todo lo que
falta en el mundo,
como el amor que acompaña cuando nos
despedimos
e ignoramos si un día volveremos a
vernos, a la luz
de estas montañas y estos cielos
rientes.
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