Javier Barreiro publicó en su blog la bibliografía de y sobre el poeta, precedida por una reseña biográfica.
En la revista Imán, José Ángel Monteagudo habla de 'la poética del desarraigo existencial'.
Periódicamente, Mª Pilar Martínez Barca, editora de la Poesía Completa (1948-1982) de Pinillos, nos ofrece en su blog La lámpara encendida estudios, poemas y noticias relativas. De Martínez Barca hizo una semblanza hace años Antón Castro que nos atrevemos a recomendar Pilar Martínez Barca edita a Manuel Pinillos. Las1.258 páginas de obra reunida dan mucho respeto.
También Antón, publicó el mes pasado en Heraldo de Aragón una panorámica biográfica en sus crónicas veraniegas. Coincidía con la celebración del Festival de Poesía Moncayo, dedicado este año a varios aniversarios, entre ellos el de Pinillos. De ello dio cuenta la prensa, aunque con alguna datación inexacta.
Ángel Guinda presentó la antología que, como todos los años, se edita con el festival:
Y se celebró una sesión para celebrar la vida y obra de nuestro poeta. Presentados por Forega, hablamos y recitamos Ángel Guinda y Luisfelipe, o sea yo. Pero antes, Mª Pilar Martínez Barca, llegada por sorpresa, nos habló de la pasión compartida por Pinillos.
En mi intervención eché mano, primero de un artículo mío ('Unos poemas de Manuel Pinillos', en Criaturas Saturnianas nº 5, 2006) y, después, de dos episodios relativos a la relación Pinillos-Guinda y que narré con desparpajo.
La sesión fue grabada en vídeo y, a lo que se ve, no pude quedarme quieto detrás de la mesa. No se entienda que es una maniobra para robar plano a Forega (Guinda y Forega son mis hermanos mayores) sino fruto de la timidez del actor.
Antón Castro comentó la sesión y recogió algunos recuerdos míos en: Pinillos por Luis Felipe Alegre
Y, por ahora, lo último ha sido una charla sobre Pinillos y Miguel Labordeta a cargo de Trinidad Ruiz Marcellán y Guinda, esta semana en Expoesía de Soria.
Por mi parte, dejo aquí el artículo publicado en Criaturas saturnianas hace ocho años.
UNOS POEMAS DE MANUEL PINILLOS
Por Luis Felipe Alegre
...Tuve la
amistad del poeta hace treinta años y soy recitador de poesía. Hoy supongo que
en nuestra relación había algo paterno filial, pues el poeta que blandía la
bandera de un país llamado Rebeldía tenía cuarenta años más que el joven rojo
que era yo entonces.
Decir un poema
que otro ha escrito es un acto de amor en varias direcciones: al autor, al
lenguaje, al amigo y al desconocido con quienes se comparte. A Manolo le
gustaba muchísimo la recitación de poesía y había encandilado muchos auditorios
con su palabra.
Pero hace ya
siglos que el instrumento del poeta no es la voz, sino el papel y la pluma, con
ellos el poeta perpetúa su obra. Y esa obra es su justificación del gasto que
hace al mundo.
Y AHORA ESCRIBO[1]
Escribo, y esto quiere decir que oigo,
quiere decir que me oigo los ojos y las
manos.
En los ojos llevo montones de pedazos
de llena madera de bosque de mi amor;
y en las manos sólo mi corazón que se
enracima
y suelta sus mil frutos de pulpa
azucarada
o llena de un ácido sabor de vida que se
abre.
Escribo. A mi dios o a mi pecho,
a gentes ignoradas a quienes no recuerdo
haber pensado.
a difíciles gentes: porque no hay
quien lea a los poetas que hablan con
tinta fresca
de su alma que sangra en tierra viva.
Escribo. Quiere decir que tengo ansia de
escucharos,
cosas y hombres a quienes he amado
de quereros iguales a como yo quisiera
ser en el recuerdo.
*
Pinillos,
abogado por imposición familiar y sin vocación de tal, vio en la guerra del 36
su escapatoria de la férula paterna y entró en el ejército de los sublevados.
Por lo mismo hubiera entrado también en el del otro bando. Recibió heridas en
combate que dejaron cicatrices en el cuerpo y en la memoria. La última noche antes de la victoria la pasó
en el frente hablando con un soldado enemigo.
ÉL VUELVE[2]
Él vuelve de la guerra.
Vuelve de oscuras noches,
de espantos silenciosos.
Fue a defender hermosas
palabras. Nunca supo bien lo que era.
Nunca lo supo, fue
ni triste ni alegre. Fue, eso es todo.
Trae ojos con miradas como grietas.
Hondas, enormes. Grietas como abismos.
Abismos, negros cráteres,
dolores, miedos.
Vuelve,
con aquellas pupilas cruzadas por los
látigos
azules de los tiros.
Los labios –ay, los labios
despiadados, desiertos, sin las risas-
ya no sostienen lilas, mentas, frágiles:
las que aquel niño con sus blancos
dientes
cortó. Son apagados, rencorosos,
distantes, fieros, árticos.
Serena el pelo una
aún ráfaga de luz, como una mano.
El pelo desmayado
de adolescente tierno. Besa
su rostro niño, con su dedo
delgado de oro y mimo.
Ha vuelto. Preguntadle
qué sabe de la guerra, de otras cosas.
Qué sabe de la noche, qué sabe del “no
sabe”.
Luchó, sufrió. En las largas
jornadas insaciables,
pasó bajo los arcos
en ruina, por las grietas
de la tierra violenta;
por su llanto.
Fue, vino. Como un viento desmembrado,
como un huido lobo que persiguen.
¿Adónde iba? Vuelve.
Trae duna en los ojos, trae las bombas,
ríos de fuego airado.
Le esperaban de noche –nuevamente-
y los despachos tristes, y los fríos.
Ha vuelto. Acaba el viento.
Dios, el huracán límite, las horas
regidas por la furia. Está tranquilo.
No le ronda el aplauso. Y es el héroe
(triunfó, oh dioses: ¡salve!, y es el
Uno.
En el frente sin mares
-victorioso-
la última sangre de la muerte flota.
*
El léxico de
la guerra es recurrente, acaso porque “nos ponen guerras en todas las esquinas”
, dice en el 58; o porque “pertenecemos a los años de la muerte en cada
esquina”, en el 61. Y logra con él imágenes delirantes, como esta del 77: “y ahora miras al manso batir de los años /
como si todo fusilase inútilmente a tu vida / pues ahí permanece.”
Vocación y
decisión hicieron de Pinillos un escritor profesional. Pero antes pasó unos
años de trabajo funcionarial en Guinea
Ecuatorial y en Gerona. La vuelta a la vida civil fue su renuncia a la máscara
de vencedor. Y mientras, en esos años Cuarenta, iban apareciendo libros de
poderosa influencia: Sombra del Paraíso,
de Aleixandre, Hijos de la Ira de
Dámaso, Los muertos de José Luis
Hidalgo y Tranquilamente hablando, de
Celaya. Influencias que le pusieron en
la onda poética de su tiempo. Publicó su primer libro en 1948, con 34 años.
En 1951,
dirigiendo los dos números que dio la revista Ámbito de “Poesía y polémica”,
Pinillos se convierte en animador de la controversia en torno a la “poesía social”, etiqueta que no le era
nada grata. Ese mismo año gana el Premio
“Ciudad de Barcelona” con De hombre a
hombre. Celaya lo prologa, dejando caer los desajustes formales del libro.
Pinillos, hábil de reflejos, hace que delante del prólogo de Celaya vaya su
“Justificación de un prólogo”, donde alega que
“…las estilísticas, a estas
alturas de una poesía afirmada en dolorosas circunstancias de vida, me parecen
casi inmorales y sumergirse en su
influencia, tan frívola corriente de ornamentación, como el vestir uniforme de
gala y lustrarse bien las botas para
entrar en un combate de tanques…”
Justa y fina respuesta a quien
había escrito: “Escribiría un poema perfecto / si no fuera indecente hacerlo en
estos tiempos”.
El afán polemista de Pinillos
creo que no le favoreció en la humana
vanidad de verse reconocido como lo que era: uno de los grandes poetas de
posguerra.. Sin embargo, en Zaragoza la sociedad literaria siempre lo tuvo en
alta estima y, como la de Miguel
Labordeta, su obra fue referencia querida por los poetas jóvenes. Y él colaboraba con ellos en revistas tan, aún
hoy, sorprendentes como Papageno,
Orejudín, o Despacho Literario.
Precisamente
en un Despacho de la OPI de 1960,
Eugenio Frutos encajaba a Pinillos en la “poesía situacional”: entre esos
“hombres independientes” que conmovidos “por el dolor de nuestro tiempo, lo
manifiestan auténticamente en su poesía”.
Años más tarde, Pinillos seguía gustando del artículo de Frutos.
LA
MUERTE ESTÁ HECHA UN HOMBRE[3]
1
Cuando estoy solo, cuando estoy vivo,
cuando lloro sin llanto, cuando recuerdo,
cuando amo, cuando escucho simplemente
(el ruido marítimo del corazón
que barre su oleaje de fuego y ramas),
deseo vivir, deseo seguir
aunque esté solo,
aunque esté llanto, aunque me sude acíbar
la memoria,
aunque ame desgarradoramente,
aunque me rompa en olas, aunque huya
hacia el fondo de corazón de niebla.
Cuando estoy muriendo, cuando oigo
las palabras que han escrito con sangre,
el odio, la docilidad, el apocamiento;
cuando sonrío dolorosamente
y pienso en la muerte y su comodidad
y casi apuro el vaso de su dormida
música…
Pido vivir, pido seguir, pido llorar,
pido
por los que quedan, por los que me
acompañan,
por los que mueren de día
desbordándose como el invierno y las
lluvias.
2
Pero, qué hacer; pero, cómo estar,
supervivir,
cómo ser si está el mundo cayendo por su
tierra,
si el hombre está callando
por miles de palabras,
si el hombre está escribiendo de destino
su hielo;
si el cielo tiene un tiro de frío por el
alba.
Cómo, cómo estar, cómo seguir, cómo
quedar en lo imposible.
La muerte se ha hecho un hombre. La
muerte acariciando
las espaldas, los labios, los cuellos del
rencor,
crece continuamente,
llama en todos los ojos,
ríe ante cada ruina,
baila por todos los brazos su alucinante
danza;
contra cada mejilla
aplasta su atroz beso.
Las manos, estas manos de promesa,
abandonadas
de la abundancia cariñosa y el tacto de
la luz,
nonos sirven más que para ahogar el
corazón,
estrangularlo entre sus dedos gastados
por la inercia.
¡Arriados abrazos y los labios con nubes!
El amor pasa como los humos
por el viento de la memoria,
ah flotante columna leve
en el anochecer del pecho.
Mientras yo miro a todas partes, miro
hacia la eterna esperanza,
todo se aleja, todo caduca, todo cruje
conmovido por el terremoto vencedor
que ordena la derrota sobre los ojos del
hermano.
El hombre muere, el hombre
acaba ¡El hombre ha derrotado al hombre!
Pero yo siento todavía crecer
las hojas de mis dedos, el bosque,
el río nocturno de los besos aéreos
cuando camino la noche de mis aguas,
y la muerte crece y crece, crece y crece.
O se confirma
en el mutismo de las lilas y sus trenes
violentos
al chocar con la primavera.
Qué haré de mi bandera de sed,
deshilachada
por su racha de furia; la belleza
que te tocó mi mano de niño o mi carne,
diosa dormida en la agonía de las flores,
sombra quieta, tristeza de la rosa:
vida…?
*
El
existencialismo del poeta se manifestaba libremente y cuando le interesaba o le
apetecía aparecían los ecos de las poéticas modernas. En los años centrales de
su producción una de las protagónicas era la “poesía social” (véanse las
coincidencias con Blas de Otero en el poema precedente) y cito algunos títulos
de poemas que, por ser de la década del Cincuenta, harían pensar en su adscripción a esa
corriente: “Quiero deciros todo”, “Porque callar no basta”, “Porque nada se espera”, “La vida (que
dicen)”, “Con mala letra, a Dios”, “Hoy”. Pero los poemas se alejan de la
claridad anunciada y se suceden torrenciales los versículos donde saltan
meditaciones metafísicas entre amagos simbolistas, imágenes surrealistas o
guiños postistas, complicando su lectura, complicando su ubicación. Y, bueno,
Vallejo y algunas etapas de Neruda y de Alberti también requieren esfuerzo del
lector, decía Pinillos, hablando de poetas que pulsaban cuerdas similares.
Al
poeta le conviene encuadrarse en un grupo, generación, corriente… La
independencia conlleva riesgo de marginalidad. En Poetas sociales españoles, Manrique de Lara explica en su apéndice
que Manuel Pinillos no puede entrar en la órbita por su tendencia hacia lo
metafísico. Afortunadamente, podría decirse.
Aunque es
banal seguir con este tema ahora, recuerdo que pasé muchas noches con Pinillos
hablando de temas lindantes con la función de la poesía y que disfrutaba
especialmente con mis recitados de Blas de Otero y del lorquiano Poeta en Nueva York. Él como premio me
decía poemas de Hölderlin, o me ponía cintas donde recitaba Antonio Fernández
Molina que, debo confesar, Margarita y Manolo oían extasiados y yo un poco
amoscado.
Margarita era,
más que su esposa, su Zenobia.
Hay muchas
leyendas sobre la vida de Pinillos, quien en su afán por no mezclar biografía y
obra alimenta involuntariamente el pabilo.
Uno de esos
cuentos habla de dos amantes que por
algún impedimento familiar no debían casarse. Dicen que se casaron en
secreto y que siguieron haciendo vida de solteros durante mucho tiempo. Y dicen
que un poeta romántico no podía renunciar a su amor por tales o cuales cláusulas
de un documento notarial. Yo no sé.
REALQUILADOS[4]
Esposa, mira, toca este suelo, este
triste
cuarto que nos cobija tan desnudo;
se parece al momento que nos lleva,
deshecho,
y enseña sus enormes rotos dando
en la calle con nubes una señal muy larga.
Sí, es algo parecido al grito del que
vive
unido a la intemperie, al mendicante
despojado de todo y cercano a morirse.
Porque nos han quitado la antigua luz, la
casa,
mi cuarto –aquel que puse vestido de mi
amarte-
y somos casi unos mendigos que se abrazan
en el lecho que empieza a hundirse y baja
a un miedo.
Y algunas noches, lentas cual burbujas
de un mar asolador, no tenemos apenas
fuerzas para sentirnos
unidos a los brazos que se buscan, se
oprimen;
al cuerpo que remueve
la voz del corazón. Esposa, escucha
este gran remolino del día, este diluvio
de noticias feroces y dime que aún
esperas
algo que nos afianza en el apego:
consigue de los años que crueles se
hocican
sobre nuestro destino –terrible suceder-
que se nos hagan bellos como cuando
anochece
y quedan astros fuera de la bóveda
oscura.
Nos ha puesto la vida su mortífero y
hondo peldaño de sufrir.
Estamos sin dinero, sin lámpara en el
techo,
y hay que seguir la marcha
porque si nos dejamos arrastrar por la
inercia
caeremos en las fauces del dios
devorador:
esa muerte que suele irrumpir si te
quedas
quieto bajo la sombra
que acecha ávidamente a los pobres que
huelen
el convite de lejos y nada obtienen. Dame
la mano y repongamos la confianza.
Escucha
el silbido del campo que desde la ventana
vemos fulgir al sol. Y olvida
que esta casa no es nuestra, que fuimos
despojados
de la propia en un día
cualquiera, y que ese Banco de mármoles y
cheque
que compró por tres céntimos su derecho a
arrojarnos,
estará ahora rompiendo los muros, los
tabiques
que supieron los besos íntimos, las
palabras
que dejamos en ellos colgando cual
pedazos
de nuestro ondear la antorcha que allí
nos alumbraba
en el cada momento del ir a desfallecer.
¡A cambio de eso él les pondrá un oro
sucio,
mientras un algo, nuestro, se quedará
allí ahogado:
en medio de aquel templo de lujo y
zafiedad!
Realquilados somos en el mundo habitado
todos los hombres. Álzate,
sigue dando tus hombros
a mi hoy sin apoyo, y bésame muy prieto,
muy dentro de la entraña;
pues que también los despedidos
del banquete, podemos ser felices un rato
si sabemos estar en el amor. Oh, déjame
apoyar la cabeza en tu pecho extremado
y miremos los huertos humildes, las
ovejas
que comen su hierbilla y a las que desde
aquí oímos
mover lentas esquilas como un campanico
hondo.
Pues vivimos al borde del campo, eso que
abriga.
Y olvidemos lo otro, estemos más
cercanos;
estemos olvidando que el porvenir es
mísero.
Porque, al fin, aún seguimos en la tierra
y tu mano me deja un calor, un timbrazo
que me pone despierto el respirar. Y el
alma
aquella que te diera, requiere todavía
que eternizadamente sigamos el camino,
pisemos la vertiente, muramos sin
temblor,
juntos, igual que el río entrelaza sus
aguas.
*
Quizá algún
error de cálculo le hizo apostar por jugársela a la carta de la poesía. Tal vez
a mitad de camino, Margarita Sanjuán hizo posible la constancia en el empeño.
Pinillos
no llegó a ver impreso el estudio de José Luis Calvo Carilla Introducción a la poesía de Manuel Pinillos,
al que hay que remitirse para un certero acercamiento a su obra.
Para
finalizar copio este soneto, aunque puede, no recuerdo dónde, que tenga una
errata.
UN IMPRUDENTE MUERTO[5]
A punto de morir, estaba un hombre,
pobre como la voz que a un frío escucha,
pidiendo un pan, pidiendo amor. Su lucha,
tal que la nieve cayó. Nadie se asombre.
Antes de ser “lo que la muerte escombre”,
quiso advertir que iba a su fin. No es
mucha
la osadía. Mas grande fue la ducha
que, heladamente, le caló hasta el
nombre.
Le dijeron: “Despojo, no te quejes,
no nos tires tu lágrima; es molesto.
Acaba ya, no importa que te alejes.
Pero hazlo bien, sé fino en ese gesto.
Que esté correcto el muerto que nos
dejes.”
Vomitando murió, torpe hasta en esto.
[1] Tomado de la revista Narceja,
nº 8, Sao Paulo, 1961
[2] En De hombre a hombre, ed.
Alisio, Las Palmas, 1952. Tomado de Introducción
a la poesía de Manuel Pinillos, estudio y antología de José Luis Calvo
Carilla, Prensas Universitarias, Zaragoza, 1989
[3] Tomado de La muerte o la vida, Colección “Doña
Endrina”, Guadalajara, 1955
[4] De Viento y marea, 1968. Tomado de Fuente de Cibeles,
separata homenaje a M. P. de la revista Malvís,
Madrid, 1989.
[5] En Hasta aquí, del Edén,
Zaragoza, 1970
Luis Felipe y Manuel Pinillos, 1978 Foto: Jacinto Ramos |
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