27 de marzo de 2014

Rocío erótico

Metido a editor, el reconocido pintor Paco Rallo nos presenta Rocío erótico,  libro con relatos y dibujos de muchos artistas, no necesariamente escritores. Un tema común: el erotismo.
Diseño de la cubierta: Ricardo Rousselot
Varios medios de comunicación se han hecho eco del libro. Antón Castro lo reseñó en  Artes & Letras de Heraldo de Aragón:


En la revista de la Asociación Aragonesa de Críticos de Arte, Manuel Sánchez Oms, reflexiona sobre el libro en un análisis con enjundia que termina así:
En Rocío erótico –fecundo y frío a un mismo tiempo-, las imágenes se encuentran con los textos sin que exista conexión lógica alguna. Se trata del rendez-vous de dos personas predispuestas sólo por sus voluntades participativas, sin que ninguno de los dos haya conocido de antemano la producción de su compañero de página, como bien matiza el propio editor en la presentación del libro. Se trata de un nuevo triunfo de la yuxtaposición sobre la superposición en aras de otorgar la máxima libertad a las facultades asociativas del lector. Sin embargo, esta condición de esta nueva lógica desencadenada por el conocimiento erótico y que establece sus dos dimensiones primeras y espaciales, no es la única. El instante se basa en una constante y cuantitativa reducción del motivo hasta confeccionar la unidad cognoscible de la conciencia, el medio por el que puede asumir todo lo que  le rodea en el interior mismo de la estructura del yo (lo que vulgarmente ha denominado el psicoanálisis subconsciencia), porque mediante el deseo hacia los motivos exteriores obtenemos un negativo de ese interior desconocido. Esta reducción constante es la profundidad cognitiva propia del erotismo (la continuidad) hasta alcanzar la pornografía (la yuxtaposición de los instantes), es la puesta al desnudo que activa el Gran Vidrio de Duchamp y que obliga a filtrar constantemente los accidentes de los relatos hasta depurar una unidad literaria mínima, -el “micro-relato”-,que, tal y como ocurre con los proverbios de Paul Éluard o con los “euphorismes” de Julien Torma, redescubre a cada instante la literatura (en la plástica el cuadrado de Malevich, el punto de Kandinsky, el azar dadaísta, etc.) y reinventa a cada momento el objeto de una única obsesión, la misma que, de manera colectiva, se presenta en múltiples versiones en esta recopilación.
Manuel Sánchez Oms 
La revista colombiana Ojos dedicó varias páginas a Rocío erótico:



Entre las firmas encontramos a muchos amigos y colaboradores. Aquí, los relatos de Helena Santolaya y de Luis Felipe. Entre ellos, la ilustración de Germán Díez:



Entre las piernas
Helena Santolaya

Túmbate aquí con cuidado. Levanta un poco. Que la almohada quede justo debajo
para que sea más fácil. Ahora abre las piernas. Así, muy bien. No te preocupes. No te
hará daño. No es preciso que cierres los ojos. Mira, parece que es muy grande, pero
en realidad no lo es. Solo meteré la puntita. Pondré más crema. Está un poquito fría,
pero ayudará a que resbale mejor. Abre bien las piernas. Así, eso es, muy bien. ¿Te
duele? Bien. Un poco más...
Mientras su rígido y lubricado aparato recorría mi vagina yo solo podía pensar en
la lluvia que golpeaba los cristales y en la ropa que había tendido esa misma tarde.
Deseé que terminara cuanto antes. Quizás todavía estuviese a tiempo de retirar las
cosas del tendedor. No podía reprocharle su entrega, pero yo ya no era capaz de
pensar en otra cosa que en mi ropa tendida.
Cerré los ojos, como para empujar el tiempo con los párpados, mientras su aparato
empujaba mi vagina. Solo habían transcurrido unos minutos, pero se me antojaron
una eternidad.
Me incorporé y retiré con una toallita de papel el líquido viscoso que se escurría
entre mis piernas. Me vestí. Me miró sonriendo. Sus ojos azules transmitían serenidad.
Me pareció, de pronto, una mujer de verdad atractiva. No me había dado cuenta
hasta ese momento.
Todo estaba bien. Paré un taxi con la inquietud de retirar la ropa y con la tranquilidad
de saber que, al menos hasta dentro de un año, no tendría que hacerme otra
ecografía.

Germán Díez, Cargols a la llauna i migdiada, 2013. Collage y lápiz sobre papel.


El 35
Luis Felipe Alegre

Tomé el 35 en La Seo. Una voz anunciaba cada parada, calle y número, y las
conexiones con otras líneas. Decía «Enlaces: tranvía, 40, 35». No entiendo el sentido
de dejar la «o» final cortada, puede que experimenten con una vocal nueva (¿ø?).
Era la madrugada del 15 de abril y el reloj del bus marcaba las seis y media. Me
impuse la absoluta concentración en las circunstancias del trayecto, para evitar mirar
a la persona que tenía sentada frente a mí. Comprobé que la frenada en las paradas
no era igual que el resto de frenazos provocados por el tráfico, era más frenazo y
frenazo.
No sé qué hubiera hecho otro hombre en mis circunstancias, pero en la Puerta
del Carmen me di por vencido y dirigí mi mirada a esa mujer escultural que me
guiñaba y hacía amago de fruncir los labios mientras metía su mano bajo la falda
para mostrarme las tirillas de su tanga. Fijé los ojos y me respondió con un ladeo
de cabeza hacia la puerta. Nos levantamos y me agarró el paquete, yo intenté tapar
sus manos con las mías. De esta guisa bajamos las escaleras y así seguimos hasta la
habitación del Hostal Ávila donde pasamos la noche.
Como médico forense, no deja de maravillarme que la desgraciada, ignorante de que
hay una dosis, se hubiera bebido medio litro de éxtasis líquido y siguiera viva. Más
aún, que su pulso estuviera en 80, cuando el mío iba a 120.
Al segundo envite, ella (olvidé su nombre) leyó en mis ojos de hombre máquina:
«Agotado. Elija otro». Velozmente se vistió y se fue a fumar a otra parte.
Yo, nada más levantarme, me fui al trabajo y pedí el turno de noche, «el que acaba a
las seis y cuarto».

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