No sabemos la razón por la que Heraldo, tan generoso en otras cosas, no ofrece a los lectores de la edición digital la posibilidad de compartir esta serie, así como otras entrevistas y columnas de diversos colaboradores. Es una pena porque son los escritos que no se evaporan al día siguiente. Menos mal que Pedro Zapater ha hecho una buena digitalización de la página y que, pinchándola, la ves más grande.
En una columna horizontal, La Opinión, Castro evoca a Julio Antonio Gómez. Un poeta al que no conocimos personalmente, que murió hace 25 años y que siempre hemos tenido en repertorio.
GEOGRAFÍA
Zaragoza
limita al Norte con la Desesperación
asomada
a los crujientes secanos que buscan grandes puertas
para
escapar al insulto de los Paradores de Turismo
Zaragoza
limita al Norte con la Desesperación de los rebaños eternamente soñolientos
que
aman el hambre casi humana del pastor
acurrucado
y solo como una masturbación en los espartos.
Zaragoza
limita al Sur con las arpilleras rotas de los Presidios
balanceadas
por el aliento de los castigados a celdas,
humillados
por la oscuridad del pánico, por el aluminio de los tenedores,
por
los ojos implorantes dejados caer a
ciegas desde las galerías.
Zaragoza
limita al Sur con la acusación de los cipreses testificales
erguidos
ante una muralla china de tapias fusiladas
en
cada madrugada inmóvil, última inmóvil.
Zaragoza
limita al Este con la ira del viento
que
aún no ha conseguido borrar los nidos de
las ametralladoras
que
no ha sido capaz de rellenar aún la herida prolongada de las trincheras que
continúan,
en
las que el romero respetuosamente se niega a florecer.
Zaragoza limita al Este con el llanto de los sobres
ministeriales comunicando muertos,
con
la mano helada ofrecida por los funcionarios crueles complacientes,
con
el terror blanco de los registros domiciliarios,
con
la ensordecedora desnudez
en
los interrogatorios llevados hasta el fin,
hasta
todo el silencio.
Zaragoza
limita al Oeste con la indiferencia de los campanarios,
con
la carcoma sonora que asciende en la oquedad
de
los retablos plateresco ausentes, en la ya desconchada purpurina
del
manto de Santa Engracia, en la blancura un poco ajada de Santo Dominguito de
Val
rodeado
de judíos feroces pintados de negro.
Zaragoza
limita al Oeste
con
los amaneceres rebosantes de sacos y de gitanos
buscando
en las basuras nadie sabe qué pradera o justicia,
disputándose
el pan y los espejos.
Zaragoza
limita con toda Limitación, con el frío y las voces
de
las esquinas custodiadas por los tercos vendedores de iguales,
únicas
voces permitidas, únicos gritos
golpeando
las calles, únicos
y
ciegos.
Ciegos.
Abrid los ojos.
Julio Antonio Gómez
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