La memoria del titiritero argentino y su repertorio teatral siguen viviendo en Cuba. Tomamos del boletín El Apuntador del Teatro Terry el comentario de Lázaro Pérez Valdés sobre Andariego que ofreció Papalote en Cienfuegos:
Andariego: digno homenaje a Villafañe
Lázaro Pérez Valdés.
La obra Andariego, presentada el 19 de febrero en la sala Teatro A Cuestas, de Cienfuegos por la compañía matancera Teatro Papalote durante la Temporada Teatral Luisa Martínez Casado y Arquímedes Pous 2012, es un franco homenaje de la agrupación a Javier Villafañe, actor, director, escritor y maestro del mundo de los títeres. Todo un canto lirico al espíritu del alma creadora del titiritero y una espontánea razón para reconocer a todos los artistas que desbordan de imaginación el universo infantil.
Partiendo del ejercicio más elemental y difícil de los titiriteros: darle vida a los objetos, engendrarle personalidad a las cosas inanimadas, el colectivo se aventuró a representar un texto mixto de poesía y prosa, respetando la redacción del propio Villafañe. Con una certera economía de recursos, partiendo de un escenario vacío proyectándose en todas sus dimensiones, se trazó un diseño de movimiento impregnado de plasticidad y belleza coreográfica. El gesto y la voz se fundieron como una partitura musical, donde cada uno respeta el tempo y ritmo del otro, donde los dos de conjunto permiten apoderarnos del mensaje de todos los vocablos al tiempo que se experimenta la melodía divina del teatro.
El estudio meticuloso del hacer o el decir se evidencia en los matices de la voz, en la entonación y la cadencia, en la limpieza y claridad de las acciones, en la consecución de las mismas, lo cual no permite apreciarlas por separado, sino hilvanadas como una sola costura de puntadas finas y seguras. Maestría artesanal mostró el director montando detalle sobre detalle, asentando sobre la base coreográfica del espectáculo la profunda poesía del texto.
Los cantos como personajes se cuelan en la escena, para mostrarnos la alegría, las habilidades y peripecias de los actores. El juego simboliza el ejercicio propio del teatro, el encanto, el disfrute, y las representaciones el sentido de existir de los titiriteros. Esta fue la representación coreográfica de la poesía o el canto poético de las acciones, purificación armónica de todos los lenguajes que fluyen en el teatro. Sencillamente, una puesta de Teatro Papalote o el digno homenaje al hombre de la escena y los títeres
El estudio meticuloso del hacer o el decir se evidencia en los matices de la voz, en la entonación y la cadencia, en la limpieza y claridad de las acciones, en la consecución de las mismas, lo cual no permite apreciarlas por separado, sino hilvanadas como una sola costura de puntadas finas y seguras. Maestría artesanal mostró el director montando detalle sobre detalle, asentando sobre la base coreográfica del espectáculo la profunda poesía del texto.
Los cantos como personajes se cuelan en la escena, para mostrarnos la alegría, las habilidades y peripecias de los actores. El juego simboliza el ejercicio propio del teatro, el encanto, el disfrute, y las representaciones el sentido de existir de los titiriteros. Esta fue la representación coreográfica de la poesía o el canto poético de las acciones, purificación armónica de todos los lenguajes que fluyen en el teatro. Sencillamente, una puesta de Teatro Papalote o el digno homenaje al hombre de la escena y los títeres
Hay un estupendo artículo que habla de Villafañe y Cuba, escrito por Norge Espinosa, que empieza así:
Cien retablos Villafañe
Norge Espinosa
Algo me hace pensar que de poder estar celebrando ahora mismo sus cien años, Javier Villafañe se negaría rotundamente a comportarse según el papel aburrido del anciano al que se le tributa un homenaje. Así como en La Habana se negó a recibir honores vestido de frac, insistiendo en no despojarse de su overol sempiterno, creo que preferiría beber un vaso de vino (que espero lo haya en esta celebración) antes que sentarse a recibir elogios y memorias que lo harían sentirse terriblemente viejo. Como sus personajes, Javier Villafañe negaba el tiempo para obrar desde el juego: suerte de milagro alcanzado mediante sus ejercicios como titiritero y su calidad poética. Esas armas le conceden, hoy, el privilegio de ser uno de los más inquietos nombres no solo de la tradición titiritera hispanoamericana, sino de todo el orbe, en el cual siguen representándose obras que él firmó hace ya más de sesenta años.
¿Por qué Javier y no otro de sus colegas? ¿Por qué ha logrado él esa permanencia ajena a los discursos y las academias? ¿Por qué, si no estableció nunca un teatro fijo, no escribió densos tratados sobre el arte de los retablos ni se imaginó como una cátedra, sigue siendo un cardinal irreemplazable, al que deben hacer sitio creadores que, haciendo todo lo demás, lo reconocen como un maestro irreemplazable? ¿Por qué este argentino, nacido el 24 de junio de 1909 (aunque tantos libros insistan en demorar un año más su llegada al mundo), ha logrado ese estatus, que hoy nos hace imposible el recordarlo mansamente?
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