Rafael Suárez Plácido ha reseñado en su blog el descubrimiento del Bósforo las intervenciones de Agustín García Calvo y de Isabel Escudero el pasado sábado en Sevilla. Y hay que agradecerle el esfuerzo porque debieron de ser dos horas con mucha enjundia.
Agustín García Calvo y Sevilla
Rafael Suárez Plácido
Agustín García Calvo siempre estará en Sevilla. Nunca ha dejado de estar aquí, aunque fuera expulsado de su universidad en lo que se llamó ayer “el último proceso inquisitorial por herejía” de esta ciudad. El público que abarrotaba la sala, la extraña pero hermosa sala del Convento de Santa Clara, así lo atestiguó ayer. El motivo: culminar el ciclo Diálogos con Machado que inauguraba el Centro Cultural Santa Clara.
El acto fue presentado por Francisco Díaz Velázquez. Lo conozco desde hace unos años. Es un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra, bueno. Además es alumno y amigo de Agustín desde hace más de cincuenta años, como él mismo evocó ayer. La presentación fue muy interesante. Nos habló de las coplas, de su tradición y su modernidad. Nos contó anécdotas que sólo él puede contar, por haberlas vivido, y sus vivencias con Agustín fueron sin duda muy interesantes y enriquecedoras. El problema es que el acto duró algo menos de dos horas y casi una hora se fue en la presentación. Habló más que los otros dos participantes y, la mayoría de nosotros estábamos allí para oír a uno de ellos. Además, algunas de sus palabras necesitan algunos matices. Dijo que Agustín no tenía la repercusión que debía porque es un personaje incómodo. Ahí le doy toda la razón. Pero continuó diciendo que “la derecha le aborrece”, mientras que, esto no es textual, la izquierda lo acepta, pero mira hacia otro lado. Y cuando decía la izquierda, se refería a la izquierda afín al PSOE. Quizás ahí nazca el error. De todas formas, es paradójico constatar que el último diario que le ha dado durante años sus páginas para publicar sus artículos ha sido La Razón. No es lo que yo llamaría un diario de izquierdas.
Continuó la poetisa Isabel Escudero que dio muestras de su buen hacer con un texto que se refería directamente al título del ciclo: un diálogo con don Antonio Machado. Recitó algunos poemas con su voz tan personal y brillante. Ella es una de las voces que mejor ha sabido continuar la tradición de la poesía oral tradicional entre los poetas actuales. Buen ejemplo de ello es Nunca se sabe, su último poemario, editado en Pre-textos (2010).
Su diálogo con el poeta fue también un recuerdo emocionado de su padre, el recuerdo de la niña que vivía en Quintana de la Serena y cómo conoció su primer poema de Machado: “Recuerdo infantil”. Dejó también algunas frases interesantes sobre el estado del sistema educativo, que es el sistema que vivimos, el presente y, también, el futuro que nos aguarda: cómo los niños aprenden desde la infancia cuáles son las normas del pensamiento único y correcto. Al final del acto vino a decir que no entendía que un gobierno de izquierdas, creo que dijo: “que dice llamarse de izquierdas” no introduce en sus planes educativos la lectura del Juan de Mairena entre los alumnos. Esta intervención, que en su raíz es tan acertada, fue inmediatamente rebatida por Agustín, en el sentido de que no admitía que los Ministerios y Consejerías de Educación cumpliesen esa función y que, por lo tanto, no debían ser respetados. Para él preguntarse por qué un Ministerio de Educación no educa es dar por supuesto que están para eso, y eso sería respetarlos más de lo que merecen.
La tercera parte del acto fue el diálogo de Agustín con el mayor de los Machado. La mayoría de los asistentes al acto habíamos ido para ser testigos de primera mano de este momento. Empezó distinguiendo entre los homenajes o conmemoraciones con traer al recuerdo. Dijo que a Machado se le ha leído poco y mal. Sin embargo, se le ha homenajeado mucho y se ha escrito demasiado sobre él. En realidad, decía, se ha escrito demasiado sobre Literatura. Se ha escrito demasiado y mal sobre Literatura.
En su último libro hasta la fecha, Cosas que hace uno (Lucina, 2010), tiene un capítulo que llama “Rítmica y Prosodia”, en el que defiende que la Poesía nació para ser recitada y cantada. Todo esto lo recoge en su monumental Tratado de rítmica y prosodia y de métrica y versificación, también editado por Lucina. Su diálogo con Machado fue un ejemplo práctico de esto con los versos del poeta sevillano. Distinguió entre la melopeya y la canción. Declamó varias melopeyas que ha trabajado con poemas de Machado. Se trata de esforzarse en volver al sentido primigenio de la Poesía para ser declamada en público, haciendo caso de la rítimica del lenguaje y la métrica.
También nos ofreció un ejemplo, para que oyéramos de viva voz la diferencia entre esta melopeya y la canción, que ya trabajó sobre uno de los romances más importante de la literatura española del siglo XX: sí, “La tierra de Alvar González”, que canturreó (él lo llama así) hasta el momento del crimen del padre. Así se puede decir, él también lo dijo, que hizo de juglar para los versos de don Antonio Machado. Sin duda, fue el mejor homenaje posible.
Pero en todo acto en el que interviene Agustín García Calvo es inevitable un coloquio posterior. “Ya habéis oído bastante nuestras voces, ahora queremos oír las vuestras.” Alguien preguntó, intuyo que con cierta mala intención y con mucha ingenuidad, cómo se canta a Manuel Machado. Agustín e Isabel respondieron que muy bien, por supuesto que sí, y recitaron algunos versos del poeta que habían sido cantados muchas veces. También fue muy interesante la intervención de alguien que relacionó la melopeya con el recitado del haiku japonés. Yo me quedé con ganas de intervenir, igual que supongo les pasó a muchos asistentes, pero lamentablemente no hubo tiempo para más. Otra vez será. Agustín García Calvo siempre estará en Sevilla.
Agustín García Calvo en Granada, 2002. Foto: Raquel Arellano |
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