Regresa Miguel Hernández, el poeta del pueblo
El próximo año se cumplen cien del nacimiento del autor de El rayo que no cesa, que combatió en la Batalla de Teruel, y se organizarán un sinfín de actividades.
ANTÓN CASTRO. Zaragoza
Artículo aparecido en Heraldo de Aragón.
ANTÓN CASTRO. Zaragoza
Miguel Hernández (Alicante, 1910-1942) fue un auténtico poeta del pueblo. Se hizo a sí mismo, de forma autodidacta, con una inmensa vocación. En poco tiempo, compuso una obra muy personal, emparentada con lo telúrico, con el combate y con la desesperación que derivaba de su sino, de la fatalidad, del amor y de una incesante búsqueda de un lugar en el mundo contra las ruinas de la guerra. Viento del pueblo fue uno de sus títulos: un libro que no llegó a ver publicado en vida y que, en el fondo, con sus contradicciones y su formidable intensidad que no excluye el panfleto, le define.
El próximo 2010 será el Año Hernandiano, y por lo que ahora se atisba será un año complejo y laborioso de congresos, homenajes y actividades porque ya se perciben desencuentros entre los herederos del poeta, diversas instituciones e incluso algunos particulares, como un apaciguador Joan Manuel Serrat, que le ha dedicado un nuevo álbum, en el que ha colaborado uno de los mejores estudiosos y editores del poeta: Agustín Sánchez Vidal, responsable de sus Obras completas en Aguilar (1979) y en Espasa Calpe (1992), con José Carlos Rovira y Carmen Alemany, y de ediciones de Perito en lunas y El rayo que no cesa (Alambra), Poesías completas (Aguilar, 1979) o su Epistolario (Alianza, 1986), y autor de un libro fundamental: Miguel Hernández, desamordazado y regresado (Planeta, 1992). En este volumen cuenta su vida, su evolución de joven católico, y casi teólogo, hacia el comunismo, y la complejidad de su obra que abarcó el teatro, con ecos del autosacramental, y la poesía. Sánchez Vidal manejó todos sus manuscritos y estuvo hasta en tres ocasiones con la viuda del poeta, Josefina Manresa, aquella costurera de Quesada (Jaén), hija de guardia civil, con la que Miguel formalizó su noviazgo en 1934 y con la contrajo matrimonio civil en plena contienda bélica: en 1937.
Miguel Hernández fue el tercero de siete hermanos de una familia pobre. A los cuatro años, se trasladó a la que ha quedado como la casa del poeta en la Calle de Arriba: allí, aún ahora, se conserva el jardín de higueras, limoneros y pitas.
En uno de esos cuartos, cuando se encendía la noche y se apagaban las luces, él buscaba una lámpara o un farol para leer: narraciones, leyendas, poemas. Cuando se enteraba su padre, se erguía y se armaba jaleo, y volaban los golpes y los gritos. Miguel Hernández tuvo que irse de cabrero a los catorce años. Empezó a redactar en una libreta aquellos poemas de versos cortos, que presentaban ecos de Gabriel Galán, Vicente Querol, de los cancioneros. Con esa voluntad permanente de creación y rebeldía siguió escribiendo, y hacia 1930 apareció su primer poema en el diario El Pueblo de Orihuela. Para entonces ya había conocido a José Martín, más famoso por su seudónimo Ramón Sijé, con quien mantendrá una relación de amistad y admiración intelectual con altibajos. El más grave fue el de 1935, esencialmente porque en su lírica, carnal, exuberante de deseo y de hondura pagana, Miguel Hernández se escapaba de las propuestas del amigo, que fallecería poco más tarde de una forma bastante dramática, casi inverosímil y conmovedora, según cuenta otro buen biógrafo, José Luis Ferris, en Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (Temas de Hoy, 2002).
Con otros poetas
Entre 1931 y la Guerra Civil, Miguel Hernández estuvo varias veces en Madrid. Pidió ayuda, en diversas ocasiones, a Juan Ramón Jiménez, que siempre sintió una gran admiración por él y lo llamó "el extraordinario muchacho de Orihuela"; a García Lorca, que le contestó a una carta primera e impetuosa con sensatez, tras el fracaso de lectores y de crítica de Perito en lunas (1933); a Giménez Caballero, a Vicente Aleixandre y a José María de Cossío, entre otros. Despertó algunos recelos, en el propio Lorca y en Cernuda, que no soportaban su real y afectada rusticidad, y también en Alberti y María Teresa León. Ésta, en plena Guerra Civil, llegó a soltarle una bofetada que lo mandó al suelo: Hernández, que conocía el temor y la sangre de las trincheras, se quedó patidifuso en una fiesta de escritores antifascistas y expresó, airado, su decepción.
En Madrid, también cosechó la complicidad y el cariño de Pablo Neruda, que lo definió "como una patata recién sacada de la tierra", y vivió una pasión amorosa y sexual con Maruja Mallo. Tanto Ferris como Sánchez Vidal se hacen eco de ella, en un periodo de crisis con Josefina y de silencio epistolar de María Cegarra, la poeta murciana. Mallo diría con más desdén que cariño: "Yo he jodido tanto y he conocido a tanta gente que ya se me amontonan un poco en la memoria (?) Miguel Hernández era como un fideo. Cuando llegó a Madrid vivía en un puente. Escribió una poesía y Bergamín le pagó por ella mil pesetas, y le hizo salir del puente".
Cárcel y muerte
De este triple desamor -el de María Cegarra, el de Maruja Mallo y el de Josefina, que se enmendó luego y sería la madre de sus dos hijos, Manuel Ramón, fallecido pronto, y Manuel Miguel- nacería El rayo que no cesa (1936), un libro revelador de sonetos que incluye la Elegía a Ramón Sijé. Miguel Hernández ingresó en el Partido Comunista y hizo la guerra como un soldado. Estuvo en la Batalla de Teruel y le dedicó un inolvidable poema a la ciudad congelada. Luego, intentó irse, pero al final, por imprudente y desesperado, por pura mala suerte, inició una peregrinación por las cárceles que acabaría con su vida.
De esa travesía espantosa de dos largos años quedó como legado su obra maestra: Cancionero y romancero de ausencias. Ese libro excepcional permite entrever lo que habría podido hacer este poeta de faz terrosa, "casi pura arcilla" y "ciegamente generoso", tal como escribió su gran amigo Vicente Aleixandre.Artículo aparecido en Heraldo de Aragón.
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