Foto del cartel: Juan Carlos Vidarte. |
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11 de noviembre de 2011
Carmen Orte en Mérida
Presentada por Luz Rueda, Carmen canta en el Parador de Mérida.
9 de noviembre de 2011
Un artículo rescatado de Horacio Verdolaga
Hace unos años, Horacio Verdolaga publicó una serie de interesantes artículos. Hoy rescatamos el que lleva por título
Ruralidad y Progreso
Ya lo había dicho muchas veces. Desde que un amigo se
empeñó en llevarme a Cantavieja, la verdad se me rebeló con una claridad
cegadora: las carreteras aragonesas son tercermundistas y carecen de cobertura
para el móvil. Lo he dicho, repito, en muchos foros internáuticos: las
carreteras de esta región son una mierda y, encima, hay pueblos que tienen mal
escrito el nombre y circular por Aragón es como estar en medio de una guerra
donde los autóctonos cambian las señalizaciones para desorientar al enemigo.
Un día me llamó un compañero del partido y me pidió que
asistiera al debate sobre las comunicaciones aragonesas en una emisora de radio
que hay en Alagón, pues eran los días del congreso nacional y todos los
compañeros estaban en Madrid. Yo acepté encantado porque era de justicia
denunciar la poca cobertura de los teléfonos móviles, así como el retraso en la
entrega de los paquetes postales por parte de Correos, por no hablar de la
lentitud del adsl. Me propuse poner a caldo a todos los responsables y pedir un
cambio de parámetros que nos acercara a la excelencia de esos servicios en países
como Alemania o Estados Unidos.
Fui a Alagón en mi coche, pues todos los vehículos y
choferes del partido estaban en la capital, y me perdí en ese sindiós de
desdoblamientos que, so pretexto de evitar accidentes, se habían construido en
los años de vacas gordas. De Gallur a Alagón transité por una carretera vulgar
llena de curvas, sin bares y sin cobertura para el móvil. ¡Ah, pero en Tauste
hice un descubrimiento de pelotas! Tras
cuatro o cinco vueltas a una rotonda para comprobar que ninguna señal indicaba
el camino a Alagón, decidí continuar por la carretera que pasaba por el pueblo
y que casi me lleva a Ejea de los Caballeros. Al tomar una curva vi una torre
altísima, muy vieja pero sólida, al lado de una iglesia. Evidentemente la torre
no tenía ninguna finalidad práctica. Yo me dije: ¿qué pasaría si se pusieran
las antenas de telefonía en lo alto? Y me respondí que, claro, mejoraría la
conexión del móvil, ¡qué digo “del”, de todos los móviles cuyas empresas hubieran
puesto antena en la torre! Una docena de antenas cabrían, según calculé.
Alagón. Torre del lugar |
Tras dos horas de viaje, conseguí llegar a mi destino.
Alagón está muy alejado del progreso y no tiene un aparcamiento subterráneo en
el centro, que es lo mínimo que se puede pedir. Cerré el coche y entré en la
cafetería que había frente a la emisora. Disponía de casi cinco minutos para relajarme.
Cuando pedía el café, vi la foto de una torre parecida a la taustana y pregunté
qué torre era esa. La rumana me señaló la ventana y descubrí que ¡también
Alagón tenía una torre virgen para la telefonía! Salí a la calle con mi café en la mano para contemplar
la maravilla, acerqué la taza a la boca muy despacio; eché de menos a un
fotógrafo que me inmortalizara paladeando el instante en que mi pensamiento
daba solución al problema de las comunicaciones… De repente, un bocinazo jotero
me sobresaltó cuando empezaba a sorber el café –que estaba ardiendo, aunque me
habían puesto el coñac frío- quemándome hasta el esófago, no sin antes caer
unas cuantas gotas sobre mi corbata que, para colmo, era blanca. Solté un juramento y un anciano me explicó
que la megafonía del pueblo estaba muy alta para que se escucharan los bandos
desde la huerta, especialmente la jota que anuncia el mediodía. Eran, pues, las
12, la hora del debate. Fui corriendo a dejar la corbata en el coche y me
encontré con un guardia municipal, libreta en ristre; me acaloré, le expliqué
la importancia de mi presencia allí y, de paso, mi idea para rentabilizar la
torre. Quedó el hombre impresionado y retiró la multa pidiéndome que aparcara
en algún lugar permitido.
Entré en el estudio a las 12.40. Me senté junto al
alcalde; en frente estaban un director general del gobierno autónomo, un diputado
provincial y un consejero comarcal, a los que no conocía. Cada uno tenía un mapa de carreteras marcado con
círculos, o sea que ellos también se habían perdido.
Todos habían hablado y me tocaba a mí. Por si acaso
alguno era de mi partido, opté por un tono más conciliador que reivindicativo.
Dejé caer que, aunque las comunicaciones mejoraban poco a poco, era necesario
un esfuerzo para coordinar todas las acciones de las distintas
administraciones, cosa en la que todos estuvieron de acuerdo. Cuando me pidieron
que propusiera medidas concretas, hablé de mi idea de las torres inútiles para
mejorar la cobertura de los móviles, haciendo hincapié en sus beneficios para el mundo rural, especialmente para los
campesinos que, además del móvil, mejorarían la recepción de sus transistores
en el campo. Quedaron todos con la boca abierta y el locutor balbuceó “pero,
las carreteras…” Y fue lo último que
dijo porque otra jota metálica sonó en los altavoces callejeros indicando que
era la hora de comer.
Cuando nos despedíamos, observé que a todos los
contertulios les faltaba un hervor: ninguno me miró a la cara cuando me daba la
mano. Típico gesto de gente acomplejada. Ahora, desde que soy asesor en el Departamento de Protocolo, procuro no
salir de Zaragoza para no contaminarme con la política de aldea. Y, en los días
en que funciona el adsl, me dedico a inventariar cada torre de iglesia
susceptible de acoger las antenas necesarias para el auténtico progreso. Lo que
llevo mal es el estancamiento de mis propuestas en las comisiones de progreso
progresivo y de magnificación territorial. Pero para qué abundar en este tema,
cuando sabemos que en todos los partidos hay acomplejados y envidiosos de la
inteligencia ajena.
Horacio Verdolaga
(Artículo publicado
en el blog Vergüenza ajena)